SANTA CATALINA
La población mas septentrional de Argentina

Fotos Página 1

El viaje se realizó durante agosto de 1998.
Esta travesía es continuación de;
Paso de San Francisco
Laguna Blanca
Paso de Puntas Gordas
y Pasos de Sico y Jama.
Esta vez el grupo fue de tan solo tres integrantes.
Utilizamos dos vehículos; un Renault 12 del año 1976 y un VW Senda diesel de 1996.
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La aventura anterior terminó de noche en el Paso de Jama atrapados por la nieve.
De allí retrocedimos a Susques donde improvisamos una salida hacia el norte, hacia Coranzulí.
En ese trayecto sufrimos un percance bravo al quedarnos en un arenal (narrado en el Relato).

Muy tarde, de noche arribamos a Abra Pampa muertos de cansancio y tapados de tierra.

La baja calidad de estas imágenes (por lo que pedimos disculpas) se debe a que son cuadros capturados del video.
La cámara fotográfica de Pablo se nos rompió por el traqueteo, allá por Laguna Blanca
a partir de allí sólo registramos con la filmadora analógica de 8mm.

  A la mañana siguiente rumbeamos hacia La Quiaca, final de la parte Argentina de la carretera Panamericana.

Colla con su asno en plena ciudad de La Quiaca 

Al detenernos a almorzar un exquisito locro jujeño, nos entretuvimos mirando los mapas y allí descubrimos que no es La Quiaca la población mas septentrional de la Argentina, sino el poblado de Santa Catalina.
Hechas las averiguaciones del estado de los caminos y probable distancia nos decidimos a llegarnos hasta allí.

Santa Catalina (21:57N 66:03 Oeste). Pueblito muy pequeño, con callecitas que se enroscan y desorientan.
Gente en las calles, puestos de venta y al fin, por una de esas callecitas, muy angosta, llegamos a una placita triangular de pequeñas dimensiones, adornada con cactus...

... rodeada por la intendencia, algunas coquetas casitas y una iglesia blanquísima con una campana enorme y rajada en su única torre central.

    Estacionamos los coches en una cortadita empinada junto a la iglesia, bajamos y comenzamos a escuchar el sonido de sicus, quenas y tambores.

En el patio lateral de la iglesia había un grupo de musiqueros tocando sones del altiplano.
Nos acercamos y comienzan a caminar, como en procesión.

Los seguimos unas cuadras...

... y entran en una casa con un gran patio central.

Era la casa de reuniones y actos de la intendencia, y la fiesta era la fiesta de la Virgen de Canchillas, patrona del pueblo.

Justo.
Llegamos justo y sin saberlo a la festividad mas importante de la región.
Allí se congregan collas de Jujuy y de Bolivia, que llegan caminando. Bolivia está ahí no mas. Acá no hay río ni arroyo que divida los países, y ellos aceptan sin entender mucho que unos son bolivianos y otros son argentinos. Ellos se saben todos collas y como tales se reúnen a festejar.
En seguida se acercan a convidarnos algo de comer y de beber. No aceptamos porque ya habíamos comido en La Quiaca.

La fiesta es total, varios grupos tocan y se desafían con su música.

La gente baila alrededor.

Al rato insisten con la oferta, ahora es chicha. Oscar Pablo y Héctor se miran sin saber que hacer.

 

 - ¿Tiene alcohol? Pregunta Héctor.
- No, para nada, es chicha pura.
 Se refería en realidad a que ellos no le agregan nada de alcohol, el alcohol se forma solito, por la fermentación del maíz.
Lo que no me animé a decirles a Héctor y Oscar Pablo, hasta que no la tomaron, es cómo se fermenta el maíz con la saliva de las collas que lo mastican y luego lo escupen y lo dejan unos días (en proceso de fermentación) para luego escurrirlo y sacar la tan preciada bebida.
 Cuando se enteraron sus caras se transfiguraron en una mueca entre sonriente de incredulidad y asco por lo que habían tomado.
 Confieso que yo también tomé y me pareció agradable, como frutada y sin ningún dejo de alcohol. Pero a juzgar por el efecto que en ellos hacía, no me cabe duda que “patea”.

En un salón al costado del patio había “otra” fiesta, en ella se habían dado cita las autoridades de la provincia (el gobernador) el intendente, las autoridades de policía provincial, gendarmería y Policía Federal.
Con todos los cordones y ravioles colgando, sentados en dos largas mesas comían y escuchaban un conjunto folclórico de cinco chicas “que habían traído de la capital” (Jujuy) y nos miraban con cesconfianza.

 

Afuera también bailaban, bebían y comían.

Las collas mas ancianas, en cuclillas alrededor del patio recibían sus porciones de carne, que comían con las manos, y su plato de caldillo.


 


 

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V I D E O
(Doble click en la imágen para pantalla completa)
Video: Eduardo CINICOLA


Un conjunto de seis muchachos con instrumentos de viento, un redoblante y un bombo competían estridentemente por tapar a los otros conjuntos.


 
 

La penetración cultural del pais del norte es omnipresente.
"Nike" y "Los Gigantes" de San Francisco estaban allí, inmiscuidos en un tradicional festejo popular de estos pueblos andinos.

