Llegamos a Cuesta Azul eufóricos.
La huellita acababa en una minúscula placita con juegos para niños.
Cinco camionetas llegaron intempestivamente a aquel apacible poblado.
Ocho energúmenos bajaron a los gritos.
Mientras yo me subía a la bicicleta del muchacho que habíamos levantado en el camino, otros se subían a los juegos para niños a hacer chiquilinadas.
No nos dábamos cuenta que los escasos pobladores nos miraban con ojos desorbitados.
Dejamos las camionetas allí y nos fuimos sacando fotos a troche y moche, a gatos, perros, chicos, ancianos, chivos, montañas y casas, como japoneses de excursión.
A los 200 metros paramos frente a un balcón natural frente al cual se abría el valle por el que se escapaba el Río Nazareno.
La vista nos convenció que era imposible siquiera intentar bajar por el Río Nazareno con rumbo a Iruya. Este corría unos doscientos metros más abajo con paredes casi verticales que nos impedían de cualquier modo descender.
Allí estabamos extasiados con aquel paisaje inabarcable, cuando escucho a mis espaldas que en tono severo alguien le inquiere a Lucho acerca del por qué de nuestra presencia allí y a quién le habíamos pedido permiso para entrar a la "comunidad".
- ¿Cómo permiso? ¿Qué permiso? ¿A quién y por qué vamos a pedir permiso?
Y allí se dio el choque de culturas en pleno siglo XXI.
Si de culturas. Porque para aquellas comunidades aborígenes, su comunidad no es un "pueblito" o un "pueblo" tal como lo vemos nosotros.
Su comunidad es SU casa y como tal es lo que nosotros consideramos una "propiedad privada", casi como un "barrio cerrado".
Costaba entendernos y ponernos de acuerdo.
- Las montañas tambien son nuestras, y si quieren tomar fotos tienen que pagarnos. Seguramente ustedes van a ganar mucho dinero con esas fotos y a nosotros no nos queda nada.
Eran argumentos que nuestro grupo no entendía, pero que ellos veían como único provecho que podían sacarle a esos que vienen, ahora que hay camino, y que les dicen que son turistas.
- No queremos turistas, no los necesitamos. No queremos que ocurra lo que ocurrió en Iruya en donde se perdió la paz, perdimos nuestra identidad, nuestros hijos aprenden costumbres extrañas. Los visitantes ensucian todo y solo dejan basura.
Eran un grupo de "activistas" que luego, ya más calmados, nos cuentan que habían ido a Salta capital a manifestarse también en contra de la apertura de la Hostería Provincial que estaban construyendo en Nazareno, aquella fastuosa construcción, que solo les llevará gente extraña, intranquilidad y desasosiego...
Luego nos cruzamos con la maestra que, por supuesto, no es natural del lugar sino que la mandaron a trabajar allí. Ella, que ha tenido más contacto con el "mundo exterior", ve con agrado la llegada de visitas. Pero eso no alcanza, los que tienen que estar convencidos son quienes han nacido, viven y crecen allí.
Lamentablemente sus argumentos no son para ser desdeñados. Sus razones son fundadas. Pero lamentablemente también, ahora para ellos, va a ser imposible que detengan la marea humana que tarde o temprano los "invadirá". Solo deben estar preparados para poder sacar algún provecho cuando ellos suceda.
Quizás el provecho no sea tan simple y sencillo como cobrar por sacarle una foto a las montañas, quizás tengan que aprender a brindar algún servicio a cambio de un cánon.
Quizas también vengan acaudalados, que se hagan de la Hostería "Provincial", que se hagan de las tierras de los nativos y den ellos los servicios y cobren ellos por ver el paisaje a través de las ventanas de sus hospedajes, quizás...