NICO, SANTI y CARLITOS TRAS EL "TAPADO" DE CHOLILAEl acuerdo para la expedición había quedado sellado entre Nico y Santi, éste con Carlitos como sempiterno acompañante, a continuación de la visita a la Mina El Oro en las entrañas del Famatina donde además de realizar el descubrimiento de las instalaciones del molino aurífero abandonado, Ricardo tuvo aquél encuentro del tercer tipo con el enigmático Charles Spencer Stone relatado en un llamativo testimonio. El invento de Stone de una pistola capaz de disparar agujas de acero que atraviesan aún chalecos antibala, causó en todos honda impresión. La idea fue entonces aprovechar el finde largo del 12 de octubre y efectuar una visita a Cholila (Chubut). Surgió cuando los participantes del viaje al Famatina leyeron el comentario sobre el libro “La Pandilla Salvaje – Butch Cassidy en la Patagonia”, un bestseller corriente de Osvaldo Aguirre, que se vende casi tanto como “Mágica Ruta 40”, de Federico B. Kirbus. En esa recopilación se documentan en forma integral las andanzas del tristemente célebre trío norteamericano. Es el sábado 9 de octubre. Los tres – Nico en la Toyo SW 5 y Santi con Carlos en la veterana Cherokee gris laucha – habían salido el viernes para pernoctar en Veinticinco de Mayo. Continuando, y tras dejar atrás Esquel, alcanzan por fin esa comarca cuajada de hermosos lagos y ubérrimas praderas llamada Cholila. La historia de los bandoleros que aquí por primera y única vez en sus vidas intentaron una, bien que breve, existencia sedentaria había atrapado a nuestro trío explorador. Tras algunas averiguaciones en el pueblo de Cholila no tardan en dar con la choza que construyeron y habitaron Butch y Sundance en los albores del siglo XX.
La cabaña de Butch y Sundance Es una cabaña no de troncos como el log cabin del Tío Tom, sino de tablones toscamente cortados con sierra manual, de inconfundible estilo estadounidense. Inconfundibles son las puertas y ventanas, hechas al estilo de los colonos norteamericanos, y el encastre de las tablas en las esquinas y los dos techos -uno longitudinal y otro trasversal -, ambos a dos aguas y cubiertos de tejuelas de madera. La casita, que por su forma y ubicación podría ser la de la Bruja que atrapó a Hänsel y Gretel, parece deshabitada, aunque no abandonada. Al acercarse lentamente por el camino de tierra, ven a un hombre que con una cortadora de césped parece estar podando el pasto, por la manera como mueve la máquina a ras del suelo. Apenas detienen la marcha de sus vehículos para ver de más de cerca la casita de madera, que no puede negar su historia centenaria, cambia la actitud del solitario jardinero que al sentirse observado interrumpe su tarea y a su vez se acerca a la empalizada que delimita la solitaria propiedad de la vía pública. -¿Es ésta realmente la casucha de Butch Cassidy y Sundance Kid?, pregunta Nico no sin cierta emoción. Durante demasiado tiempo a él y a sus dos compañeros de viaje les ha fascinado la historia de los violentos asaltantes trasformados en pacíficos rancheros patagónicos. Siempre supieron de la cabaña en el valle de Cholila, y ahora por fin llegaron y la están contemplando con sus propios ojos. Una leyenda, un mito que aquí y ahora se trasforma en realidad tangible. -Si, replica el supuesto jardinero, -de Butch, de Sundance y de la aún más enigmática Etta Place, porque de ella se sabe mucho menos que de sus dos compañeros de correrías. Solo es seguro, por un par de fotografías, que existió, nada más. - Y usted, ¿es el cuidador?,consulta Santi. -Tal vez se haya confundido por lo que me ve hacer, creyendo que estoy cortando el césped. Pero en realidad hago algo muy distinto: escruto la superficie y el subsuelo con esto que parece una cortadora pero que en verdad es un buscador de metales de última generación, aclara el hombre, y continúa: -Se lo digo y me confieso porque nada tengo que temer. Otro aparato