Volcán "El Muerto"
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El volcán San Francisco desde lo alto del paso del mismo nombre. |
Un experto
Rebitsch no era bisoño en materia de ascensiones en alta montaña. Había vencido varias cimas en el Himalaya, y en varias expediciones que realizó a nuestro país coronó no sólo el Ojos sino también el Peinado e inclusive el Galán, de cuya cumbre retiró tres estatuillas de plata maciza depositadas allí por los indígenas como ofrenda para sus dioses. Las pequeñas efigies, ricamente vestidas, se encuentran hoy en el Museo Etnográfico de Buenos Aires.
Aquí aparecen los tres conos volcánicos que rodean la cuenca cerrada que en realidad correspondía a nuestro país. |
Excursión turística
Hoy día el Ojos del Salado se ha convertido en un destino turístico
para cualquiera.
Desde el lado argentino la aproximación siempre fue -y sigue
siendo- larga y penosa, especialmente por la falta de agua, debiendo salirse
en mula desde el paraje Cazadero Grande.
Sin embargo, en la década del ochenta los chilenos construyeron
en el piedemonte norte del coloso, no lejos de la Laguna Verde, una hospedería,
que funcionó algunos años y después (por ser de madera)
se quemó y continúa en pie como ruina. Desde ella la ascensión
es mucho más rápida y simple.
Los chilenos llevaron por la ruta norte dos casillas tipo vivienda
de Vialidad que instalaron a considerable altura, lo que facilita mucho
las ascensiones. El refugio Jorge Rocas se encuentra a unos 5.200 metros,
y el refugio de altura Torres, a 5.750 metros, ¡apenas 1.100 metros
debajo de la cima!
Para el montañista de hoy la fórmula de ascensión
es por demás sencilla: alquilar un 4x4 en Copiapó, llegar
a la Laguna Verde, ascender un vehículo al refugio Jorge Rocas,
y comenzar a partir de allí los preparativos logísticos para
el ataque final.
Incluso, en 1998, un español de nombre Ramón Franquesa
preparó un Range Rover reduciéndolo a chasis, motor y dos
asientos pretendiendo alcanzar la cumbre con un vehículo automotor.
Aunque la nota ilustrada publicada en la revista española 4x4 Sólo
Auto pretendía dar la impresión de que habían logrado
el récord mundial de altura, listo para el Guinness, los veteranos
Coroneles de San Juan con sus Guanaqueras, que hace rato están limando
sus armas para un asalto motorizado al Ojos, descubrieron que la parte
final del artículo de la publicación ibérica era puro
invento y que improbablemente los europeos habían llegado, como
afirmaban, a los 6.005 metros.
Mancha blanca
Por su situación, el Ojos del Salado y las montañas aledañas
estaban siempre muy aisladas, y muchas cumbres de la comarca fueron vencidas
recién en la década del cincuenta.
Por eso también la toponimía y la altimetría en
las cartas oficiales resultaban muy imprecisas. En la hoja 1:500.000 del
IGM, por ejemplo, el Ojos del Salado figuraba hasta la década del
setenta como un cerro de modestos 6.100 metros, no obstante las comprobaciones
exactísimas hechas por la Comisión de Límites de principios
de siglo XX. Esto último resultaría, a la postre, un
Detalle de la región del Ojos del Salado con el límite saltando correctamente desde El Muerto a la cumbre mayor del Ojos (Croquis de Claudio Bravo). |
En rojo, la frontera tal como lo muestran los mapas actuales. En negro tal como tendría que ser |
Fragmento de la carta 1:250.000 Fiambalá del IGM argentino donde el trazado limítrofe hace una fuerte -e indebida- inflexión (entre los cerros Ojos del Salado y El Muerto). |
Aconcagua, Bingham, Machu Picchu
¿Por qué se descubrió en 1912 el Machu Picchu?
(habría sido descubierto igual, pero seguramente más tarde).
Ocurre que por entonces circuló una versión de que la montaña
más alta de las tres Américas no sería el Aconcagua,
sino el pico peruano Coropuna, del cual se decía que tendría
"más de siete mil metros" (hoy se sabe que llega a 6.615 m.s.n.m.).
El profesor norteamericano, oriundo de Hawaii, Hiram Bingham, se dirigió
entonces a Sudamérica para ascender el Coropuna y comprobar la veracidad
del dato, pero por motivos circunstanciales se desvió de su objetivo
original y, al enterarse de que en la región del río Urubamba
existirían ruinas arqueológicas aún no relevadas por
la ciencia moderna, con un baqueano se dirigió hacia allí
y descubrió el Machu Picchu.
La lucha por plasmar sobre papel un dilatado territorio
Los primeros cartógrafos de esta región del planeta,
bien que principalmente con el relevamiento de costas y ríos, fueron
los grandes navegantes: Vespucio, Magallanes, Gaboto y otros.
Los conquistadores no aportaron, con posterioridad, nada trascendente
en este sentido, pero en cambio sí lo hicieron los jesuitas que
necesitaban registrar los asentamientos de sus doctrinas para que los jóvenes
padres recién arribados pudiesen llegar a la misión que iba
a ser su nuevo destino.
Recién en la segunda mitad del siglo XIX, la incipiente Confederación Argentina encomendó a un experto la confección de un atlas abarcativo de su territorio, aún vastamente ignoto. Fue el naturalista francés V. Martín de Moussy quien preparó, prácticamente de su pecunio, porque nunca se le reintegraron los gastos, una serie de láminas en escala aproximada de 1:1.800.000 reunidas en un tomo, cuya primera edición data de1865/69 y la segunda, de 1873.
