1500 Km de huellas por la cordillera de Los Andes
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Catamarca y Salta - Argentina

Etapa 2 - Día 1 - Parte 1
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El proyecto Diciembre 2.007 - Segunda Etapa


Tolar Grande es un verdadero oasis en aquel desierto de altura que es la Puna, cubierto de montañas, salares y volcanes.

Hacía ya cuatro días que andábamos abriendo nuevas sendas por allí, habiendo recorrido 900 Km sin hallar población alguna, tan solo los tres integrantes de la familia Vázquez, criadores de llamas, que habitan en la vega de Las Breas.

Cuando nuestras camionetas ya pedían a gritos más combustible, luego de haberse "deglutido" unos 170 litros cada una de tanques, bidones y depósitos auxiliares y cuando nuestros cuerpos clamaban por agua, un baño y una cama, arribamos al "oasis".

Por suerte allí, en el medio de aquella inmensa soledad, en este minúsculo pueblo de poco más de 50 habitantes, hallamos todo lo que buscábamos.

Ya bien "bañados", "comidos" y "dormidos", la mañana del 13 de diciembre nos dedicamos a repostar el combustible para la segunda etapa de esta ambiciosa travesía por la Cordillera de los Andes.

Partiríamos hacia el paso fronterizo al pié del gigantesco volcán Socompa, luego visitaríamos el Llullaillaco, que con sus 6730m de altura ocupa el quinto lugar entre los volcanes más altos del planeta.

Al día siguiente nos meteríamos dentro del cráter del Cerro Médano y como frutilla del postre, luego de cruzar campos minados, subiríamos por la falda del volcán Azufre o Lastarria, a ver y fotografiar sus peligrosos ojos de azufre hirviente de los que se desprenden peligrosos gases tóxicos.

Reponer los 170 litros de nafta por camioneta con balde de 10 litros y embudo nos llevó practicamente la mañana completa. En Tolar no hay surtidor, la municipalidad suele llevar combustible en barriles de 200 litros desde donde los sacan con una bomba manual.
 

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Foto: Carlos Lucchini
Tolar es un oasis en esa tierra de volcanes, desiertos y salares.
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Foto: Carlos Lucchini
Otrora pujante estación con talleres de FFCC, se despobló hasta tener menos de 35 habitantes.
Acualmente, el turismo está llevando nuevamente fuentes de trabajo e ingreso al lugar.
En 2008 ya casi rondaban los 80 habitantes.


Foto: Carlos Lucchini


Foto: Carlos Lucchini
El adobe tomado de las orillas del salar es el material usado para construcción.


Foto: Carlos Lucchini
Repostando combustible en la gasolinera de Tolar Grande.


Foto: Carlos Lucchini
Con tachito de 10 litros cargamos 480 litros de nafta.


Foto: Eduardo Cinícola
Cristales de sal en el Salar de Arizaro.


Foto: Eduardo Cinicola
Blanca y muy pura.


Foto: Eduardo Cinicola
La travesía del salar.


Foto: Carlos Lucchini
Algunos no lo lograron.


Foto: Carlos Lucchini
El frío de la noche, la falta de agua, una tormenta de nieve inoportuna... son implacables.


Foto: Carlos Lucchini
Estación Caipé, 500 metros más arriba que el salar.


Al mediodía partimos a cruzar el extenso Salar de Arizaro por uno de sus extremos.
70 Km de Salar por un camino con algunas tumbas a sus costados de viajantes muertos en el intento, nos arriman a la estación de Caipé, perteneciente al famoso tren transandino denominado Ramal-C14.

Caipé es una más de las tantas estaciones abandonadas de aquel colosal ferrocarril, que no solo trepa hasta los 4500 metros de altura y más, sino que lo hace recorriendo montañas por casi 500 kilómetros en un trazado que, para evitar el uso de cremalleras, tiene una pendiente máxima muy acotada.

