AMIGOS de ... 

Martín ZIDEK

CATAMARCA:
"La Cuesta de Randolfo y Antofagasta de la Sierra en 1980"



Hasta fines de la década del `70 para llegar a Antofagasta de la Sierra, capital del departamento homónimo de la provincia de Catamarca (surgido del desmembramiento del Territorio Nacional de los Andes), había que hacerlo por un largo camino que ascendía a la Puna por la provincia de Salta, por San Antonio de los Cobres.

Finalmente el gobierno de Catamarca decidió emprender una obra vial que uniese de una manera más expedita las localidades de Belén, Hualfín, Villa Vil, con la lejana Antofagasta de la Sierra.
Fue así que se abre la que actualmente es la RP43, que sube al altiplano por la trístemente famosa Cuesta de Randolfo.
Digo trístemente famosa, porque tan faraónica obra solo puede ser producto de falta de conocimiento técnico o base de un negociado gastando en ella mucho más de lo necesario.
Esto es así porque prontamente y debido a sus constantes derrumbes, quienes tenían que acceder a Antofagasta de la Sierra, El Peñón o Laguna Blanca, pronto encontraron un "atajo" a campo traviesa que evitaba su intrincado trazado.

En mis primeras visitas a Antofagasta de la Sierra en los años `90, el camino ya no pasaba por la famosa y mentada "Cuesta de Randolfo" (yo no lo sabía y estaba convencido que el "atajo" que había tomado era la "terrible" cuesta que me decepcionó).
Luego conocí su historia y siempre ansié conocer alguien que haya transitado la "original" la "verdadera" Cuesta de Randolfo.

Internet permitió que nos conocieramos con Martín Zidek, el recorrió con su padre y sus hermanos en 1980 la recien inaugurada cuesta y acá nos muestra su relato y sus fotos.
Disfrutémoslo.

Eduardo Cinícola          

El vehículo:

En una camioneta Ford F100, modelo 1977 carrozada. Simple tracción (4x2). Motor 188 nafta (econo 6) con caja de tres velocidades. Rodado de las cubiertas 700 x 16 (lo normal era 650 x 16). Con caja trasera alta, casi 1,70 metros.


Los que viajaban

Mi papá Enrique Zidek, dos de mis hermanos y yo.


El viaje

Salimos de la zona norte del Gran Buenos Aires, pasando por Córdoba, embalse Río Tercero, Cosquín, subiendo por la ruta nacional 60 por las Salinas Grandes a Catamarca. Sierras de Ancasti, Cuesta de El Portezuelo, dique las Pirquitas, cuesta de la Loma Larga, Andalgalá, cuesta de La Chilca, Belén, Antofagasta de la Sierra, Londres, Tinogasta (por la cuesta de Zapata), Fiambalá, las termas, Chilecito (la Rioja), Chepes, Quines (San Luis), dique Luján, San Francisco del Monte de Oro, La Carolina, Cerros Largos, Cañada Honda, Cerro Sololosta, La Toma, y regresamos a Buenos Aires.


La fecha

Salimos por todo el mes de febrero del año de 1980 y el recorrido de Belén - Antofagasta de la Sierra - Londres fue en cuatro días.


Las imágenes tomadas:

Diapositivas de 35 mm capturadas con cámara Optima 1035 electronic de Agfa.

Fotografías con cámara Kodak Instamatik.

Las fotos fueron digitalizadas y las diapositivas proyectadas y capturadas con una cámara digital en alta resolución. Lamentablemente ya se habían estropeado un poco después de tantos años. Quizás podrán observar que en algunas imágenes he podido corregir algunas manchas.


 

EL RELATO

De la Quebrada de Belén a Antofagasta de la Sierra y de regreso a Londres:



Puente sobre el río Belén.


Habiendo arribado a Andalgalá por la cuesta de la Chilca, enfilamos hacia Belén, siendo tarde buscamos un lugar para pasar la noche en la quebrada, del mismo nombre.

No necesitábamos de hotel o camping, ya que la camioneta estaba bien preparada para comer y dormir en su interior con comodidad.
El tiempo no estaba bueno y amenazaba lluvia. Al fin nos acomodamos en una curva de la quebrada que era segura, fuera del camino.
En el lugar, mis hermanos y yo, levantamos el monolito del kilometraje que estaba caído (km 831).




Pasamos la noche en la Quebrada de Belén. Monolito km 831


A la derecha, vista desde el campamento hacia Belén

Al día siguiente, (no llovió), partimos rumbo a Hualfín, previo a nuestro camino a Antofagasta de la Sierra. Si bien Hualfín está fuera de la ruta, necesitábamos cargar nafta y ese era el último punto donde sabíamos que podíamos reabastecernos. Teníamos la información de que en Antofagasta de la Sierra, los lugareños posiblemente nos podrían vender nafta, pero como no era un dato seguro debíamos reabastecernos para la ida y la vuelta.


