SANTA CATALINA
La población mas septentrional de Argentina
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Narración (diario de viaje)
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Esta travesía, realizada durante agosto de 1.998, es continuación de:
Paso de San Francisco
Laguna Blanca
Paso de Puntas Gordas
y
Pasos de Sico y Jama.
En esta oportunidad el grupo tuvo tan solo tres integrantes.
Utilizamos dos vehículos; un Renault 12 del año 1976 y un VW Senda diesel de 1996.
La aventura anterior terminó, bajando del Paso de Jama hacia el puesto GN.
De allí nos dirigimos a Susques, improvisamos una salida hacia el norte, hacia Coranzulí, donde sufrimos un percance bravo al quedarnos en un arenal.
Muy tarde, de noche arribamos a Abra Pampa muertos de cansancio y llenos de tierra.
10:40
En el puesto de gendarmería Paso de Jama, saludamos y nos vamos.
Susques, a 200 Km. nos espera en esta primera etapa del día, luego Mina Pirquitas.
10:50
A 10 Km. del puesto encontramos un camión parado que nos pide auxilio.
¿Quién era?
Si. El paraguayo. Anoche se les congeló el agua del radiador, rompió una manguera y allí quedaron.
Durmieron en los camiones y se c....... de frío.
- ¿Cuanta agua necesitás? Porque acá tenemos unos bidones. (En realidad eran 3 o 4 botellas de gaseosa con agua).
- Con 60 litros me arreglo.
- ¿Queeee? ¿60 litros? No. Perdiste macho.
- ¿No me pueden llevar hasta el puesto? Les reponemos el gasoil.
- Está bien. Subí. Y allá fue, el gaucho de las pampas, Oscar Pablo a buscar agua con el "paragua". Mientras tanto el otro paraguayo nos cuenta que trabajan para una empresa de transporte de un judío de Asunción que transporta electrónica y chucherías chinas desde Iquique (puerto libre chileno), hasta Ciudad del Este (emporio del contrabando paraguayo) y que cobra unos 7.000 dólares por viaje (que demanda una semana, ida y vuelta).
A ellos, los choferes, les paga unos 3.000 (?) dólares por mes. A la media hora (11:30 aproximadamente) llegan de regreso con el agua, los dejamos (no les aceptamos el gasoil) y continuamos camino.
12:30
Estamos en el enigmático cruce del día anterior, en donde a pesar de la profusión de carteles, uno no sabe muy bien a dónde llegará. Continuamos por un supuesto camino a Susques para tránsito liviano. Rodea el salar de Olaroz, nos cruzamos con varios camiones chilenos que de tránsito liviano tenían muy poco, luego el camino se interna por unas cuestas muy pintorescas y, en medio de unos cerritos, en una olla de unos quinientos metros de diámetro encontramos el poblado de Susques.
13:30
Ingresamos a Susques, pueblo típicamente puneño. Avenida central tipo boulevard, con árboles al centro y los costados, que se acaba a los 300 metros, donde también acaba el pueblo. Iglesia y casas de adobe, limpias y prolijas. Mujeres vestidas con sus largas polleras, sombrero bombín de paño percudido en tierra y bolsas, siempre una bolsa o dos pendiendo de sus manos, cuando no, un niño colgando de sus espaldas. Nos miran como a bichos raros.
13:40
Nos detenemos a almorzar milanesas napolitanas y churrascos con huevos fritos y papas, de un gusto y consistencia propios de la puna. El comedero se llama Doña Rosa.
14:30
Termina el almuerzo, y, al salir del pueblo hacia arriba, a cargar combustible pasamos frente a la aduana, donde hay cantidad de camiones, camioncitos y coches particulares, con chapas de Chile, Paraguay y sin chapa. ¿A quién encontramos? Si, a los camioneros paraguayos con su trencito camión-semirremolque-camión, saludan afectuosamente y continuamos a aprovisionarnos de nafta y gasoil. Preguntamos a unos tipos que estaban con una máquina de Vialidad por el camino para Mina Pirquitas, pasando por Coranzuli según habíamos visto en el mapa. Nos indican que tenemos que volver al “cruce enigmático” (mas de 100 Km.) y de allí subir otros 90 hasta Coranzuli. Lo interrumpo diciéndole que en el mapa figura un camino mas corto, de unos 70 Km. que sale de Susques al norte hasta Coranzuli. Me mira, abre los ojos muy grandes, mira al R12 y luego al Senda y dice “No, ese camino no es para estos cochecitos” (cochecitos, las pelotas, pienso yo, y allí mismo decido, sin consultar a nadie, que ese será “nuestro camino”). Me hago el gil, le hago un par de preguntas mas y me despido. Cuando estábamos por arrancar se acerca un colla, de overoll, que alguna vez fue naranja, con una bola en su mejilla izquierda y mascando.