tan avanzado como éste no existe en el país, de modo que soy el único en poder barrer el terreno en busca del tapado de los ocupantes primitivos del lugar. Carlos quien, como acostumbra, se había alejado algo de Nico y Santi inspeccionando los alrededores, vuelve y se une al grupo apenas ha escuchado la palabra tapado. -¿Y por qué cree que la bonanza puede yacer en las inmediaciones de la cabaña?, escucha Carlos preguntar a Santi. -No creo, sino estoy convencido que así es. Imagínense: aquél martes, 14 de febrero de 1905 se alzaron del Banco de Londres y Tarapacá de Río Gallegos con la friolera de 23.000 pesos en billetes y 280 pesos en monedas de oro que les entregó el gerente, un tal mister Bishop. Aún montando excelentes cabalgaduras, no era una carga fácil de llevar porque las monedas pesaban cerca de 15 kilos. Por eso estoy seguro que la totalidad del metálico lo inhumaron aquí. Cuando en forma precipitada debieron fugarse cruzando la Cordillera, solo llevaron consigo lo esencial, esto es, los billetes; el metálico quedó. Y aún debe estar. Lo estoy rastreando, remata el desconocido. Nico, Santi y Carlos escuchan el relato con las bocas abiertas. Jamás hubieran imaginado aproximarse tanto al trío de los malhechores la primera vez que se ocuparan del tema. -Pero no nos quedemos aquí afuera, a la intemperie, dice el desconocido. –Entremos. En eso se oye sobre la calle que bordea la propiedad algo como un resoplido. Nuestros Tres Mosqueteros giran la cabeza y contemplan asombrados el paso de un hombre de mediana edad - como ellos mismos -, vestido a la moda con zapatos Puma y atuendos Topper, Le Coq Sportif y Adidas, en ostentosa práctica de jogging. Mientras siguen con la mirada al gallardo deportista, el buscador de tapados le envía una mirada despectiva y espeta: -Pobre diablo, es boleta a plazo fijo. -¿Cómo? , pregunta asombrado Carlos. -”Boleta a plazo fijo”, ¿por qué? -Es un hombre, porteño creo, que llegó a Cholila hace unos meses porque aparentemente se retiró de un trabajo muy exigente, broker, árbitro de divisas o algo por el estilo, con el cuore en permanente staccato. Cobró parece una alta indemnización y se afincó aquí creyendo que en este solitario paraje, y con la intensa práctica del footing, va poder extender su existencia más allá de los cien años. Pero está tan equivocado como la mayoría de los que retuercen el esqueleto. Stupidagini, como suelen decir los italianos. En este sentido el más acertado fue Churchill: cuando cierta vez le consultaron cómo hizo para llegar a tan provecta edad, sir Winston, en una mano un vaso de güisqui y en la otra un puro, fue lapidario al responder con dos palabras: “No sports!”. Y en observando como el jogger se va alejando, el buscador de bonanzas continúa: -Conozco el tema a fondo por mi profesión anterior. ¿Oyeron hablar alguna vez de Ken Cooper? Los Tres Mosqueteros parados en la verja se miran. Nunca escucharon este nombre. -El doctor Kenneth “Ken” Cooper y su esposa Millie fueron hace como cuatro décadas los inventores del jogging y los popes de esta forma del atletismo que según ellos prometía la vida eterna. ¿Saben cómo murió Cooper? Los tres hacen una oscilación negativa con la cabeza. --Haciendo jogging, naturalmente; mientras corría. Telecataplum, enfatiza el inescrutable, la cara sin hacer una mueca, como Verdaguer. -Pero este solo hecho no puede ser el determinante de un juicio tan categórico, repone Carlos. -Es que observo al pobre sujeto todos los días pasar corriendo por aquí, como si fuera un reloj, y pienso lo que corresponde pensar, aclara el del magnetómetro. –Pero vengan, entren, así les explico. Mientras los cuatro se dirigen caminando a la choza que alguna vez cobijó a los bandoleros más famosos del mundo, el enigmático continúa: -No cualquiera muere por un infarto del miocardio. Ni siquiera hay que ser viejo para sufrir un ataque. Por el contrario: la