La Quebrada de Belén se presentaba majestuosa para nosotros que no conocíamos de estos lugares. En momentos nos deteníamos por un instante, sacábamos rápidamente la foto y continuábamos el viaje, ya que la calzada era angosta y no queríamos tener un inconveniente con algún otro viajero. En ese entonces el camino iba en un momento de un lado del río y en otro momento del otro lado. Había que cruzar el río por precarios badenes. Esto sucedía en varios lugares. El camino estaba en reparación o quizás en su trazado final. Hoy en día, creo, el río se cruza solo en la entrada a la ciudad de Belén por un puente y todo el camino recorre por un lado de la quebrada.


 


La Quebrada de Belén.


La Quebrada de Belén.

Llegamos a Hualfín sin inconvenientes, y una vez cargado el tanque y los bidones con nafta volvimos para atrás, al pueblo de El Eje, de allí partimos por la ruta que nos llevaría a Antofagasta de la Sierra.


En el camino a El Bolsón, pasamos por Villa Vil y por la cuesta de Indalecio, que no tenía nada de cuesta. Todo el lugar se volvía cada vez más agreste y antes de llegar al cruce del río de El Bolsón pasamos por un valle al que denominamos "El Valle de los Lagartos", ya que parecían las cabezas de lagartos recostados uno al lado del otro a la vera del camino tomando sol.


El Valle de los Lagartos, así lo bautizamos nosotros por las formaciones que se encontraban al costado del camino y parecían las cabezas de lagartos reposando y tomando sol

 


El Valle de los Lagartos, más adelante, mirando hacia atrás.@


Cuando llegamos al río El Bolsón la apariencia era algo preocupante, un amplio lecho arenoso con charcos e hilos de agua. Mi papá ya renegaba con la camioneta que había perdido mucha fuerza por la altura. Entonces simplemente adelantó el encendido y mejoró bastante. Adelante teníamos el lecho principal del río, donde el agua corría con fuerza. Tanteamos a pie el agua y calculamos que pasábamos bien, pero la F100 tiene el problema que las paletas del ventilador arrojan el agua que levantan las ruedas sobre todo el motor y lo inundan, por lo que se moja el distribuidor y las bujías, quedando inutilizado por un tiempo. Temiendo que esto sucediera en medio del cruce y evitar así que nos quedáramos atascados en medio del cauce del río, quitó la correa del ventilador y pisando el acelerador a fondo cruzó sin problemas. El agua salpicaba para todos lados. Una vez del otro lado volvió a colocar la correa y seguimos viaje.


Hasta ahí todo el trayecto fue por una zona más bien plana, salvo las leves ondulaciones de la cuesta de Indalecio. Zona árida con las extrañas formaciones que se elevan en algunas partes.

Cruzamos el pueblo de Barranca Larga y unos pocos kilómetros más adelante estábamos ante el comienzo de la Cuesta de Randolfo que se mostraba imponente ante nosotros.

Veíamos las altas montañas y el trazo de la cuesta tallada en sus laderas, y pensábamos, "¿por acá tenemos que subir?"

Aquí comenzaba el gran desafío.


Aunque el camino era bueno, era un continuo zigzag en ascenso. La camioneta protestaba por subir, en momentos se escucha el pistonear del motor. El continuo giro por el zigzag (clavillos) no permitía tomar suficiente velocidad y mantener las revoluciones altas del motor, lo que causaba una pérdida importante de fuerza en el mismo.

Con caja de tercera, la primera dejaba mucho que desear en baja, (pocas vueltas), más en estas condiciones.

Esto era el comienzo de la cuesta, más adelante no había tantos clavillos (zigzag) pero la subida era pronunciada y el desconocimiento de la cuesta lo hacía todo más difícil.


 


La cuesta de Randolfo.

Abajo se ven los clavillos. Nos detuvimos a darle un respiro a la camioneta



El ascenso llevó un largo tiempo y muchos nervios. Tras superar cada subida, que parecía indicar el punto final del ascenso, nos encontrábamos con una corta planicie y más adelante otra subida pronunciada, que siempre creíamos que era la última. Era repetir "ya llegamos" y "¡otra subida más!"

Empezamos a divisar las cimas de las montañas y veíamos nieve en ellas. Contento pensaba yo que iba a poder tocar la nieve. Pronto notamos que había algo extraño en su color. Más tarde descubrimos que era arena y nos sorprendió encontrar tanta arena a esas alturas.

Una última subida más y apareció ante nosotros el cartel de "altura máxima sobre el nivel del mar", aunque sin especificar la altura. Metros más adelante el cartel de "comienza descenso". Esto nos hizo lanzar un grito de triunfo "llegamos. Lo logramos".

