Viene de...  
Una travesía nocturna
por el lecho del Río Grande de San Juan
~
Límite Argentina/Bolivia
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Foto: Carlos Lucchini

MUSICA de FONDO                     [volumen]........


La zona de la travesía.
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Novienbre de 2.008 -

Veníamos de 4 días de montaña, trepando las laderas del volcán Zapaleri y enhebrando pasos cordilleranos no habilitados.
Dormimos en Cusi-Cusi y desde allí habíamos partido la mañana de ese día.

Toda la jornada la habíamos empleado en la aproximación a la "playa" del Río Grande de San Juan.
En las últimas horas de la tarde llegamos a Cabrería, decidimos que no nos meteríamos por allí al Río Grande. Trataríamos de aprovechar las últimas horas de luz para conocer la bajada a El Angosto y el pintoresco tramo desde El Angosto hasta Buena Esperanza (finca pegada al Río Grande de San Juan).

Luego veríamos cómo continuar, en función de la hora.

El problema mayor era que habíamos reservado habitaciones y comida en una pensión de un matrimonio amigo en Santa Catalina, eso metía presión a los planes.
La travesía por el Río Grande no la queríamos perder de ninguna manera.
 


Foto: Flavio Yarade
Desde las alturas divisamos la cuesta que desciende a El Angosto.
Abajo y al fondo, vemos en tono claro, las "playas" del Río Grande de San Juan.
Del otro lado, Bolivia.
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Para salir de Cabrería debemos remontar una cuesta de casi 700 metros de desnivel, en el apuro me equivoqué (quería cortar camino por las crestas de las montañas) y continuamos hacia Oratorio, desembocamos en la 40 y tomamos hacia el norte, apuntando a Santa Catalina (el destino previsto para esa noche, solo que aún nos faltaban más de 120 kilómetros de recorrido, incluidas varias cuestas y la travesía del Río Grande).

A las 17:00 desviamos hacia el Oeste y a las 18:00 divisábamos desde lo alto la hermosa cuesta que desciende a El Angosto.
Los árboles achaparrados tapizados de un verde muy intenso, en marcado contraste con el rojo de la roca, nos desconcertaban. Los habíamos conocido en invierno, secos y escuálidos. Parecía otro paisaje, más bonito aún.
Media hora y 200 fotos más adelante y ya nos encontrábamos en el pueblito de El Angosto, contemplando su minúscula capilla y sus pocas casitas.

Unos niños sentados en el mástil de la bandera nos brindan un inesperado "concierto" de quena, tocando varios carnavalitos mientras Alejandro intentaba reparar el cierre de la tranquera porta rueda de auxilio de su camioneta.
40 minutos después y con el sol escapándose tras las montañas, partimos en busca del "Río Grande de San Juan", desde allí falta todavía unos 20 minutos a media hora y muchas fotos para llegar.

Mágicamente la visión de los árboles espaciados y achaparrados contra ese fondo de arenas rojas, nos trajo a varios, reminiscencias de imágenes de documentales del Serengueti africano. Extrañísimo. Paisajes africanos en la Puna !! (¿Nos estará haciendo mal la falta de oxigeno?).

Los caseríos con huertas regadas con las acequias que se alimentan del río tienen nombre, Rocha Huasi, San León y Buena Esperanza.

Justamente por buena Esperanza decidimos bajar al Río Grande.

Mala elección.

El talud se había desmoronado producto del agua que escapaba de una acequia rota y las chatas debían hacer equilibrio en un extenso tobogán de unos 50 metros de largo por tan solo 1,40 de ancho.
Las ruedas no cabían, o se iban de un lado, o del otro y de allí al vuelco, solo una fracción de segundo.
El asunto consistía en calzar lo mejor posible una rueda de cada lado para que, en precario equilibrio la chata no se ladee y bajar rápido, muy rápido, antes de que se de cuenta.

Cada cual eligió su método, el que le dictaba su conocimiento o el que le permitían sus esfínteres. Algunos eran infartantes para quienes mirábamos de abajo "y no justamente por lo osados".

Veinte minutos llevó esta operación y eran las 20:00 (hora del este) cuando finalmente pisamos las arenas del ansiado Río Grande de San Juan.

Mide unos doscientos metros de ancho y varios brazos de agua se cruzan y entrecruzan en aquel amplio lecho de arenas, canto rodado, barro y arena movediza.

Nos habían recomendado no circular por la margen boliviana porque podríamos tener serios problemas con la Policía Nacional de Bolivia.

Al principio, el ancho cauce nos daba la impresión de estar circulando por la avenida 9 de Julio en Buenos Aires.
Podíamos elegir a discreción por donde circular y le imprimíamos un muy buen ritmo a esa "travesía fluvial".

Nos sacábamos fotos y nos filmábamos de camioneta a camioneta...

Mas adelante comenzaron los problemas...

El terreno comenzaba a aflojarse antes y después de cada vadeo.

A la salida arena seca, suelta y profunda hacía cinchar a los motores, en las cercanías del brazo de agua la humedad convertía a la arena en pequeñas ciénagas.

Primero se quedó Denis, que venía último y tomó el extenso vadeo con poco impulso.
Jorge y Flavio lo sacaron.