afección alcanza a los de mediana edad. Sepan que hay ocho factores que tienen que converger, todos o en parte, a saber: a) Padres y/o hermanos muertos a causa de un infarto a los 45, o sea antecedentes familiares b) Tiene que sufrir de glucemia o, en menor grado, de gota c) Debe ser un tipo mesomorfo, o sea de constitución física promedio. Ni exomorfo, como por caso Martínez de Hoz, ni tampoco endomorfo, como un Bergara Leuman d) Ser fumador de al menos dos atados de cigarrillos diarios e) Tener presión más bien alta f) Sufrir de sobrepeso notorio g) Tener un nivel de colesterol elevado, y por fin h) Pasar de una existencia sedante a la práctica de deportes agitados como este tipo que acaban de ver pasar. Los más amenazados son personas que llevaron una vida profesional intensa, muy estresada, pero esencialmente sedentaria, y se retiran a los 40 ò 45; el infarto se produce, fijense qué curioso, casi invariablemente cinco años después del retiro cuando lo peor parece haber quedado atrás. En fin: habría que trasladarse a China meridional para no correr este riesgo, cierra el hombre su didáctica explicación. -¿Y por qué justamente a China meridional?, quiere saber Santi, que hace apenas unos meses dejó el tabaco. -Porque los habitantes de esa comarca jamás mueren de un infarto. Su dieta principal consiste en arroz y jugos de fruta, que es alimento sanísimo y baja mucho el colesterol y la tensión arterial. Y ahora sí, pasen. Tengo pocas comodidades, pero siempre hay agua para una tasa de té, explica. Mientras se dirigen a la casita, Carlitos observa el trabajo de carpintería y lanza una pregunta: -¿Fueron Butch y Sundance quienes la construyeron? ¿Habrán tenido un maestro mayor de obras, o se las arreglaron con peones? Y cuánto tiempo habrán necesitado, ¿Un año, dos? El hombre reflexiona un instante y responde: -Por la técnica y muchos detalles diría que fueron ellos mismos, con la ayuda de un par de peones. Lo del tiempo que les demandó, es una buena pregunta. Ustedes bien saben que un hombre puede levantar una casa en un año, pero 365 operarios no la pueden terminar en un día. Sin embargo, hay constancia que se los vio morar aquí en una tienda, una carpa, por lo que estimo que se apresuraron y, una vez obtenida la madera, la acabaron en tal vez medio año. Tan perfecta fue su fuga y su camuflaje, y al final los atraparon como a cualquier delincuente... -¿O sea cómo?, inquiere Carlos. -Por los contactos epistolares que mantuvieron con familiares en Estados Unidos. Hoy día se coge a los mal vivientes más rápido, cuando hablan por teléfono o el celular... El interior de la cabaña contrasta con su lúgubre aspecto exterior. Hay una mesa con cuatro confortables butacas, TV, radio, una biblioteca con títulos interesantes, cartas y fotografías en las paredes. -Tomen asiento mientras pongo el agua, dice el dueño de casa. -En realidad la vivienda tenía en su origen cuatro aposentos, pero eliminé un tabique y ahora dispongo de un ambiente más grande. -¿Y usted es locador del inmueble, alquila, arrienda?, quiere saber Santi. -Por suerte es mío. Adquirí la propiedad con el mejor negocio financiero-económico que hice en mi vida, aunque a costilla de casi todos los conciudadanos míos: la falaz convertibilidad. -¡No me diga! ¿Ganó gracias a la convertibilidad mientras prácticamente todos los argentinos perdieron lo que tenían y aún más?, pregunta con incredulidad Nico. -¿Y cuál fue el malabarismo que puso en práctica? -¿Recuerdan la situación del país en vísperas de dictarse aquella increíble ley? La relación austral : dólar era de 11.500 a 1; un ejemplar de diario costaba 6.500 australes. Vinieron los genios estudiados en Chicago y no sé de dónde más y decretaron que de un día para otro se le quitaran a la moneda cuatro ceros, y que además cada nuevo peso valía un dólar, o viceversa. ¡Fíjense que absurdo! Ya el cambio vigente del 1 a 1.15 hubiese