- ¿Van para “Tanques”?
- ¿Qué Tanques?. No sé. Vamos para allá, para Coranzuli.
- Ahá, pero si van por allí, tengan cuidado. Acá no mas, a la salida, hay un repecho muy empinado. Y mas adelante hay varios “arenales”, uno bastante fulero, tiene como 500 metros.
- Bueno, muchas gracias.
- ¿Si van para allá, me hacen el favor de decirle a Mamani que mañana sin falta se presente a trabajar acá, en la gomería?
- Bueno, está bien. Pero ¿Quién es Mamani y dónde vive?
- El vive ahí, en Tanques, justo antes de llegar a un cementerio.
- ¿Y donde queda eso?
- Ud. métale para adelante que lo va a encontrar.
- Y el arenal, ¿dónde queda?
- Pasando el cementerio, después de un repecho, en una bajadita. Si se prende bien al volante y le mete pata, capaz que lo pasa. Pregúntele a Mamani.
Salimos, nerviosos, presagiando un poco de aventura. Hicimos el “repecho”, una pronunciada y larga cuesta de primera al límite... de pararse. Ello nos sacó del pozo en el que se encuentra Susques. Luego íbamos por las crestas de unas lomadas a 4200 metros de altura por un largo trecho. De pronto, después de pasar un puentecito, el caminito se bifurcaba, uno se metía por una quebrada muy estrecha que subía y no se le veía salida, el otro se dirigía al sudeste, lo descartamos.
El camino por la quebrada se hacía cada vez mas angosto y, abajo, en el precipicio veíamos un arroyito. El sol nos daba de frente y no veíamos pozos ni piedras que aparecían abruptamente a nuestro paso. Subíamos y subíamos enfrentando unas montañas muy altas y no veíamos el paso. Mas adelante, otra bifurcación. La de la izquierda parecía que iba a la cima de un cerro en el que había una antena, calculamos que tenía unos 5000 metros de altura. Estábamos a 4.580. Me juego para subir, con poco criterio, eran casi las cinco, pronto anochecería, el camino era muy muy empinado angosto y con grandes piedras sueltas en el medio. A los 400 metros, y al tratar de esquivar una de las piedras, el motor dijo !Basta¡.
El Senda venía detrás, sin tanto esfuerzo. Héctor y Oscar Pablo no compartían mucho la idea de subir. No insistimos, reculamos y tomamos por el otro camino que también era en subida pero mas suave.
Habían pasado mas de dos horas desde que salimos de Susques, nos habíamos olvidado de Mamani, Tanques y el arenal. En realidad no habíamos pasado ningún cementerio, sí varios arenales, sin mayores problemas y nada anunciaba que hubiéramos pasado por Tanques, excepto que hubiera sido un rancho abandonado rodeado por unas llamas que habíamos pasado hacía una hora.
El Renault iba adelante. De pronto, después de una cuestita le tengo que gritar a Pablo por la radio.
- ¡Macho, acelerá que nos metimos en el arenal!.
Yo, por mi parte acelero. El 12 se va quedando, bajo a segunda, se sigue quedando, bajo a primera.
Se quedó.
- La p... que lo parió, me agarró distraído.
Atrás, Oscar Pablo venía en primera, con velocidad sostenida y tuvo que parar para no pasarme por arriba. Zafarrancho de combate. Héctor y Oscar Pablo bajan del Senda y empujan al Renault, avanzamos 3 o 4 metros y “los burros” palman.
Descansamos (en realidad me agoté de embrague-acelerador-embrague ).
Otro empujón. Y un par más y el R12 sale (faltaban unos 80 metros de arena floja).
- Ahora dejame a mí que te saco el Senda, digo, con aire de suficiencia. Ustedes empujen.
El Senda tiene mas torque abajo y parece que va a salir, pero, de pronto: se paró el motor. Arranque y... arranque y... nada. C....mos, me olvidé que se había roto el automático de arranque.
- ¿Y ahora? ¿Cómo lo ponemos en marcha?
- Probemos mandando corriente directa al burro.
Cables, pinzas, destornillador. Sacar la parrilla del frente, meter las manos, quemarse con el múltiple, y nada. El burro gira pero el bendix no sale.
- Otra idea.
- Empujemos entre los tres, algo lo vamos a mover.
Algo? Casi nos morimos y ni se mosqueó.
- Otra, que se viene la noche.
- Tiremos con el Renault.
- Si, pero mirá donde está. Son como 80 metros. ¿Cuánta linga trajiste?
- A ver, dejame pensar.... 20 metros de 3,5 mm y 16 metros de 4 mm mas las dos de plástico amarillo de 5 metros.
- Yo tengo otra de plástico de 5 metros. Y las que usé para sostener el capot.