En estos mapas ya figura en la plancheta Cuyo el "Pic Aconcagua", aunque sin altura, simplemente situado al oeste de Mendoza. En 1880 apareció el Atlas de la República Argentina de M. F. Paz Soldán, si bien en escala muy reducida, pero de todos modos con prominencias orográficas tales como "Aconcagua (volcán)", al que se le asignaban dos cotas asombrosamente precisas: 6.834 metros, obtenidos por Amadeo Pissis, y 6.992 metros, por Fitz Roy y Beckey.
El siguiente trabajo cartográfico para otro atlas, en este caso
compilado por el Instituto Geográfico Argentino (predecesor del
actual Instituto Geográfico Militar, IGM), se editó en 1894.
El Aconcagua aparecía con 6.970 metros.
El IGM comenzó a confeccionar planchetas a partir de la década
del veinte, aunque sólo a mediados del siglo XX estuvo terminada
la colección completa de cartas de la república con escala
1:500.000.
Sin embargo, el territorio nacional resultaba demasiado dilatado como para relevarlo en forma detallada. Así, las cartas "al medio millón" resultaron muy incompletas y en alto grado imprecisas. Por ejemplo, para lo que nos interesa en esta nota, el Ojos del Salado aparece con razonable precisión planimétrica, pero su altura se consignaba con vagos "6.100 metros", cuando ya en 1900 la Comisión de Límites bajo Luis Risso Patrón había triangulado esta masa volcánica con dos cotas que prácticamente coinciden con los valores oficiales actuales obtenidos sobre la base de mediciones satelitales: 6.863 y 6.880 metros.
Hoy día el Ojos figura en la cartografía argentina con dos valores ligeramente divergentes, pero en principio coincidentes: 6.864 metros en las cartas 1:250.000, y 6.879 metros en la aún no publicada plancheta al 100.000.
La falta de presupuesto y personal para el relevamiento y la compilación
de datos desde siempre perjudicó la labor del IGM. Y ante la carencia
de datos precisos, durante mucho tiempo quien necesitaba de documentación
precisa se valía de otras fuentes.
Por ejemplo, cuando la primera expedición de montañistas
polacos vino al país en 1934 para conquistar en forma sucesiva el
Mercedario, el Ramada, el Alma Negra y el Aconcagua por la novedosa vía
del hoy llamado Glaciar de los Polacos, se alimentaron de cartas, fotos
y referencias aparecidas de esa región en la revista National Geographic
Magazine de Washington. Otra fuente excelente para consultas, en esos tiempos,
tal vez la mejor, fue la cartografía altamente confiable en escala
de millón de la American Geographical Society, de Nueva York.
Estos mapas fueron superados recién, en cuanto a exactitud,
en la década del setenta con la aparición de las láminas
-también al millón, donde un milímetro equivale a
un kilómetro- de la Fuerza Aérea Norteamericana (también
adoptadas por la Fuerza Aérea Argentina), cuya planimetría,
hidrografía y orografía ya estaba basada en datos satelitales
(Landsat).
Recién cuando el IGM en la década del setenta encaró
la edición de cartas 1:250.000 para todo el territorio nacional
pudo igualarse la exactitud de las Operational Navigation Charts (ONC)
estadounidenses. Por fin había una cartografía argentina
fiable en cuanto a referencias orográficas, hidrográficas
y planimétricas. Pero otra vez hubo que resignar la perfección:
la carencia de base adecuada hizo que los topónimos a menudo estuviesen
cambiados o equivocados.
En particular faltan nombres de cerros que ya figuran hace tiempo en
los croquis de los andinistas y son de tradición arraigada en sus
respectivas regiones. A esto se agrega la persistencia en calificar muchas
cumbres como "Monte" o "Cerro" cuando su característica de volcán
es tan obvia como indiscutible. Esto confunde al lego tanto más
cuando otros conos de formación magmática sí son apodados
"volcán".
El último aporte para ilustrar al estudioso son las imágenes
basadas en tomas obtenidas por los satélites Landsat, donde cada
vista coincide exactamente, en ubicación y escala, con la carta
topográfica 1:250.000 respectiva.
La tarea de edición de esta colección fue realizada por
el Institut Cartografic de Catalunya, Barcelona. Lamentablemente, además
de traspasar muchos datos de por sí equivocados de las cartas de
líneas al 250.000, se introdujeron en estas imágenes errores
adicionales que terminan por confundir al consultor desprevenido.
Dentro de esta permanente lucha por plasmar con la mayor fidelidad posible la realidad geográfica del país, no puede sorprender que en una región tan escasamente conocida como la que forma el triángulo de los volcanes Ojos del Salado-El Muerto-Medusa se haya trazado sobre la carta al 250.000 el límite de modo tal que una porción de territorio argentino aparezca como chileno. Los términos del tratado primigenio indican que la división política entre el San Francisco y el Tres Cruces debe saltar de una cumbre alta a la siguiente, en este caso de El Muerto al Ojos. La diminuta lagunita de deshielo Medusa al pie del cono homónimo, espejo formado por torrentes de deshielo que descienden de las laderas australes de El Muerto y el Ojos, de ninguna manera puede ni debe figurar como divortium acuarum, ni tampoco, en último caso, el volcán Medusa propiamente dicho.