sido desfavorable para el país. Una relación de 1.30 ó 1.40 nos hubiera salvado de la desgracia de disponer de un peso súper valuado. Pero no. Empezó entonces la importación de chatarra y de baratijas de Corea y Taiwán. Quien más, quien menos se compraba un coche importado o una 4x4, y todos los empleados públicos parecían mulatos por la forma cómo regresaban tostados de sus vacaciones en el Caribe. Era una locura. Percibí que esta festichola no podía durar más de un año o dos y comencé a apartar cada dólar, marco o franco para “el día después”. En buena hora: en cuestión de semanas tripliqué mi fortuna y al poco tiempo compré este inmueble a un iluso que a su vez se había endeudado en moneda foránea. Así terminó para unos y para otros el previsible sainete menemista, enfatiza el inescudriñable interlocutor. -¿Por qué sainete?, y por sobre todo: ¿por qué previsible?, inquiere, intrigado, Carlitos. -Fíjese, responde aquél, -el sicograma de un profesional medianamente ducho hubiese revelado a tiempo lo que se avecinaba. La década menemista tiene una explicación de cariz netamente sicológica si se profundiza esta veta: En Anillaco, un pequeño oasis de riego del Noroeste de La Rioja cuyo nombre en quechua es Wáni yáku o “agua a la sombra”, el primogénito de un pobre matrimonio de inmigrantes sirios resulta desde el desgraciado instante de su nacimiento de aspecto tan desfigurado y hasta repugnante que de párvulo, y luego también en la escuela y de adolescente en el colegio, es blanco permanente de las burlas, mofas, irreverencias y molestias físicas de sus amiguitos y compañeros. Era de aspecto más feo que azafata de tren fantasma: Darwin no hubiese tenido que dar la vuelta al mundo para percatarse, por mera comparación con Carlos Saúl Menehem (su apellido primitivo) o Menem, cuán cerca se hallan en la evolución las líneas del hombre y del mono. Ante esta insoportable situación, como a los 12 ó 13 años, se jura a sí mismo demostrar a los demás lo contrario. Dueño - árabe al fin - de una astucia notable más que inteligencia, y de una gran habilidad para el trato con la gente, se propone llegar a lo más alto de la escalera social hasta arrasar con todos los hombres bien parecidos, en particular con los por él odiados porteños, para quitarles a ellos las mujeres más hermosas que deambulan por allí. Primero político de bajo vuelo, luego Gobernador y por fin Presidente ¡reelecto! llega tan cerca de aquél desiderátum que logra apersonarse hasta tan solo 50 centímetros o menos a la esplendorosa blonda Claudia Schiffer, a la que conmina hacerle una visita en la Residencia de Olivos para satisfacer su ego. Faltó poco que la volteara allí mismo. Un hombre tan inescrupuloso y “coyupto” que a todo esto desembolsa la friolera de 66 millones de dólares de fondos públicos para, con la adquisición del B 757 T 01, hacer realidad su sueño supremo del prostíbulo volante, lo que no hace más que robustecer este análisis. Pero, y esto resulta ser lo más notable: con su política económica sustentada por el espejismo de la convertibilidad hizo que el pueblo argentino entero se sintiera como en lo suyo, con lo que siempre soñó. Y se inició así la era en que cualquiera podía tener un auto importado o viajar a Miami con el importe de un medio aguinaldo. La era menemista fue una falacia porque brindó a los ciudadanos del país lo que no tenían pero que, de repente, creyeron efectivamente poseer, remata con énfasis. -Veremos si ahora, con “Pîzarrón” como Ministro de Economía, tendremos más suerte. -¿”Pizarrón”? ¿Qué chiste es éste?, se asombra Carlos. -No es broma: en el Norte de Italia sobre el golfo de Rapallo vecino a Génova hay un puerto llamado Lavagna, y en las cercanías existen importantes canteras de pizarra negra. Por extensión, en la península botiforme la pizarra y el pizarrón se llaman lavagna. “Vai fare lavagna” le dice allá el maestro al alumno; “Andá