- Son 50 o 60 metros. Todavía nos falta.
- Reculemos el Renault todo lo que se pueda.
Así lo hago, no son mas de 10 metros y ya se hunde en el arenal.
- Probemos así.
- Bueno, metamos pata que las lingas de acero están sin armar. Hay que hacerle los ojales.
A todo lo que podemos, por el frío y el poco oxígeno buscamos abrazaderas, tuercas, uniones atornillamos, ajustamos. Héctor va y viene desde el Renault al Senda llevando y trayendo las puntas para hacer las uniones.
Cada “viaje” requiere minutos de “recuperación”. La leve pendiente que separa los dos autos parece un médano de 200 metros de altura en el que los pies se hunden y cuesta mucho avanzar.
- Listo, probemos. Tensamos y ...
- Sonamos, faltan como 8 metros.
Revolviendo en el baúl encuentro una cadena de 2 metros. Falta menos. Una linga vieja, cortada y anudada, 3 metros mas. Oscar Pablo está pensando en sacar los cinturones de seguridad. Vemos los vientos de las carpas y decidimos hacer con ellos una trenza. Justo. Alcanzó justo. Eso sí, es un rejunte que no sabemos hasta donde resistirá. Yo tengo serias dudas que el R12, semienterrado en la arena pueda remolcar el peso muerto del Senda, también enterrado en la arena floja.
- Probemos. Uds. empujen cuando yo avise por radio.
Primera intentona y el Renault apenas se mueve. Las lingas ni siquiera llegan a tensarse. El R12 se enterró más. Manos a la obra. A hacerle zanjas delante de las ruedas. Dos paladas y un minuto de respiración agitada. Otras dos o tres paladas y otro descanso.
Nuevo intento.
Ahora si, lo movimos.
Avanzó, 2, 3, 4 metros.
Basta, los muchachos están palmados. 4 o 5 minutos para recuperar el aire.
Otra vez. Otro descanso, y otra y otro y otra y vuelta a descansar.
Ahora el Renault ya muerde bien. Toma un poco de velocidad y el Senda, sin nadie al volante avanza entre la arena. Oscar corre, quiere abrir la puerta y subir, pero el esfuerzo de la empujada, la corrida entre la arena y la falta de aire hacen todo muy difícil.
Paro.
Ahora, con conductor en el Senda intentamos los últimos 50 metros. El Renault entró en una bajadita lo que hace las cosas un poco más fáciles.
Avanzamos, avanzamos y listo. Ya está, ya salió. Justo en ese momento se corta la linga por su punto mas débil: los vientos de nylon de las carpas.
Recogemos todo, ponemos una linga corta y un último esfuerzo para poner en marcha al Senda.
Son las 18:40 y el sol ya se puso, queda algo de claridad. Estamos muertos, extenuados muertos de frío y mugrientos.
19:10 Ya de noche, después de hacer unos cuantos kilómetros más, y en la total incertidumbre (Nos habíamos jugado al azar ya en dos cruces y no habíamos visto un cartel ni un cristiano en las últimas cuatro horas), aparece una nueva bifurcación. Ya estábamos preocupados porque no sabíamos donde nos habíamos metido ni donde nos conducían aquellos senderos.
- ¿Por qué no buscás en el GPS para dónde queda Coranzulli?
- Porque no lo cargué. (En aquella época los GPSs no traían mapa ni ninguna información incorporada mas que la que uno pudiera cargarle antes de partir, "levantada a pulmón" de las cartas topográficas -no existía el Ozi- e ingresada por teclado una a una).
En realidad no hice a tiempo y sólo cargué hasta Salar de Pocitos. Deberíamos sacar las coordenadas de las hojas del IGM. Y, allí, en la obscuridad, dentro del auto (afuera había viento, para variar), desenrollamos
como pudimos las hojas hasta que encontramos la que buscábamos,y en ella el pequeño poblado de Coranzulli.
Calculamos a ojímetro las coordenadas y las cargamos en el GPS.
Ahora, con la ventanilla abierta (hacía un frío de p..tas) (Recordemos que en 1998 los GPSs tardaban muchísimo en "adquirir" satélites, necesitaban "cero" interferencias -había que sacarlo por las ventanilla- y, como andaban solo a pila y consumían muchísimo, solo se los encendía brevemente cuando era imprescindible conocer las coordenadas donde nos hallábamos o las del destino, para que trace una recta hacia allí).
Decía entonces, con el coche en marcha y las ventanillas abiertas, el GPS nos indicó que Abra Pampa habría de quedar a la derecha, 43 Km.
Hacia allá fuimos.
El camino se metía, al costado de un río, bordeando unos cerros. El GPS indicaba que nuestro destino estaba detrás de esos Cerros, pero no veíamos por dónde los podríamos cruzar.
