La catástrofe
Vimos alejarse Luis y su mulita, y una vez que desaparecieron de la vista nos aprontamos a seguir. Hacia adelante, un humeral amenazante y mil zanjones pantanosos que atravesar.
Comenzamos a andar y a los pocos kilómetros, supe que debíamos regresar. Estábamos lejos del track, y en cada intento de acercamiento, el piso se hacía más y más lodoso.
En un momento y ya sin tracción, reculo con la chata y le digo a los chicos que ya basta.
Hacemos el último intento de volver al track y nos quedamos empantanados malamente.
Sin ningún punto a donde hacer firme el malacate, intento sacar la chata, pero no hubo caso.
Tiro un poco el freno de mano y traccionó un poco atrás, en la desesperación, (la peor consejera) aprieto un poco el freno y al parecer lo hice de más, ya que un estruendo proveniente del eje delantero me estremeció.
Había destrozado el diferencial.
Ahora el panorama era negro.
Solos, clavados en medio de un pantano, con la chata rota.
En ese momento empezaba a llover. Creo que si un perro perdido hubiese pasado por allí, nos hubiera meado irremisiblemente. Sin tiempo para insultarme a mi mismo, me puse a ver alternativas a tan difícil situación.
Puse en marcha de nuevo la chata y comprobé que, si bien hacia ruido a destrucción, la ruedas giraban.
Primero tenia que sacarla de la ciénaga, para ver que haría.
Ahí fue que saque el único recurso que me quedaba, e hice bajar la rueda de auxilio y una pala de punta que llevábamos en el techo, y elegí el único lugar del terreno donde hacer un hueco para usar la rueda de ancla e intentar salir a malacate. Así fue que empezamos a cavar en el lodo, casi a la altura de la puerta del conductor pero a veinte metros de distancia. El cable tiraría de costado la chata, arrastrándola, según mis cálculos, y dejándola en un terreno más seco, el único que había en la comarca.
Mis primos me preguntaron si ya había hecho esto y le respondí con una sonrisa, que explicó sin palabras, que esto era una improvisación más.
Tuvimos éxito, y la chata arrastrada de costado, salía del pantano. No frené y seguí hasta lo seco, sintiendo los golpes del diferencial. Ahí intenté desactivarlo, pero no fue posible.
Volvíamos a la estancia, logrando llegar a paso de hombre luego de tres o cuatro horas, y después de habernos perdido por un rato en el monte.
Allí, con dedo acusador les dije a los presentes ¡¡Nos metieron en un pantano!!-
Luego, en la conversación todos concluyeron que estuvimos pesimamente guiados, y un peón viejo nos ofreció llevarnos por un lugar, que el aseguró, nos haría sortear el obstáculo. -Ya era tarde para nosotros. Ahora debía ingeniármelas para hacer que la chata ande.
Así, siendo la tarde, me metí en la carpa a pensar como hacerlo.
No podía desarmar el diferencial, ya que necesitaba una llave grande.
La única opción que me quedaba era quitar los palieres y desarmar las crucetas, dejándolas bobas en la masa. Eso hice al otro dia con ambas ruedas delanteras, convirtiendo a mi cherokee en 4x2, guardando en el baúl los palieres delanteros.
Nos despedimos, y nos fuimos.
Ahora, estábamos montados en el “plan C”.
Ese plan lo gesté la noche anterior mirando un mapa de Bolivia, y consistía en llegar a Puerto Ustarez, e intentar cruzar el Guapore para entrar a Brasil, por el medio de la selva. Mis primos estaban fascinados con el cambio de planes. Yo a estas alturas, perdido por perdido, ya estaba jugado y empezaba una exploración de un área sobre la que no tenía ningún dato.
El mapa de Rondonia, no mostraba ninguna población del lado brasilero frente a Puerto Ustarez. Las incognitas a cerca de, si habría como cruzar, y camino al frente, lejos de molestarnos, nos motivaban a seguir en búsqueda de la aventura.
Circulamos por un camino de selva totalmente solitario, sin presencia humana, pero de una belleza sobrecogedora. Paramos mil veces a ver los arboles, a escuchar los mil sonidos de una selva imperturbada. Estábamos a las puertas de una aventura magnifica y que no sabríamos que llegaría a los pocos kilómetros.
El camino se fue haciendo más y más angosto, el suelo lodoso por momentos, haciendo que la chata patine y amenazaba con quedarse.