al pizarrón”. -¡Muy gracioso!, exclama Santi, asombrado. -¿Y qué pronostica entonces para este gobierno? -Alfonsín y De la Rúa por ineptos, y Menem por gnomo maldito eran, cada uno a su manera, por lo menos previsibles. Pero el actual Presidente... -¡Zurdo!, lo interrumpe Nico. -¡Ma qué zurdo! En el recinto parlamentario los zurdos están sentados a la derecha. Sea. Pero este “Doctor K” resulta ser un caso muchísimo más grave: es absolutamente impredecible, responde el dueño de casa. -¿Saben qué es lo único seguro? Yo sigo guardando euros... -Vale. ¿Y entonces decidió dedicarse al rescate de la bonanza del trío salvaje?, insiste Santi. -La realidad es un poco diferente. Tengo un detector altamente sensible de auscultación diferencial para oro, plata, cobre, hierro, etcétera. Existe la firme presunción de que Butch y Sundance realmente inhumaran su botín en las inmediaciones de la vivienda. Imagínese: no era moco de pavo cargar 15 kilos de metal en la fuga. Llevarían parte de lo mal habido en billetes, las monedas las dejaron. Es una probabilidad firme que no descarto. Cuando los vi pasar por el camino yendo y viniendo como el famoso constable Frank Dimaio de la reputadísima agencia de detectives norteamericana Pinkerton, quien tras perseguir el terceto de la muerte alrededor del globo finalmente los ubicó en esta guarida, intuí enseguida que ustedes venían de lejos en procura de la cabaña de los bandidos. Con mi detector me puse entonces como si estuviere haciendo algo en el jardín, mas observándolos de reojo hasta que se detuvieron frente a la casa, redondea el hombre, y prosigue: -Pero en rigor estoy aquí preparando otra cosa muy distinta. Vengan, “siganmen” a la habitación contigua... Al abrir la puerta del recinto una avalancha de luz encandila a los tres forasteros. Una vez que sus pupilas se cerraron y sus ojos se acostumbran al resplandor, observan que la pieza está colmada de macetas como las que se usan como floreros y canteros en los balcones, de cuyo interior brota una masa verde tupida. -Hidroponia, dice el inescrutable. -¿Idro ponía qué?, procura cerciorarse Carlitos. -Hidroponia, con una hache adelante: el arte de cultivar verduras, hortalizas, frutos, cereales o pasturas con solo regarlas y darles luz. El riego puede ser por goteo o por rocío; la luz, de día y de noche, es imprescindible; suelo, tierra o humus en cambio no son necesarios. Lo pueden practicar en casa, explica el extraño, -echando unos granos de cualquier cereal en una bandeja y regándolo con frecuencia, y sigue: -La iluminación puede ser natural o artificial, aún con tubos fluorescentes; lo importante es la humectación cuasi constante: los vegetales brotarán y crecerán sin parar. Hasta en submarinos se puso en práctica este método cuando los botes iban sumergidos durante muchos meses. Cultivaban lechuga y combatían así el escorbuto. En nuestro país La Serenísima experimentó hacia 1975 con la hidroponía en su planta de General Rodríguez para demostrar que los tamberos podían alimentar sus vacas con pasturas frescas y nutritivas en períodos de sequía, aunque el proyecto no prosperó. Pero aquí tengo la impresión de poder tener éxito: estoy ensayando al nivel de laboratorio con el cultivo de caña de azúcar. Ya tengo primeras experiencias positivas. De unos cultivos hidropónicos de la gramínea Saccharum officinarum he obtenido un rinde de hasta un 25 por ciento, cuando lo común de los cañaverales no llega al 10%. ¿Se dan cuenta? Y son seis cosechas por año, porque la caña hidropónica madura en unos 60 días. Multipliquen el tenor de dulzura por el número de zafras posible: por hectárea el rinde es ¡quince veces superior! a los cañaverales empobrecidos de Tucumán y Salta. Puesto que aquí las tierras son extremadamente baratas, lo mismo que la corriente eléctrica que proviene de Futalaufú, pienso montar una batería de galpones y cultivar caña dulce