- Che, ¿No sería que el otro camino los bordeaba por el norte y este capaz que termina en un rancho?
- No sé, pero ya anduvimos como media hora, mejor sigamos hasta el final. Por suerte, en media hora mas apareció el primer cartel. Coranzulli 1 Km.
20:10 Entramos al pueblito.
Es plena noche, todas las casas están cerradas y no se ve a nadie en las calles. Tenemos que averiguar el camino para Mina Pirquitas.
- Allí, allí. Hay un tipo. Preguntémosle a ese.
- Buenas noches señor. ¿El camino para Mina Pirquitas?
- Y ¿Para qué van allá?
- Y... de turismo, para conocer. ¿Se conseguirá alojamiento?
- No, no creo. La Mina está cerrada, recién están tomando gente, parece que la van a reabrir. Pero no hay nadie.
Sonamos. ¿Y ahora, que hacemos?
- Perdón. Y acá. ¿Hay dónde alojarse?
- No señor. A no ser que vean en la intendencia. Pero si van hasta Abra Pampa, allí sí. Es una cuidad grande.
- ¿Y cuánto tenemos hasta Abra Pampa?
- Serán unos 100 Km. Por allí. Después de la primer cuesta, hay una bifurcación. A la izquierda va a Mina Pirquitas y a la derecha van para Abra Pampa.
Lo que no nos dijo fue que después de la primera cuesta venían varias mas (una hora y pico subiendo). Y después una bajada en faldeo infernal, realmente infernal, porque parecía que, de seguir bajando, en esa obscuridad total, llegaríamos al infierno.
El camino se hizo interminable.
A las dos horas de andar vemos a las once (adelante y levemente a la izquierda) una tira de lucecitas que parecían un tren. Avanzábamos y avanzábamos y las luces seguían allí. A la media hora el caminito desemboca abruptamente en una ancha ruta de ripio que lo cruza.
- Para mí es para allá.
- No, no puede ser. Tiene que ser para aquel lado.
Dudamos, discutimos, sacamos las hojas del IGM. Linterna, anteojos, GPS, coordenadas de Abra Pampa, buscar satélites. Espera y...
- Sí, para allá, 22,3 Km. para aquel lado, allá es Abra Pampa.
Las luces que veíamos eran la ciudad, a pesar que, insisto, parecían un tren. Las comenzamos a ver 50 kilómetros antes de llegar.
22:40 Arribamos. Buscamos con cierta dificultad una pensión. Cenamos. Hablamos por teléfono, nos bañamos y DOR-MI-MOS.
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Sábado 15
08:00
Nos levantamos, desayunamos. Limpiamos los coches. Habíamos decidido ir a La Quiaca y veíamos que la ruta 9 que pasaba por la ciudad estaba asfaltada y supusimos que los 75 Km. que nos separaban del límite con Bolivia serían de flamante asfalto, por ello nos esmeramos en sacar toda la tierra de baúles vidrios e interior de los coches.
Trapito húmedo en mano quedaron pipí cucú.
Bajamos todas las cosas de los baúles, las limpiamos una por una y los volvimos a cargar.
10:00
Salimos. Demás está decir que el asfalto se terminó a los 5 kilómetros, y como la ruta estaba en obras nos mandaron por unos desvíos con una capa de tierra suelta de como 20 centímetros.
A los 15 minutos de salir, los coches y nosotros mismos teníamos tierra hasta en el c.....
Los 75 kilómetros hasta La Quiaca fueron una tortura. Los desvíos parecían hechos mal a propósito. El serrucho desarmaba los autos y nos obligaba a ir a 20/30 Km. por hora.
12:00
Llegamos a La Quiaca, límite norte de nuestra querida Argentina.
Cruzamos la ciudad, es bastante grande y poblada, con calles y avenidas asfaltadas, y, al fondo vemos algo así como un arroyo y del otro lado (y esto sin ningún dejo peyorativo) un rancherío. Es Villazón, Bolivia. Allí, al alcance de la mano y separada sólo por ese hilo de agua que las collas cruzan en chancletas y con las bolsas en la cabeza y los chicos en bicicleta.
Mas allá vemos el puente internacional con los puestos de aduana, gendarmería y migraciones. ¡Pero la gente pasa por el charco!.
Las vías del FFCC Gral Belgrano, de trocha angosta que otrora cruzaba a Bolivia, cubiertas de tierra y malezas.
Recorremos, miramos, filmamos y comemos. Si, comemos. Y por primera vez locro jujeño.
Riquísimo. Con unas empanadas picantísimas que nos hacen echar fuego por la boca y otros orificios.
Mientras esperamos el almuerzo miramos los mapas, ahora con mas detenimiento y vemos que, en realidad, La Quiaca no es la ciudad mas septentrional (¡que lujo!) del país. El límite con Bolivia hacia el Oeste se desvía, con rumbo N.O. y traspasa el paralelo de 22 grados Sur.