En la última parte, las ramas volvían a dibujar líneas en el lateral de la cherokee.
En eso, damos una curva y nos llenamos de asombro por lo que vimos: el sendero moría en un rio enorme. Habíamos llegado. Pero el término puerto, le quedaba muy grande a este lugar: solo dos canoas medio hundidas, era la flota que atracaba.
La providencia quiso que ahí, en medio de la nada, tres personas en un barquito, estuvieran pescando.
Se sorprendieron muchísimo al ver salir de la selva a un vehículo del que se bajaron, los extraños personajes.
Ahí conversamos, y nos dimos con la noticia que no había como cruzar, y que debíamos ir a una población brasilera, al frente y distante a unos cuarenta km, a buscar una barcaza para cruzar.
Este barco estaba allí, esperando un grupo de estudiantes que llegó luego, y con quienes nos embarcamos y cruzamos Brasil. En ese grupo conocimos a Marlene, una mujer, que nos llevo en su camioneta hasta Costa Marques, lugar donde deberíamos, al otro día, empezar la peregrinación para conseguir el pontón para cruzar.
Nos encontramos viajando con este grupo de gente desconocida y alegre, y al llegar nos sorprendió, más aún, el lugar donde se pararon los autos: en frente de una pequeña funeraria de pueblo. Aquí nos bajamos todos, y la mujer que nos llevo, ofreció café, y torta, mientras todos hablaban animadamente, en tanto que con mi primo nos mirábamos sin saber que hacer, y sin saber exactamente que hacíamos allí; en un momento le decimos a Marlene, que nos íbamos a buscar la balsa y nos dijo que no era necesario, que su yerno y su empleado ya estaban en el puerto en procura del navio.
También nos ofreció quedarnos allí, a lo que accedimos. No podíamos creer esto que estaba pasando!! Alojados en una funeraria en medio de gente que conocíamos desde hacia solo una hora.
El primo Gabriel, se había quedado con la camioneta del otro lado, y era ajeno a este mundo loco donde nos encontrábamos. Esa noche dormimos ahí, comimos con uno de los chicos que trabajaba ahí, y al otro día, en la pompa fúnebre, recorrimos todo el pueblo hasta que finalmente dimos con la persona justa: un personaje, típico de frontera, un boliviano dealer de todo producto y servicio que se requiriese, llamado Papaito…. El nombre lo describía a la perfección, y Papaíto fue quien consiguió la chata, el motor y quien la guie por las traicioneras aguas del guapore.
Al medio dia iniciábamos la odisea de cuatro horas para llegar hasta nuestra camioneta, abandonada del lado boliviano. Al llegar, casi al atardecer, nuestro primo Gabriel, me dice, -todo bien, solo un problemita, me dormi con la chata en contacto y se quedo sin batería-, como lo dijo, tan tranquilo, seguro, el imaginaba que con el carnet del ACA, la cosa estaba resuelta… Le dije, -PEDAZO DE PELOTUDO!!, ESTAMOS CAGADOS!!!.
La chata estaba en medio del barro de la costa, muerta sin nada de batería; el muchacho de la balsa, que veía mi desesperación y mis ojos desorbitados, saco de la galera una batería tipo de moto, la que le puse con unos cables y les dije a todo ser humano presente, entre ellos estaba Papaíto, -empujen fuerte que solo hay una oportunidad- y asi, hombres, mujeres, gatos y perros empujamos la chata marcha atrás en el barro, solté el embrague, le di contacto para ayudar, y arrancó.
Estaba bañado en sudor, roñoso, y los mosquitos, se ve que disfrutaban de esta salsita asquerosa, ya que me picaban, aun a través de la remera. No había tiempo para el off y en verdad estaba insensible a todo. Ahora había que subirla a la balsa, en 4x2, en medio del barro, y con un escalón entre la balsa y la costa. Los primos habían quedado inmóviles y yo les daba ordenes a los gritos desde dentro de la chata, a la que tenia a 3000rpm para que cargue la batería.
No subia, patinaba, les hice hacer una rampita con tierra y unos palos, ahí mordió y asomo la trompa, les hice atar al cable del malacate a la otra punta de la balsa, y a los tumbos y patinazos, metí la chata al pobre navío; ya estaba arriba!!.. el motor siempre en marcha y sin desacelerar, si se quedaba aca, estábamos muertos.
Cruzamos el rio, y de noche atracamos en la otra costa, en medio de los yuyos, y al ver el lugar de arribo, me dije, - esto va a ser difícil-.