de altísimo tenor. Luego, instalar un ingenio y cerrar el círculo con la creación de un gran complejo industrial de golosinas, repostería, bombones, dulces y alfajores a precios sin competencia posible. Ni hace falta aclarar que a todos los gigantes del ramo, como Cadbury, Suchard y Nestlé, como Arcor, Havanna o El Rosario, les romperé el polo norte a plazo fijo. Entre tanto, con la búsqueda de las monedas de Butch y Sundance me entretengo, agrega y cierra: -En fin: Hay que hacer como el tiburón, que como carece de vejiga sustentadora, tiene que nadar día y noche... Nico, Santi y Carlos, los tres estrechamente ligados a la elaboración, distribución y comercialización de dulces, tienen que sentarse en forma precipitada en los sillones debido al fuerte temblor de las rodillas que de repente les sobreviene al escuchar las explicaciones del cada vez más enigmático personaje que en mala hora parecen haber conocido. Un hombre que con sus ideas revolucionarias puede arruinarles la existencia y su futuro comercial. A Nico se le ocurre mentalmente que el personaje tiene mucho de Rasputín, mientras éste prosigue: -A todo eso, aún no me presenté. Llámenme Cesáreo, aunque comprenderán que mi nombre verdadero es otro... -Cesáreo, murmura Nico; -Seguramente porque nació mediante una cesárea que le practicaron a su madre. Tal como había nacido el mismísimo Julio César, de ahí el nombre. -¡Fíjense cuán errados están los hombres! La cesárea nada tiene que ver con el emperador romano (emperador por solamente un mes). El vocablo proviene del latín scissio, corte, que se ha preservado hasta hoy entre nosotros de manera casi pura con la forma sisa. Ni más ni menos. Y continúa: -Lamentablemente no los puedo alojar aquí, dice el hombre de la casa. -Pero quisiera que por lo menos prueben el té. Nuestra agua es cristalina, de modo que el gusto de la infusión se conserva inalterado. Ha trascurrido más de una hora desde que los tres viajeros recalaron en los viejos pagos de Butch y Sundance. El té con scones es en efecto exquisito, pero Nico lo mira a Santi y dice: -Tendremos que partir para buscar alojamiento en El Bolsón o Esquel. -Sí, no demoren porque las comodidades en esta comarca son más bien escasas. Vengan, los acompaño con gusto hasta la verja, advierte el dueño de casa. Justo al llegar al portón contemplan cómo el empedernido atleta y jogger vuelve de su recorrida. Y observan cómo en la calle, justamente enfrente donde están parados, a corta distancia, un chico de unos doce o trece años, con gestos elocuentes trata de interceptar al candidato a los 103 lozanos años, que reduce su velocidad a cero pero continúa trotando en el mismo sitio para no perder el ritmo. Los cuatro, parados a cortísima distancia, presencian entonces una escena singular: el chico le muestra al trotador algo como una medalla brillosa que tiene en su mano, y dice al hombre: -¿No quiere comprar monedas de oro? -¿Monedas de qué? Han de ser seguramente de bronce, o latón, o vaya uno a saber de qué otro metal, pero de ninguna manera oro, responde el deportista. -Es oro, dice mi papá. Vivimos allí, en la casa vecina que usted ve a 200 metros. Esta mañana al cavar una zanja en el chiquero, dio con algo duro, metálico. Extrajo un montón de estas monedas. Las lavó y contó: son 280. Deben ser de algún malón. Estamos tratando de venderlas a fin de hacernos de algo de efectivo para comprar yerba, azúcar y galletas. En eso Nico, Santi y Carlos oyen cómo algo pesado se precipita al suelo cerca de ellos. En dándose vuelta ven horrorizados que Cesáreo yace en el césped, con una expresión de tremendo dolor en su aspecto y el puño de una mano apretada contra el pecho. Cuando se acercan escuchan como dice: -Yo sabía, yo sabía. Tenían que estar por aquí. Pero nunca atiné a buscar las monedas robadas en el chiquero del vecino... F.B. KIRBUS
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