El paisaje que se presentaba ante nosotros parecía de otro mundo.


 


La cuesta de Randolfo. Llegamos al punto más alto. El cartel lo indica, pero no indica la altura


La cuesta de Randolfo. Comienza el descenso


"¿Lo logramos?..." eso era un decir. Nos faltaba el descenso y un largo viaje por la puna catamarqueña. Y ni hablar de la vuelta.


Ahora ya veíamos la verdadera nieve sobre las altas montañas en el horizonte y se hacía notoria la diferencia con la arena que antes nos engañaba.


 


Bajando la cuesta de Randolfo.

Pueden verse los arenales y en el fondo las altas montañas con las cumbres nevadas

El descenso no fue tan difícil, más bien relajado.

El camino continuó en momentos de arenilla y en momentos de piedras pequeñas pero que podrían haber roto alguna cubierta. Cosa que afortunadamente no sucedió.

Pasamos por dos campos de lava, ambos de color negro pero lo que diferenciaba uno de otro era que en un campo la lava tenía la superficie porosa y rugosa y en el otro la lava era lisa. Tiempo más tarde alguien me comentó que eso sucedía por la diferente forma que se enfría la lava, por contacto con agua, hielo, nieve o al aire libre.

Al golpear la lava entre sí se escuchaba un sonido metálico.



Ya bajamos la cuesta. El camino pasa por uno de los campos de lava.
En el fondo uno de los volcanes que le dieron origen



Hoy tengo en casa todavía muestras de estos dos tipos de lava.



Las dos muestras de lava.

 


La rugosa se ve más brillante, es porque está todavía algo mojada, después de lavarla


Nos esperaba un largo recorrido todavía que estaba lleno de hermosas imágenes de la puna catamarqueña. En momentos, a la vera del camino aparecían pequeñas formaciones que luego descubrimos que eran refugios construidos por los lugareños. Con una altura de menos de un metro, eran suficientes para preservarlos del fuerte y helado viento. Construidos con piedras de lava.

 


Camino a Antofagasta de la Sierra.
Aparece una laguna pero no recuerdo cuál es

 


Laguna Seca

 


Refugio contra el fuerte y frío viento a la vera del camino, construido con rocas de lava

 


Camino a Antofagasta de la Sierra

 


El pueblo El Peñón

 


Una hermosa vista que muestra la inmensidad del lugar


El trayecto a Antofagasta de la Sierra se hizo más difícil y largo ya que tuvimos un muy fuerte viento en contra. En varias oportunidades no podíamos viajar más que en primera y segunda y eso que el camino era una planicie.


A la tarde, con gran alegría, llegamos al pueblo de Antofagasta de la Sierra, y lo primero que hicimos fue de notificar nuestra presencia a la policía del lugar e informarnos de dónde conseguir nafta. Al fin hablando con la gente, hicimos contacto con René, un conocido hombre del pueblo que hace pocos días llegaba del valle con su camión con provisiones y estaba dispuesto a vendernos nafta, pero al mismo tiempo nos avisaron de otro hombre que también nos vendía y acudimos primero a él. René tenía que descargar primero su camión para llegar a los bidones de nafta. Finalmente no le compramos. No nos hizo falta. Para ello comimos en una especie de hostería que tenía él o su familia un riquísimo guiso de llama.


Antofagasta de la Sierra.
Mirando en dirección a la entrada, hacia el lado de Belén


Aquí (durante la tarde) puede verse en los árboles el fuerte viento que suele allí soplar del oeste durante los meses de verano.


Conseguimos nafta.

 

Pasamos la primera noche en la entrada del pueblo, como siempre dentro de la camioneta, a la orilla del arroyo que atraviesa el pueblo.

El amanecer nos esperaba con un hermoso y frío día.


Cenando dentro de la camioneta


Aireando las bolsas de dormir a la mañana siguiente.
Nótese un poco de nieve en las cimas de las montañas en el horizonte


Ese día René nos llevó a pescar truchas río arriba, pasando el pueblo en dirección a Salta. Fue una pesca exitosa, no para mí.

A la tarde comenzó a soplar el fuerte viento helado, y todos corrimos a refugiarnos en la camioneta y a encender la calefacción.

La noche la pasamos nuevamente a las afueras del pueblo como el día anterior y cenamos las truchas, que para mí solo tenían gusto a merluza.

Durante la noche se largó una tormenta en el valle. Podíamos ver los relámpagos lejos en el horizonte y nos apenaba pensar que la mañana siguiente nos encontraríamos en medio de la puna, con un tiempo malo. El viento no paraba de soplar.

Uno de mis hermanos, que dormía en el asiento de la cabina, a media noche puso el motor en marcha para evitar que se congele el agua del motor y rompa el block, lo que nos hizo despabilarnos a todos de nuestros sueños.