Un escalón de más de 40cm, para bajar de la balsa, nos dejaba en una picada en medio del monte, muy empinada, casi no apta para nuestra 4x2.
Desde la chata, les ordeno colocar las eslingas alrededor de unos matorrales en la costa y anclar el malacate: saldríamos a malacate limpio y tiraríamos la chata de la barcaza; era la única. Eso hicimos y la cherokee golpeo a la salida, cayó a la costa el tren delantero, pegando un panzaso en el borde de la balsa, mientras el eje trasero al caer, la cola daba un golpe infernal contra la balsa.
Ya estábamos abajo, 3000rpm el motor, el malacate tirando, los mosquitos picando, yo dando órdenes a los gritos, la chata en tierra traccionando, prendo los iodos para ver algo, y sin saber por que, el motor se para.
No volveria a arrancar.
La situación era desesperada, la chata colgada del cable del malacate a medio metro del rio, en medio del monte, de noche, y rota.
El muchacho de la balsa miraba sin saber que decir, solo nos dijo, -yo los espero aca-.
Desarmé todo lo que pude, miré si había chispa, no había, y dije, -la compu nos cortó el chorro. – Vámonos a la mierda, mañana volvemos a ver que hacemos-.
Asi fue que nos subimos a la balsa, y navegamos en medio de la noche hacia el fuerte Principe da Beira, una construcción de la colonia, ahora transformada en brigada militar.
Luego de una hora llegamos, y nos dirigimos al cuartel a informar que habíamos cruzado un vehiculo extranjero.
El balsero, compadecido, nos ofreció dormir en su casa donde podríamos armar la carpa. Antes que esto, luego del dia sin comer ni beber, y del monton de aventuras difíciles, con hambre y sed, nos detuvimos en una lanchoette-almacén donde nos comimos una pizza con unas diez cervezas heladas, nos reimos un buen rato y luego nos fuimos a la casa de este AMIGO NUEVO, que nos recibió y nos brindó todo lo que tenia.
Ya mi mente no estaba preocupada, me dispuse en un estado de tranquilidad propio de aquel que pierde todo, y en el que se encuentra una energía y felicidad difíciles de explicar.
Dormimos comodísimos en la carpa, hacia un poquito de frio, y la esposa del balsero nos dio unas mantas y una almohada.
Acá quiero detenerme y hablar de esta gente que, sin conocernos y solo por vernos, nos ofreció de corazón y con amor todo lo que tenía.
¡Qué mezquino es uno!...
Con cuanta miseria nos movemos día a día en nuestra vida, temiendo del otro, presos de las cosas que tenemos…
A la mañana mandé comprar cosas para desayunar, y en la mesa comimos todos, la señora, su hija y nosotros, riéndonos y agradeciendo por tanta hospitalidad.
Gabriel no quiso dormir en la carpa y le ofrecieron una hamaca paraguaya, donde el vago paso la noche.
Nos despedimos y nos dirigimos al cuartel, donde en la guardia pedimos hablar con el jefe, y luego de unos minutos fuimos conducidos a la presencia de un joven y atento teniente. Allí, en mi portuñol descarado, le expliqué quienes éramos, de dónde veníamos, cuáles eran los motivos de nuestra incursión en Brasil, y le solicitaba, que nos diera ayuda a nuestro vehiculo averiado y tirado en suelo brasilero.
Parece que me exprese bien, y descubrió en nuestros ojos, que lo que decíamos era verdad, y nos dijo que mandaria una camioneta militar con el mecánico a buscar nuestra chata.
Nosotros partimos por medio del monte a esperarlo, ya que ellos no podían llevarnos por cuestiones militares.
Luego de una hora, llegamos y estaba ahí; la luz del dia, mostraba A LA POBRE CHATA TIRADA a la orilla del rio, y aun atada a los matorrales con el cable del malacate.
Aún no lllegaban los militares, cuando abro el capot, conecto la batería, le doy arranque, y en la primera vuelta arranca, y se queda regulando suavecita como si nada hubiera pasado.
En ese instante llegan el teniente y su mecanico, en una vieja Toyota bandeirante.
Se puso feliz al ver que la cosa se había solucionado y nos acompañó hasta el fuerte. Alli, nos felicito por haber llegado hasta allí, y nos ofreció una visita guiada al fuerte, la que aceptamos y disfrutamos.