La leyenda cuenta que alrededor del año 1837 Antonia Deolinda de Correa seguía por el desierto a su marido quien había sido reclutado por el ejército de Facundo Quiroga. Llevaba en brazos a su bebe. Deolinda muere de sed pero su bebe sobrevive tomando la leche materna. Y, el milagro es justamente ese, que a pesar de estar muerta amamantó a su hijo.
La leyenda se propagó por todos lados y hoy tiene adeptos en todo el mundo. Quieren declararla Santa.
El santuario esta repleto de flores, fotos, placas con inscripciones, velas, botellas de agua y todo tipo de ofrendas. La gente no solo pide deseos o reza, muchos van a agradecer por el milagro concedido. Así están expuestos en un sala varios objetos como por ejemplo: una moto, trenzas de cabello, unos zapatos y una cartera dorada de Nélida Lobato, los guantes de Monzón, una camiseta firmada por Maradona, las zapatillas de un maratonista profesional, etc.
Es fuerte estar ahí. Uno no puede dejar de imaginar y pensar en las miles y millones de historias de vida que hay detrás de cada ofrenda. Es emotivo, es grande y a la vez es bizarro. Uno siente la fe que la Deolinda despierta.
Con el corazón latiendo subimos a la partner. Faltaban varios kilómetros y lugares por conocer. Pasamos por Marayes, Chucuma, y Las Tumanas, pueblos pequeños con casas de adobe y gente humilde.
A un costado de la carretera, una nena de no mas de 9 años nos hacia señas, cuando paramos nos pidió moneditas y agua. Le dimos lo que pedía y un alfajor. Sus ojos negros se abrieron. Como era de esperar segundos mas tarde salieron a su encuentro otros hermanitos y todos se sentaron en la ruta a comer. No olvidaré aquella expresión en su cara.