En definitiva, descubrimos que hay otros pueblitos y el que está mas al norte se llama Santa Catalina. Nos miramos y allí mismo decidimos que debemos visitarlo para agregar otro hito mas a nuestra larga carrera de logros insólitos (fanfarrón el tipo).
En realidad la decisión no fue tan fácil. Ese día 15 de agosto era la famosa corrida de toros en Casabindo, nos habían dicho que la corrida propiamente comenzaba a las 5 de la tarde. Casabindo queda a unos 70 Km. (hora y media) al sudoeste de Abra Pampa.
Antes de salir planeamos, en 45 minutos o una hora, a lo sumo, hacer los 70 kilómetros de “asfalto” hasta La Quiaca, una hora en La Quiaca y otras dos horas para volver y llegar a Casabindo. Justo. A las 3 de la tarde podríamos estar para ver algo de la fiesta y la “corrida”.
Los planes no estaban saliendo muy bien. Llegar a La Quiaca nos insumió dos horas. Una hora de visita y una de almuerzo. Eran las dos y todavía estábamos allí. Si nos apurábamos, y mucho, podríamos llegar a las cinco o cinco y media a Casabindo. Pero nos perdíamos Laguna de Pozuelos y “el pueblo mas al norte del país”.
Decidido.
Iríamos a Santa Catalina y volveríamos a Abra Pampa por la ruta que pasa por Laguna de Pozuelos. Casabindo quedaría para otra oportunidad. Quizás con otros integrantes mas en el equipo.
La dueña de la fonda se ofreció para contactarnos con unos collas camioneros que nos dirían como llegar a Santa Catalina.
- Y ¿Cuántos kilómetros son?
- Serán siete hasta Cienaguillas y otros cuatro más hasta Santa Catalina.
¡Once kilómetros! En diez minutos llegamos y nos da tiempo de sobra para visitar Pozuelos que es una reserva de aves (flamencos) y vicuñas.
14:00
Salimos. Hacemos diez, quince, veinte kilómetros con el rio-arroyo en una hondonada a nuestra derecha que nos separa de Bolivia.
Veinticinco kilómetros y nada, de Cienaguillas nada.
- Che..., no serían leguas las que quiso decir el colla?
- Y, no sé, siete por cuatro veintiocho, puede ser.
A los 48 kilómetros llegamos a Cienaguillas. Allí, en un cruce están los gendarmes.
- Bueenas... ¿para dónde van?
- Hasta Santa Catalina.
- Ah... ¿Van a la fiesta?
- Sí, por supuesto. ¿Cuántos kilómetros nos faltan?
- Serán unos 25.
..... Más adelante y por la radio.
- Che, ¿De que fiesta hablaba el gendarme?
- No sé, pero le dije que íbamos para que no nos demoraran mucho.
..... Más adelante y por la radio Oscar Pablo que iba adelante.
- Acá veo una mujer que va caminando por la ruta con un crío en las espaldas. ¿Paro y la llevo?
- Sí. Por supuesto.
Mientras se detuvo nos acercamos y vimos como, sin sacar el chico de su espalda, subía y se sentaba en el Senda.
Faltaban 15 kilómetros. El paisaje era muy bonito. Montañas suaves que parecían colinas y tenían mas de 4500 metros de altura.
La mujer le cuenta a Oscar Pablo que pensaba llega a Santa Catalina en cinco horas más. ¡Cinco horas mas de caminata, con un chico en la espalda y a 4000 metros de altura!
Una larga recta, una o dos cuestas y vemos una cruz en una lomada. El camino que pasa por un costado y allí, al fondo de una hondonada, protegido del inclemente viento está el pueblito.
Santa Catalina (21:57N 66:03 Oeste). Muy pequeño, con callecitas que se enroscan y desorientan. Gente en las calles, puestos de venta y al fin, por una de las callecitas, muy angosta, llegamos a una placita triangular de pequeñas dimensiones, adornada con cactus y rodeada por la intendencia, algunas coquetas casitas y una iglesia blanquísima con una campana enorme y rajada en su única torre central.
Estacionamos los coches en una cortadita empinada junto a la iglesia, bajamos y comenzamos a escuchar el sonido de sicus, quenas y tambores.
En el patio lateral de la iglesia había un grupo de musiqueros tocando sones del altiplano. Nos acercamos y comienzan a caminar, como en procesión.
Los seguimos unas cuadras y entran en una casa con un gran patio central.
Era la casa de reuniones y actos de la intendencia, y la fiesta era la fiesta de la Virgen de las Canchillas, patrona del pueblo. Justo. Llegamos
justo y sin saberlo a la festividad mas importante de la región.
