El Médano de Kirbus
Como en todo, existe también una puja mundial por saber cual es el médano o duna más alta del mundo.
En la República Dominicana existe un gran campo de dunas denominado Dunas de Baní, son millones de m3 de arena, pero su altura asciende a no más de 35m.
Japón no se queda atrás y también ostenta las Dunas de Tottori
España se enorgullece de su "duna de Bolonia" de 30 metros de altura.
Mientras que la más alta de Europa sería la de Pillat, en Francia con una altura entre 80 y 107 metros.
Mauritania tiene también las suyas que se caracterizan más por su extensión, 1.200Km, que por sus alturas, ya que son dunas móviles.
Namibia ostenta la famosa "Duna 45", que debe ser la más fotografiada del mundo, de arenas rojas y unos 180 metros de altura.
Sin embargo, la duna más alta del continente africano pareciera ser la "Duna 7, también en Namibia y que con sus 380 metros de altura pretende el título de "La duna más alta del mundo".
En Asia, en el Desierto de Gobi seguramente hay también dunas muy altas, aunque no hay datos de sus alturas.
Pero, cruzando al nuevo continente, nos encontramos con sorpresas "enormes"…
En Perú aparece la Duna Grande en Nasca que con sus 924 metros de altura reclama para sí ese galardón. ¡Casi tres veces la altura de la Duna 7 africana !!
Pero, en Argentina, Don Federico Kirbus descubrió que, recostado sobre las sierras de Zapata, en el bolsón de Fiambalá se ha formado un médano que, con base en 1.615msnm halla su máxima altitud a 2.845 msnm conformando una ¿duna? de 1.230 metros de altura que superaría por más de 300 metros la duna peruana.
Así se han instalado justificadas discusiones acerca de qué se considera "altura":
¿Es la altura la diferencia de altitud entre su base y su cima o, directamente la altura sobre el nivel del mar (altitud) de su cima?.
Aceptado que, como "altura" de una duna, consideraremos la diferencia de altitudes entre base y cima, queda otra discusión: ¿Una duna debe tener todas sus caras cubiertas de arena o es suficiente una acumulación de esta sobre una cara de una montaña prexistente? Porque este es el caso de la mayoría de los altísimos médanos que se forman en el Bolsón de Fiambalá.
Bueno, el asunto es que estábamos en Fiambalá, por enésima vez y nunca habíamos siquiera identificado la Duna de Federico Kirbus, mucho menos intentado "escalarla" en camioneta. Esa era ahora una buena oportunidad.
1.230 metros de desnivel en una superficie arenosa no habría de ser una tarea sencilla. Seguramente exigiría los motores y transmisiones de las chatas a un máximo que ni siquiera imaginábamos.
Jorge Alonso con Jorge Hackanson, Pablo Anastasio con El Pampa Zerega, Alfredo Sánchez solito, Pablo Pezzano con Diego Tognetti y Denis Garione con quien escribe, nos dirigimos esa mañana hacia Medanitos en busca de la "entrada" a la mentada Duna.
Ya habíamos incorporado a ViajerosMapas unas trazas "XX" que podrían conducirnos a la cima del gigantesco médano. Las pendientes no parecían extremas aunque rondaban el 17% con extremos del 39% cerca de la culminación.
La primer sorpresa que nos llevamos (aparte de lo dificultoso que era el comienzo de esa "escalada") fue que la superficie de la base no era arena "pura", sino una mezcla de ésta con tierra y pedregullo suelto.
La segunda consistió en que veíamos plantas y delgados pastos verdes que brotaban en aquella gran ladera. Claro, las intensas y atípicas lluvias estivales de los últimos dos veranos contribuyeron a tapizar de una rala vegetación aquella duna.
Los motores se exigían al máximo y yo temía por su recalentada pues circulábamos en segunda o tercera velocidad de baja y a no más de 10 o 15 Km/h durante largos minutos haciendo una terrible fuerza para abrir paso en la cuesta de arena, con algunas esporádicas detenciones.
El tiempo que demoró cada cual en la base hasta que se decidió a bajar la presión de los neumáticos y el que empleó en la operación misma hizo que nos separásemos y hasta nos perdiésemos de vista en esa extensa ladera cubierta de arena, grietas y algunas matas.
En la parte baja encontramos decenas de huellas que se cruzaban y entrecruzaban, originadas seguramente por otros conductores que buscaron la mejor pendiente para que sus máquinas ganasen altura.
A medida que ascendíamos las huellas fueron desapareciendo hasta que las únicas que quedaban eran las que íbamos marcando nosotros mismos.
A poco de partir, Panastas y Alfredito, deciden no forzar sus máquinas ya que ese era solo un "entretenimiento" mientras que la misión principal de ese día era arribar enteros a Antofagasta de la Sierra por el camino de Las Papas, el Arenal y el Campo de Piedra Pómez.
Quienes insistimos con trepar lo máximo posible pensamos que sería solo un trámite de unos pocos minutos.
Gran equivocación. Estuvimos andando y desandando. Esquivando grandes hondonadas y buscando mejores trazas durante casi dos horas hasta que logramos llegar muy cerca de su cima. Lamentablemente para la acometida final se nos interpuso una profunda grieta en la arena que deberíamos rodear por algún lado descendiendo algunos cientos de metros para volver a emprender el ascenso.
La presencia de nuestros compañeros abajo, esperando, más lo avanzado del día y el ambicioso recorrido que nos quedaba por delante hizo que decidiéramos descender y dejar, en todo caso, la culminación de la tarea para otra oportunidad, dándole el tiempo y la importancia que ella merece.
Llegamos hasta los 2.730m de altura, a solo 115 metros de su cima.
11:30 Hs comenzamos el descenso. Decidimos hacer una ruta distinta, como siempre, para conocer algo más.
Seguramente desde donde ustedes leen esto imaginan que descender es sencillamente apuntar las trompas de las camionetas para abajo y dejarlas caer, sosteniéndolas con una marcha baja.
Bueno, lamentablemente nada más alejado de la realidad, uno no puede predecir que habrá 10 metros más adelante, pasando la siguiente ondulación de arena. Puede ser una grieta, un profundo pozo o una tentadora "calle" que termine frente a una insalvable pared de la duna.
Bajamos distanciados, cuestión que si quienes hacían punta se metían en problemas, los que venían atrás pudieran auxiliarlos desde una posición ventajosa.
Preferíamos andar por las crestas, en la medida de lo posible, para evitar la sorpresa de quedar entrampados en un pozo sin posibilidades de escalar sus arenosas e inestables laderas.
Así anduvimos por casi media hora hasta que, cerca de la cota de 2.400m, hallamos una muy pisada huella que transitaba en sentido transversal a nuestra bajada, manteniendo el mismo nivel y con dirección sur/norte.
Tenía todo el aspecto de ser una huella armada para excursiones al médano llevando turistas por un circuito conocido.
Nos montamos en ella con ansias de conocer algo más de aquella inacabable duna.
Por un buen rato circulamos en sentido norte disfrutando la vista hacia abajo del paisaje del valle cultivado gracias a la presencia de agua del río Fiambalá/Saujil/Abaucán.
Allá abajo divisábamos la población de Medanitos y, más al norte, el pequeño caserío de La Soledad.
Cruzábamos afiladas crestas de arena que recordaban las películas de los touaregs del desierto africano, cuando, de pronto la huella acaba frente a una descomunal hondonada. Abajo, muy lejos, un tributario del Abaucán se abre camino entre la arena
Quienes fuimos