   

Las collas de todas las edades. parcas y poco acostumbradas a tanto bullicio miran lo que alli acontece con severa mirada.


Hasta el "diablo" se había hecho presente.

De toda la comarca se había acercado la gente.

Éramos los únicos "gringos" en aquel ruidoso patio.

 

De pronto entran como treinta collas uniformados con camperas de cuero negro y con instrumentos musicales en sus manos. Era la orquesta municipal de La Quiaca que había sido contratada para la ocasión. Se forman en uno de los costados del patio y atacan con valses, tangos, música melódica y marchas.

Algunos restos de carbón humeante muestran los lugares improvisados que habían sido usados para cocinar.

En otras habitaciones, mas gente comiendo.
Más allá, en otro patio, las collas lavan grandes ollas de barro donde habían preparado tanta comida.

Hablamos con un anciano, retirado de la policía de Santa Catalina hacía ya veinte años.
Con los ojos llenos de lágrimas nos cuenta lo contento que está, porque ésta es una de las pocas oportunidades en que puede reunir a todos sus hijos, que, desde lejanos puntos del país regresan en esta fecha al pueblo, a festejar, como lo hicieron sus ancestros.


V I D E O
(Doble click en la imágen para pantalla completa)
Video: Eduardo CINICOLA

La fiesta sigue, y los ofrecimientos de comida y bebida también. Luego de mirar, disfrutar, mezclarnos con la gente, hablar con todos; maestros, políticos de pueblo, jóvenes y ancianos, nos acercamos a una mesa. Hay unas sillas vacías, nos tiramos y la compartimos con otro tipo, medio bicho raro por la vestimenta, (remera súper cheta con anchas franjas horizontales blancas y violeta sobre fondo gris, mocasines lustrosos), pero de aspecto similar a todos los que allí estaban, morocho, cara aindiada, pinta de gremialista capo, resutó ser el comisario Jorge Monzón, jefe de la Delegación de la Policía Federal en La Quiaca que, terminada la fiesta de las autoridades, se sacó “la pilcha” y se vistió de civil.

Con el compartimos unos vinos servidos de botellas reetiquetadas con la cara del gobernador y el senador justicialista de Jujuy.
El comisario era de “Soldati”, Capital Federal. Resultó macanudo, nos incluyó en una invitación que le hicieron a el, a comer un chivito, como si fuera lo mas natural del mundo.

De pronto se acerca una dama y lo invita a bailar a Héctor

Este hombre estaba "machadísimo" por la chicha, pero seguía bailando.

La fiesta seguía y conocimos a un simpático personaje, alegre, muy alegre...

Nos enteramos que los festejos fueron financiados por la municipalidad y la familia Pereira (Roque Pereira y Cecilia Velasquez), nativos de Santa Catalina, que en La Quiaca habían logrado una acomodada posición. A la señora de Pereira se dirigió Oscar Pablo a pedirle unos banderines de recuerdo que había visto que estaban repartiendo. No tenía mas. Pero si pasábamos en un rato por la casa de los alfereces (no sabíamos si era un apellido o un título que quedó de épocas de la colonia en donde los alfereces eran una especie de jefes municipales) nos podría conseguir alguno.



19:15 Nos despedimos de todos, de Jorge (el taquero), de sus cómpañeros, de los organizadores y fuimos a por los coches. En el camino nos distrajimos a visitar la iglesia y la placita. Pusimos en marcha los autos, averiguamos por la casa de los alfereces y, cuando llegamos, los vemos a todos allí. Los canas, los anfitriones, los musiqueros, todos. Nos invitan a quedarnos. Insisten. Entramos, nos reciben con porciones de lomo de llama asado. Exquisito. Las mujeres collas, de cuclillas y a obscuras atendían las parrillas en las que se asaba la carne. Vaca, llama, cordero. Todo cortado directamente de la parrilla y a las manos. Ni cubiertos ni platos. Sólo algún vaso para beber el vino que insistentemente nos servían.

No querían que nos vayamos, pero a las nueve de la noche y con cuatro horas de viaje por delante, por camino de ripio y por montaña, decidimos que era hora de emprender el regreso. Si, el regreso, es que desde allí, desde esa punta del mapa, comenzaba nuestro regreso a casa.

21:15 No sé si era bajada o estábamos muy machados por la chicha y el vino, pero las dos horas hasta La Quiaca se hicieron en una, y las otras dos has-ta Abra Pampa en 60 minutos. Cuestión que poco después de las once ya estábamos en la pensión.
Los desvíos del camino y el serrucho los pasamos a cien y el vino hizo que ni nos diéramos cuenta.

23:15 Llegamos a Abra Pampa
Me acosté con chuchos de frío incontenibles. Como tratamiento preventivo, los muchachos me recomendaron unos tragos de una botella, que me parece que jarabe no era, porque se llamaba “Grants”. Me hizo muy bien, me desperté hecho una uvita.
De bañarse, ni hablar. No salía agua caliente ni que pidiéramos por favor, así que a la mañana siguiente emprendimos la segunda etapa del regreso llevando como recuerdo la tierra de Santa Catalina en nuestros cuerpos y pelo.
 

           
EDUARDO CINICOLA
Agosto de 1.998            

El RELATO completo

 


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