Allí se congregan collas de Jujuy y de Bolivia, que llegan caminando. Bolivia está ahí no mas, acá no hay río ni arroyo que divida los países, y ellos aceptan sin entender mucho que unos son bolivianos y otros son argentinos. Ellos se saben todos collas y como tales se reúnen a festejar.
En seguida se acercan a convidarnos algo de comer y de beber. No aceptamos porque ya habíamos comido en La Quiaca.
La fiesta es total, varios grupos tocan y se desafían con su música. La gente baila alrededor.
Al rato insisten con la oferta, ahora es chicha. Oscar Pablo y Héctor se miran sin saber que hacer.
- ¿Tiene alcohol? Pregunta Héctor.
- No, para nada, es chicha pura.
Se refería en realidad a que ellos no le agregan nada de alcohol, el alcohol se forma solito, por la fermentación del maíz. Lo que no me animé a decirles a Héctor y Oscar Pablo, hasta que no la tomaron, es cómo se fermenta el maíz con la saliva de las collas que lo mastican y luego lo escupen y lo dejan fermentar unos días para luego escurrirlo y sacar la tan preciada bebida.
Cuando se enteraron sus caras se transfiguraron en una mueca entre sonriente de incredulidad y asco por lo que habían tomado.
Confieso que yo también tomé y me pareció agradable, como frutada y sin ningún dejo de alcohol. Pero a juzgar por el efecto que en ellos hacía, no me cabe duda que “patea”.
En un salón al costado del patio había “otra” fiesta, en ella se habían dado cita las autoridades de la provincia (el gobernador) el intendente, las autoridades de policía provincial, gendarmería y Policía Federal. Con todos los cordones y ravioles colgando, sentados en dos largas mesas comían y escuchaban un conjunto folclórico de cinco chicas “que habían traído de la capital” (Jujuy).
Afuera también comían, bebían y bailaban.
Las collas mas ancianas, en cuclillas alrededor del patio recibían sus porciones de carne, que comían con las manos, y su plato de caldillo.
Un conjunto de seis muchachos con instrumentos de viento, un redoblante y un bombo competían estridentemente por tapar a los otros conjuntos. Ellos se acallaban por un tiempo hasta que atacaban con sus sicus y obtenían su cuota de protagonismo en la fiesta.
De pronto entran como treinta collas uniformados con camperas de cuero negro y con instrumentos musicales en sus manos. Era la orquesta municipal de La Quiaca que había sido contratada para la ocasión.
Se forman en uno de los costados del patio y atacan con valses, tangos, música melódica y marchas.
En otras habitaciones, mas gente comiendo. Mas allá, en otro patio, las collas lavan grandes ollas de barro donde habían preparado tanta comida.
Algunos restos de carbón humeante muestran los lugares improvisados que habían sido usados para cocinar.
Hablamos con un anciano, retirado de la policía de Santa Catalina hacía ya veinte años. Con los ojos llenos de lágrimas nos cuenta lo contento que está, porque ésta es una de las pocas oportunidades en que puede reunir a todos sus hijos, que, desde lejanos puntos del país regresan en esta fecha al pueblo, a festejar, como lo hicieron sus ancestros.
La fiesta sigue, y los ofrecimientos de comida y bebida también.
Luego de mirar, disfrutar, mezclarnos con la gente, hablar con todos; maestros, políticos de pueblo, jóvenes y ancianos, nos acercamos a una mesa. Hay unas sillas vacías, nos tiramos y la compartimos con otro tipo, medio bicho raro por la vestimenta, (remera súper cheta con anchas franjas horizontales celeste sobre fondo gris, mocasines lustrosos), pero de aspecto similar a todos los que allí estaban, morocho, cara aindiada, pinta de gremialista capo, resutó ser el comisario Jorge Monzón, jefe de la Delegación de la Policía Federal en La Quiaca que, terminada la fiesta de las autoridades, se sacó “la pilcha” y se vistió de civil.
Con el compartimos unos vinos servidos de botellas reetiquetadas con la cara del gobernador y el senador justicialista de Jujuy.
El comisario resultó ser de “Soldati”, Capital Federal. Y en un momento se despacha: “Es increíble, vos estás acá, con todos estos negros bailando y si vas a Buenos Aires y lo contás, no te lo creen”. Lo miré, lo imaginé con un ponchito y unas ojotas y lo vi bailando con el resto. Allí me pareció increíble a mí. Me pareció increíble su tono canchero y despectivo hacia sus y mis pares que disfrutaban inocentemente de “su” fiesta y nos habían recibido con los brazos abiertos compartiendo su comida, su bebida y su festejo.
Me parece que después se dio cuenta de su “metida de gamba” y cambió el “look”. Resultó macanudo, nos incluyó en una invitación que le hicieron a el a comer un chivito, como lo mas natural del mundo.