Hacía mucho frío, los vidrios mostraban congelada nuestra respiración y mi papá ya le había dado esas instrucciones a mi hermano, antes de la primera noche.

A la mañana siguiente, al levantarnos, nos encontramos con los cerros todos nevados y un espléndido día. La tormenta no llegó a nosotros.


La segunda mañana, luego de la tormenta de la noche en el valle,
nótese ahora mucha más nieve en las cimas y las laderas de las montañas en el horizonte


Desayunando, atrás se ve bien el arroyo


A la mañana siguiente, luego de un fuerte desayuno y de acomodar todas las cosas en la camioneta, comenzamos nuestro regreso al valle.

Nos esperaba ahora desandar esta larga travesía y si bien sabíamos lo difícil que había sido llegar hasta aquí, íbamos confiados porque ya conocíamos el lugar.


Salimos de Antofagasta de la Sierra


Volviendo nos cruzamos con unos arrieros con sus ovejas, burros y llamas


En Pasto Ventura, hicimos un alto para disfrutar de ese hermoso sitio.
Los tres hermanos subimos la loma y construimos en la cima dos monolitos con las piedras del lugar


Tuvimos que detenernos por algunos minutos cuando estábamos ya bajando la cuesta de Randolfo, Vialidad Nacional estaba reparando el camino.
La tormenta de la noche anterior había provocado derrumbes y estaban quitando las rocas y emparejando el camino.



Tuvimos que esperar que la topadora limpiara la cuesta de Randolfo de un derrumbe por la tormenta.
Con mis hermanos estábamos atónitos viendo como arrojaban las enormes rocas por el abismo.
La espera duró solo algunos minutos


Llegamos al valle. Estamos al pie de los cerros, al fondo se ve en las montañas las cicatrices del trazado de la Cuesta de Randolfo, en sus laderas.

¡Desde allá venimos!



Volvimos al valle sin problemas.

Nos impactaba mucho ver hacia atrás, desde donde veníamos.

En las laderas de las montañas se ve el trazo de la cuesta


En nuestro regreso llegamos al cruce nuevamente del río El Bolsón y afortunadamente el cauce no estaba peor que como cuando lo habíamos cruzado en nuestro viaje de ida.


Al llegar al río, nos encontramos con una pareja mayor de franceses que se habían quedado atascados con un Renault 12 en el agua e iban a Antofagasta de la Sierra.

Recuerdo bien un detalle, el agua le llegaba hasta los asientos, entraba por una puerta y salía por la otra y aun así el motor seguía funcionando. Uno veía como el ventilador empujaba el agua delante de la parrilla, esto me llamó mucho la atención, ya que en la F100 debíamos quitar la correa para que no funcione el ventilador y no se nos apague el motor.

El hombre intentaba colocar un colchón inflable debajo de la culata del auto para levantarlo. Se inflaba con los escapes del motor, pero justo llegamos nosotros y tirando con una cuerda, que ellos tenían (y que se estiraba como elástico), logramos sacarlo.

Mi papá todavía nos dijo que nos escondiéramos lejos por si la soga se cortaba, el francés dijo que resistía varias toneladas y así parece que era.


No sabemos qué pasó con esta pareja de franceses.

Tenían todo mojado y les advertimos cómo era el camino para arriba y lo duro del clima también.

Recuerdo que el pobre francés colocaba sobre una piedra una caja de habanos empapados y abiertos por el agua, para que se secaran a los rayos del sol.

Nosotros pasamos el río sin problemas, sin la correa del ventilador y pedal a fondo.


 


Momento en que la camioneta cruza el río El Bolsón.

La obturación fue anticipada, aunque algo puede apreciarse



Seguimos viaje en dirección a Villa Vil y Belén.


 


La cuesta de Indalecio, rumbo a Villa Vil



Nuestro viaje seguía ahora hacia Tinogasta y Fiambalá, a las termas de ambos lugares.

No hizo falta ir a Hualfín a cargar nafta, así que pasando por Belén, fuimos en dirección a la cuesta de Zapata, (el año siguiente ya estaba clausurada).

Hicimos la parada de ese día en el arroyo Londres, cerca del pueblo del mismo nombre, donde nos dimos un buen baño, lavamos ropa y recuperamos nuestras energías de este largo viaje para prepararnos para nuestro siguiente día en que nos esperaba esta hermosa cuesta, con un espléndido día y unos paisajes bellísimos.


 


El arroyo Londres


 

Aquí terminaba esta parte de esta hermosa aventura por el norte argentino.

Ahora seguiríamos hacia Tinogasta por la hermosa cuesta de Zapata


* * * * *



Camino al Abra


el Abra


camino a la cuesta


la cuesta de Zapata



el descenso con el nevado de Famatina en el horizonte

 

*** FIN ***



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