Para lograrlo hubo que hacer un minucioso y criterioso trabajo de relevamiento y diseño de traza, cortes y viaductos, sin contar, en aquel entonces, con computadoras, ni fotos satelitales, ni fotos aereas ni modelos digitalizados 3D del terreno, solo relevando a pié, a caballo o en mula con instrumentos muy primitivos y herramientas de cálculo precarias.

El hacedor de esta maravilla abandonada fue el Ing Maury. (Pueden hallar mucha información de esta colosal obra en la web).

Yo digo que Caipé es una más de las tantas estaciones abandonadas del ramal C14, pero en realidad no es así, no es "una más", es la estación de la que parte un llamativo ¡camino asfaltado!, también abandonado, en desuso y sin mantenimiento que une esta estación ferroviaria con la Mina La Casualidad, en donde en los años ´50 ´60 y ´70 se embarcaban, en camiones, toneladas de azufre provenientes de la bocamina llamada Mina Julia ubicada en la Corrida de Cori (una gran veta de azufre expuesto) en la frontera con Chile.

Para llegar a la estación Caipé hay que abandonar el camino internacional que lleva al Paso de Socompa, por un desvío que sube unos doscientos metros de desnivel a encontrarse con las vías del ferrocarril.

Es llamativo el estado de conservación de los elementos ferroviarios abandonados a merced de las inclemencias climáticas y el duro ambiente salitroso al borde del extenso Arizaro.

Desde la estación se tiene un muy buen panorama de ese salar que acabamos de cruzar.
 


Foto: Carlos Lucchini
Estación Caipé. Increiblemente dos o tres álamos crecieron y sobreviven a casi 4000 metros de altura.
Solo es posible por la natural irrigación permanente que reciben de una surgente que llena un tanque cisterna
que se ve arriba en la ladera de la montaña.


Foto: Carlos Lucchini
Hace más de 15 años que nadie vive allí, no tiene sentido, nada se puede hacer por ahora.
Casas y capillas abandonadas.


Foto: Eduardo Cinicola
Sorprende la calidad de los materiales empleados en el ferrocarril.
76 años después, sobreviven pese al desuso y al agresivo ambiente.


Foto: Carlos Lucchini
Viendo este vagón cisterna abandonado y considerando el consumo en combustible
de las camionetas nafteras...


Foto: Sergio Pugliotti
Jorge decide engancharlo para proveernos de abastecimiento de nafta de allí en adelante.


Foto: Carlos Lucchini
Mientras tanto el Tano decide darle una lavada a su chata.


Foto: Jorge Alonso
Una ventanilla mal cerrada provocó la inundación, y me parece que Victoria no estaba muy contenta.


Foto: Carlos Lucchini
Desde la estación se tiene una vista panorámica del salar que acabamos de cruzar
y que se encuentra 500 metros por debajo de nuestro nivel.


Foto: Eduardo Cinícola
Con alguna islita que nos trae reminiscencias gastronómicas.
Muchos soñamos con medialunas y café con leche...


Descendemos 200 metros y volvemos a la precaria ruta internacional que nos arrimará a la frontera con Chile.

Más adelante se cruzan varias veces carretera y vías ferroviarias, siguiendo estas últimas un sinuoso trazado de amplias curvas y mínima pendiente.

Por momentos vemos el corte de las vías en la ladera de la montaña por sobre nuestras cabezas. Por momentos somos nosotros los que estamos más altos y desde allí vemos la víbora de metal enroscándose a nuestros pies.

Vimos varias paradas más o pequeñas estaciones abandonadas.

Decidimos bajar hasta una de ellas y por una abrupta picada descendemos hasta el nivel de los rieles. Es la estación Chuculaqui.

¡Qué desolación, qué soledad, que sensación de insignificancia siente el humano en aquella inmensidad de escarpado terreno!

Me es imposible no pensar en la gente que laboró y vivió allí, en esa casita de piedra al lado de la parada del tren.

¡Qué alegría debió representar para ellos cada vez que un convoy se detenía a dejarles provisiones y noticias del mundo exterior!

¡Qué tristeza cuando el paso de los trenes comenzó a espaciarse!

