Lamentablemente para nuestros planes ya son más de las 18:00 y es prudente comenzar a pensar en armar campamento.
Poco más adelante nos encontramos con una muy desagradable sorpresa; la laguna se arrima a una pared de roca y nos cierra el paso para continuar hacia el sur.
Unas profundas huellas nos indica que quien se aventuró por allí antes que nosotros lo debe haber pasado feo.
Pero, para peor, unas grandes rocas han caido sobre esa huella y la obstruyen totalmente.
Para pasar habría que internarse peligrosamente en los traicioneros terrenos del borde de la laguna, cubiertos de agua y mallines.
Decidimos invertir la última hora de luz buscando otra alternativa.
Es así que nos internamos más hacia el este pero el terreno con marcada pendiente y cubierto de arenas volcánicas livianas nos complica el avance.
Unos 4000 metros más adelante y unos cuantos metros más arriba, habiéndonos alejado de la traza ideal e imposibilitados de continuar avanzando, debemos abandonar el intento.
El sol ya practicamente se puso y el frío comienza a invadir el ambiente.
Ganas de armar las carpas no hay.
Ganas de cocinar tampoco.
Finalmente decidimos tomar unos caldos calientes y dormir sentados en las camionetas.
La noche fue larguísima y el frío muy, muy intenso.
Por la mañana decidimos volver a la costa de la laguna a hacer un último intento.
En caso de no poder pasar deberemos volver nuevamente a Antofagasta de la Sierra.
El solo pensar en los 25 tortuosos kilómetros bordeando el Salar de Antofalla, nos estruja las víceras.