Finalmente lo del chivito se pinchó, en parte también porque teníamos que volver. Era sábado anocheciendo, estábamos en el confín de la Argentina y el lunes terminaban nuestras vacaciones.
Calculamos que teníamos dos horas hasta La Quiaca y otras dos horas mas hasta Abra Pampa, donde, sin avisar y sin pagar, habíamos dejado las pilchas en la pensión.
Si queríamos llegar a las once de la noche, para poder cenar algo, tendríamos que salir a las siete y ya eran las siete.
Nos enteramos que la fiesta la había financiado la municipalidad y la familia Pereira (Roque Pereira y Cecilia Velasquez), nativos de Santa Catalina que en La Quiaca habían logrado una acomodada posición.
A la señora de Pereira se dirigió Oscar Pablo a pedirle unos banderines de recuerdo que había visto que estaban repartiendo. No tenía mas. Pero si pasábamos en un rato por la casa de los alfereces (no sabíamos si era un apellido o un título que quedó de épocas de la colonia en donde los alfereces eran una especie de jefes municipales) nos podría conseguir alguno.
19:15 Nos despedimos de todos, de Jorge (el taquero), sus cómplices, de los organizadores y fuimos a por los coches. En el camino nos distrajimos a visitar la iglesia y la placita. Pusimos en marcha los autos, averiguamos por la casa de los alfereces y, cuando llegamos, los vemos a todos allí.
Los "canas", los anfitriones, los musiqueros, todos.
Nos invitan a quedarnos. Insisten. Entramos.
Nos reciben con porciones de lomo de llama asado. Exquisito.
Las mujeres collas, de cuclillas y a obscuras atendían las parrillas en las que se asaba la carne. Vaca, llama, cordero. Todo cortado directamente de la parrilla y de allí a las manos. Ni cubiertos ni platos. Sólo algún vaso para beber el vino que insistentemente nos servían (mezclado con fanta).
El dueño de casa se acercó al grupo que formábamos con los “polis” y, totalmente beodo, comenzó a contar diez veces el mismo chiste y a reirse a las carcajadas. Como pensaba que alguno no lo había entendido, lo contaba nuevamente, y al rato, no se si porque se había olvidado, o por si alguno aún no lo había entendido, lo contaba nuevamente y nuevas carcajadas de él mismo.
No querían que nos vayamos, pero a las nueve de la noche y con cuatro horas de viaje por delante, por camino de ripio y por montaña, decidimos que era hora de emprender el regreso. Si, el regreso, es que desde allí, desde esa punta del mapa, comenzaba nuestro regreso a casa.
21:15 No sé si era bajada o estábamos muy “machados” por la chicha y el vino, pero las dos horas hasta La Quiaca se hicieron en una, y las otras dos hasta Abra Pampa en 60 minutos. Cuestión que poco después de las once ya estábamos en la pensión.
Los desvíos del camino y el serrucho los pasamos a cien y el vino bebido hizo que ni nos diéramos cuenta.
23:15 Llegando a Abra Pampa, por radio entramos en comunicación con un brasileño de Porto Alegre, estaba tan contento de haberse comunicado con nosotros a esa distancia que no nos quería largar. Le cortamos medio abruptamente, estábamos filtrados y no dábamos para más.
Me acosté con chuchos de frío incontenibles. Como tratamiento preventivo, los muchachos me recomendaron unos tragos de una botella, que me parece que jarabe no era, porque se llamaba “Grants”. Me hizo muy bien, porque me desperté hecho una uvita.
De bañarse, ni hablar. No salía agua caliente ni que pidiéramos por favor, así que a la mañana siguiente emprendimos la segunda etapa del regreso llevando como recuerdo la tierra de Santa Catalina en nuestros cuerpos y pelo. (Perdón, en honor a la verdad creo que Oscar Pablo se bañó a la mañana).
Día 10 Domingo 16
08:00 Levantarse, desayuno en la “zapie”. Por ser domingo el dueño de la pensión se levantaba a las 10, así que nos dejó abierta una puerta del costado. Por allí salimos. A pesar del Negro, siempre impaciente por salir temprano, realizamos la consabida ceremonia de limpieza de los autos.
Ahora sí, nos esperaban 1900 Km de asfalto hasta Buenos Aires. Así que a bajar todo, sacudir, limpiar, pasar trapito, perfumar y a las ...
10:15 Salimos de Abra Pampa. Y la p... que los parió, a los 10 kilómetros se acabó el asfalto. Desvíos, asfalto, mas desvíos y chau limpieza.