¡Qué mortal herida cuando dejaron de pasar!

De Chuculaqui decidimos avanzar por sobre los rieles hasta un próximo paso a nivel. Por un momento tuvimos la sensación de viajar en el desaparecido tren.

El abandono se hace patente cuando, en una raja abierta en la montaña para el paso de las vías, enormes rocas desprendidas de la ladera, se acumulan obstruyendo parcialmente el paso.

Por suerte las pudimos esquivar sin tener que recurrir al cabrestante, aunque dudo que hubiéramos logrado moverlas.

- El camino ahora tiene menos curvas y contracurvas, estamos en una especie de altiplanicie por la que podemos circular a mayor velocidad.

Luego asciende y desciende varias veces hasta que comenzamos a divisar la silueta inconfundible del volcán Socompa.
Es impresionante ver en el link el gigantesco movimiento de rocas que provocó el colapso de su cuadrante noroeste.

Mientras dejamos atrás la "entrada principal" a la Salina del Llullaillaco, nos damos cuenta que se nos ha hecho muy, muy tarde para lo planificado.

- La tardía salida de Tolar Grande, sumada a la extensa detención en Caipé hace peligrar nuestra llegada con luz a Mina Julia y la bajada a Mina Casualidad donde teníamos previsto acampar.

Lamentablemente, o afortunadamente, hay que tomarse tiempo para "deglutir" tanto paisaje. Acá no hay monotonía, la sorpresa aguarda detrás de cada curva.

Cuesta imponer un buen ritmo.

Decidimos desistir de llegar al paso Socompa, solo llegaremos hasta las cercanías de la estación Quebrada del Agua, donde intentaremos ver los restos de un gran accidente ferroviario en el que un tren de carga entero se desbarrancó por la ladera, posiblemente luego de chocar con una gran roca desprendida de las alturas de la montaña.

Pasamos por una ténue huella que se abre hacia el sur. La habíamos detectado en las fotografías satelitales y la habíamos marcado como opción para cortar camino hacia la base del volcán Llullaillaco.

Poco más adelante arribamos al sitio del accidente ferroviario.
 


Foto: Eduardo Cinicola
Muchas estaciones y paradores abandonados.


Foto: Eduardo Cinicola
Estación Chuculaqui.


Foto: Jorge Alonso
Pensar que allí vivió gente aun en los crudos y solitarios inviernos.


Foto: Eduardo Cinicola
De allí nos fuimos en tren... cito.


Foto: Eduardo Cinicola
Recorrimos varios kilómetros emulando los convoyes del C-14.


Foto: Carlos Lucchini
Vueltos a la carretera, vemos las tumbas de los que "no lo lograron".


Foto: Jorge Alonso
Más adelante, entre subidas y bajadas, asoma el Vn Socompa.


Foto: Sergio Pugliotti
Adelante a toda vela, estamos atrasadísimos.


Foto: Eduardo Cinicola
Finalmente llegamos, al pie del Socompa a la laguna que se forma
con la vertiente aportada de la Quebrada del Agua.


Foto: Eduardo Cinicola
Allí, 300 metros más arriba corren las vias del FFCC.
Ese es el lugar donde hace unos años se descarriló una locomotora
arrastrando a la formación completa hacia el barranco.
El impacto fue tan grande que la locomotora y los vagones quedaron literalmente irreconocible e irrecuperables.


Foto: Alejandro Danzi
Un acercamiento máximo nos permite dimensionar el nivel de destrucción.


ERA PASADA LA MEDIATARDE Y NOS QUEDABAN VARIOS OBJETIVOS EN EL TINTERO
QUERIAMOS LLEGAR A LA BASE DEL LLULLAILLACO, A LA SALINA DEL MISMO NOMBRE
TREPAR A LOS 5300 METROS DE MINA JULIA y BAJAR A ACAMPAR EN MINA CASUALIDAD...
SIGAMOS...

  Sigue acá...                        

           
EDUARDO CINICOLA
Diciembre de 2007