Los Volcanes más altos del Planeta |
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Decía que las noches de carpa en la montaña son largas.
Ingresados a la carpa/bolsa a las 9 de la noche, son pocos los valientes que se animan a sacar la nariz antes de las ocho de la mañana, cuando comienza a clarear.
El malón lo hace cuando los primeros rayos del sol generan movimiento molecular en los cuerpos de los "expertos expedicionarios".
Esa mañana del segundo día en las alturas, nos trajo la mala noticia de que la mano del Tordo se había hinchado y vuelto dolorosa.
Los cabildeos entre mates y café caliente se extendieron hasta mas allá de las diez en que, con todo el dolor del alma, los "bipedos implumes" deciden bajar a Fiambalá a acompañar a su camarada herido a tomarse una placa radiográfica en busca de mayores precisiones de los efectos de porrazo del día anterior.
Poner en marcha las motos, a fuerza de patadas, con poco oxígeno para motores y pateadores y mucho frío tambien para fierros y carne humana, demandó una buena media hora más.
Propongo dejar el campamento armado, salir a explorar ya (eran casi las once) y volver a la puesta de sol a dormir nuevamente alli, a esa altura mínima de 4.350m
Finalmente me dejo convencer acerca de la posibilidad de armar campamento más arriba para no tener que desandar lo andado en el día.
En realidad ese día iba a ser un día de ensayo y error por unos tres o cuatro tracks factibles que había dibujado y hecho cargar en los GPSs.
Cuando ya se está a cierta altura pasa a ser mas importante la lectura del terreno que lo que se pudo dibujar escudriñando satelitales.
La textura y consistencia del suelo pasan a dominar la escena.
Una suave planicie leida en la satelital pasa a ser un campo sembrado de rocas de 60cm a un metro de altura, destructor de camionetas o absolutamente impasable.
Lo mismo pasa con el coirón, ese resistente pasto amarillo de las alturas, Puede ser un agradable tapiz de una llanura en leve pendiete o puede formar cúmulos donde se endica la arena y capaces de dejar "colgada" a cualquier chata.
Esa pendiente marcada pero pareja que descubrimos generando escenarios tridimensionales en la computadora, resultó estar cubierta de fina arena que se "traga" los vehículos hasta los ejes.
Otra está tapizada de canto rodado de tamaño de melones, que juegan a los rulemanes debajo de las ruedas, dejando que estas giren y giren sin avanzar un centímetro.
Hay que buscar nuevas alternativas, los tracks servirán desde ahora para marcar la dirección "macro". Lo finito será producto de la experiencia.
Experiencia para detectar pendientes probables, máximas e in-intentables.
La realidad nos depara como siempre muchas sorpresas y, esa pendiente que parecía impracticable nos permite subir en tercera de baja, mientras que esa otra que pensábamos que la subíamos de paseo, nos humilla mientras vemos como las ruedas escarban y escarban sin avanzar o los motores definitivamente se paran, faltos de potencia para semejante exigencia.
Creemos saber pero seguimos aprendiendo. La montaña nos enseña a cada paso. Por las buenas o por las malas pero saldremos con la lección aprendida o con el oprobioso aplazo.
El esfuerzo cobra su precio.
Carlos ya tuvo que usar sus dos auxilios, mientras que la chata de Mauricio presenta fallas de motor, con contraexplosiones y falta de potencia.
Ninguno de los tres tracks que intentamos fue factible, ni siquiera con las muchas variantes improvisadas.
Un mallín, un campo de lajas, un arenal imposible una subida impracticable, juntas o separadas las dificultades se acumulaban frente a las trompas de las chatas.
Mauricio y Carlos, con las chatas heridas, deciden esperar cerca del campamento, al que habíamos vuelto, mientras con Nelson, PAI y Greg hacemos otro intento por el track 641.
Nos separamos de Nelson buscando menores pendientes para el Defender.
Nos volvemos a reunir en una altiplanicie entre dos profundas quebradas.
Vamos hacia arriba. Cada cual buscando la senda menos tortuosa.
Las piedras son muy grandes, las camionetas se contorsionan y sus chasis se enrroscan para un lado y para el otro. Cada tanto un golpe en los bajos nos avisa que superamos la medida. Cuidado.
Poco a poco no vamos acercando al Ojos del Salado. Subimos de a metro, pero subimos.
Mauricio y Carlos esperan y desesperan en las cercanías del campamento. Quieren volver a Fiambalá antes que los agarre la noche. Imposible, son las cinco de la tarde y no menos de 6 horas serán menester para llegar al pueblo.
Decidimos con Nelson que el bajara para acompañarlos. Nosotros (PAI-Javi y Greg-Edu) seguiremos explorando una hora más y regresaremos a acampar para esperarlos hasta el día siguiente.
Así lo hacemos y nuestra tortuosoa exploración nos lleva a una minima distancia de 14 Km de la cumbre principal del Ojos del Salado. Sin embargo desde alli no lo podemos ver, el maciso del Walter Penck con sus 6650 metros nos lo tapa por completo.
- Bien, vayamos a acampar que se pone el sol. Mañana, todos juntos continuaremos hasta el objetivo.
En el regreso quisimos cortar camino hacia el campamento para acabar de una vez por todas con esa tortura de enormes piedras golpeando los bajos de las camionetas.
Mala idea. Quedamos frente a una bajada de unos cien metros de desnivel en cuarenta metros de avance. Una pendiente del 250%. Allá abajo se veían, ténues, las huellas hacia el campamento que habíamos dejado esa mañana (y que confiamos que desapareceran en la primera lluvia o nevada).
Allá arriba las piedras enormes continuaban hacia todos lados.
En un momento buscando la trayectoria ideal, nos separamos de PAI, que había quedado solo ya que Javier caminaba delante nuestro marcándole los obstáculos a Greg.
Por casi 20 minutos dejamos de ver a Pablo y su "Defe", hasta que por radio y, muy contento, nos informa que, juntando coraje, se mandó de cabeza hacia abajo y ya está sobre la huella hacia el campamento
Eso último decidió tambien a Gregorio quien con Javier colgado del paragolpes trasero (adentro no había lugar), se tira tambien de cabeza esos cien metros, mientras sentimos como la antigravedad de la violenta bajada hace que ciertas partes del cuerpo se nos suban a la garganta.
Llegamos al sitio del campamento con el tiempo justo para armar las carpas antes que se ponga el sol.
Con los últimos resplandores y animado por la existencia de tan solo 4 comensales, Pablo (PAI) se animó a preparar un exquisito arroz a la Pai, única comida sólida que ingerimos ese día.
Así, tempranito, tipo 21:00 ya nos estábamos acomodando en las bolsas de dormir a la espera de otra larga y fría noche con poco oxígeno, "disfrutando" de los 4.350 metros sobre el nivel del mar de nuestro segundo campamento en las alturas.