En Tres Cruces un policía nos hace dedo. Va hasta Humahuaca. Pablo lo sube en el Senda. Los camiones que van delante levantan una impresionante polvareda. De pronto nos metemos en la nube de polvo que nos precede suponiendo que iba un camión, pero ¡SORPRESA! De repente la nube se disipa y ahí aparece un volquete de 50 Tns. que iba a 5 Km/h. Lo vi de golpe, debajo de la polvareda y a 4 metros. Un volantazo y, a la banquina. Nos salvamos de pedalín.
Continúa una larga cuesta en faldeo que llega a 3900 metros. Nos dice el policía que la ruta nueva tiene otra traza, por donde iba el ferrocarril y que esta cuesta quedará abandonada. El camino está bastante bueno, de ripio pero muy ancho. Viene la bajada y, al final, a dos kilómetros de subir al asfalto vemos, a la izquierda, el desvío para Iruya.
Queda para el próximo viaje.
11:45 Pasamos a los piques por Humahuaca, el poli se tira por la ventanilla.
El asfalto parejito y la bajada por la quebrada de Humahuaca nos invitan a ir rápido. Los velocímetros marcan 130. En 20 minutos hacemos los 45 kilómetros que nos separan de Tilcara.
12:05 Tilcara. Desde la ruta divisamos el famoso Pucará de Tilcara. Otro que queda para otro viaje, junto con Humahuaca, Iruya, etc., etc.
12:20 Pasamos por el desvío a Purmamarca. Es el asfalto que hacia la derecha sube, por la cuesta de Lipán hasta Susques y el paso de Jama. Nos desviamos y a 3 kilómetros llegamos al pueblo de Purmamarca.
Compramos fiambre, pan y gaseosas y almorzamos sentados en un banco de la pintoresca placita. Hay mucho turismo, no se si porque es domingo o porque es un sitio tradicional cercano a Jujuy capital. Es turismo de guita, todos los coches son cero Km. El Senda y el R12 se lucen como moscas blancas... de la tierra que acumularon durante estos diez días de travesía.
Recorremos los puestos de venta de artesanía, estiramos un poco las piernas y...
13:20 Continuamos camino.
14:15 Jujuy capital (63 Km., algunos desvíos por la tierra y un poco de tránsito).
A los piques, casi nos pasamos del desvío a Perico. Por allí teníamos que ir. No queríamos pasar por Salta capital para ahorrar tiempo.
15:00 Gral. Güemes.
16:04 Metán.
16:30 Rosario de la Frontera. Cargar nafta y gasoil.
16:40 Continuamos.
18:05 San Miguel de Tucumán. Otra vez, por la avenida de circunvalación a los piques casi nos pasamos del desvío y terminamos en Catamarca.
19:00 Termas de Río Hondo. Parada a comprar alfajores para comer. Tomamos un café con leche en una plaza, alineamos luces, paramos en una estación de servicio a lavarnos un poco nosotros y los vidrios.
20:00 Continuamos viaje.
20:40 Pasamos cerca de Santiago del Estero capital. Cruzamos el río Salí/Hondo, pasamos por La Banda. Nos perdemos, retomamos y embocamos la 34 a Santa Fe.
23:30 Pinto. Acá, a mitad de camino entre Abra Pampa y Buenos Aires pensábamos dormir. No hay alojamiento. Hay que seguir.
01:00 Ceres, provincia de Santa Fe. Hay alojamiento, pero antes cena en Popeye. Nos rompen el tujes.
Son las dos de la mañana del lunes y nos llama la atención una caravana de vehículos que, casi a paso de hombre recorren el boulevard central del pueblo. Al rato vemos que los autos se repiten, son los mismos. Estan dando “la vuelta al perro”. ¡Que ganas!.
02:20 A dormir.
Día 11 Lunes 17
09:30 Nos levantamos, bañamos, desayunamos, cargamos coches y...
10:30 Salimos. Pasamos por Rafaela y otros pueblos que no recuerdo.
14:30 Rosario. Muertos de hambre y con ganas de choripan. Nos metemos a una parrilla muy coqueta y comemos “de parado” sandwiches de chorizo y vacío.
15:00 Seguimos viaje. A este ritmo a las 6 de la tarde estaríamos en Baires. Pero, no contábamos con la astucia de las empresas de mantenimiento de la Panamericana que, un lunes feriado (fin de semana largo) se les ocurre cerrar por reparación, dos carriles de la autopista, a la altura de Campana. Desde allí a Bs. As. 2 horas y media.
19:30 Nos separamos de Oscar Pablo en Panamericana y Gral. Paz.
20:00 Llegamos. Fueron 5.350 kilómetros. Conocimos gente y nuevos lugares, nos divertimos, lo pasamos bien, cinchamos, aprendimos. Creo que fue una muy buena inversión de tiempo y dinero.
Espero y deseo que se repita tantas veces como sea posible para nuestros huesos.
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EDUARDO CINICOLA
Agosto de 1.998
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