Seguimos avanzando, buscando siempre el terreno más firme y atentos a la inminente posibilidad de un peligroso chaparrón.
La penumbra había invadido esa amplia quebrada por la que circula el Río Grande, los últimos rayos del sol iluminaban como un reflector las fabulosas y lejanas laderas rojizas que teníamos a nuestra izquierda, en territorio argentino.
Por allá arriba pasaba el camino del filo que nos había llevado hasta El Angosto.

Mientras tanto, y en la cuasi oscuridad, le toca el turno a Jorge.

Otro aparentemente inocente vadeo atrapó cual cepo las cuatro ruedas de la Defender.

A pesar que antes de cada cruce buscábamos la zona que parecía menos peligrosa, el método dos por tres fallaba y allí estaba el resto del grupo al rescate.

En este río, a diferencia del de Iruya, la dificultad no radica en una fuerte correntada ni en lecho de grandes cantos rodados, aquí el peligro radica en lo traicionero del suelo. Se avanza sobre una superficie firme que repentinamente cede al peso del vehículo y allí queda este, entrampado en las arenas movedizas.


 


Foto: Flavio Yarade
Parte de la hermosa cuesta que desciende a El Angosto.


Foto: Flavio Yarade
Tiene decenas de pliegues y repliegues.


Foto: Flavio Yarade
Hasta que finalmente nos deposita frente al minúsculo caserío de El Angosto.


Foto: Jorge Alonso
Frente a la pequeña iglesia, disfrutamos un mini concierto de quena
mientras Ale arreglaba la tranquera porta auxilio de la chata.


Foto: Carlos Lucchini
De allí en adelante el camino se complica un poco.


Foto: Jorge Alonso
El Chinchorro tiene que remolcar a la Ballena


Foto: Carlos Lucchini
El Defe de Jorge se asoma por una grieta...


Foto: Flavio Yarade
Por tramos la huella es muy angosta, con precipicio a ambos lados.


Foto: Jorge Alonso
Le toca el turno a Alejandro,
cierra Jorge.


Foto: Flavio Yarade
De un lado violentos plegamientos de areniscas a noventa grados.


Foto: Carlos Lucchini
Del otro "el desierto del Serenguetti"...


Foto: Carlos Lucchini
Nos llaman la atención esos árboles achaparrados en ese fondo desértico de arena roja.


Foto: Flavio Yarade
Comienza el descenso hacia la quebrada del Río Grande de San Juan.
El Chinchorro abriendo camino.


Foto: Eduardo Cinicola
Ya vislumbramos una de las tres fincas que hay allí,
Debe ser San León...


Foto: Flavio Yarade
La finca y detrás el Río Grande.
Como se puede apreciar es muy, muy ancho allí.


Foto: Flavio Yarade
Comienzan los problemas,
El chichorro casi vuelca cuando metió las dos ruedas derechas en esa grieta en bajada.


Foto: Flavio Yarade
El problema era que los bordes se desmoronaban...


Foto: Eduardo Cinicola
La arena con tierra cedía al peso de las camionetas más grandes.
Flavio se toma su tiempo...


Foto: Eduardo Cinicola
Finalmente llegamos al lecho de un tributario,
por el, en unos centenares de metros, arribamos al...


Foto: Jorge Alonso
Ancho cauce semi seco del Río Grande de San Juan.


Foto: Jorge Alonso
Le imprimimos buen ritmo, se está yendo el sol


Foto: Eduardo Cinicola
Los vadeos de los meandros se suceden uno tras otro.


Foto: Alejandro Danzi
Los últimos rayos iluminan las cumbres argentinas.


Foto: Alejandro Danzi
Antes de que oscuresca definitivamente, la foto de las 5 chatas en el lecho del río.


Foto: Flavio Yarade
Foto de los "expedicionarios"


Foto: Eduardo Cinicola
Por la izquierda desciende violentamente uno de los varios tributarios.
Adelante, problemas...


Foto: Flavio Yarade
Primer quedada, Denis.
Se confió demasiado y el terreno cenagoso lo atrapó.


Foto: Jorge Alonso
Flavio al rescate.


Foto: Eduardo Cinicola
De la nada aparecen un montón de bolivianitos curiosos.


Foto: Flavio Yarade
Continuamos en la semipenumbra.


Foto: Eduardo Cinicola
Segundo "problema", se queda Jorge...


Foto: Eduardo Cinicola
Denis al rescate...


Cuando termina la operación de rescate del Defe veo que quedan solo unos minutos más de luz.
Recordaba hace unos cuantos años cuando en el R12 me metí de noche en un lecho similar en Bolivia y tuve que sudar un buen rato la camiseta hasta hallar la salida, absolutamente invisible en la oscuridad total solo horadada por las tenues luces originales del 12. Hallarla fue más una casualidad que algo que se parezca a pericia.
Me pareció oportuno entonces advertirles que quizás sería conveniente un campamento antes que seguir renegando en la oscuridad buscando vadeos probables y salidas invisibles, agregado a que un rescate del agua en el frío de la noche no sería tan divertido como con luz y calor diurno.

Allí saltó uno sacando pecho:

    - Yo tengo experiencia en vadeos nocturnos, lo hice en el río de María (?) y el no se cuanto...

    - Sigamos, sigamos, esto se va a poner lindo. Modularon todos a coro por la radio.

Estos tipos no se amilanan frente a nada, bueno, sigamos, esto si que se va a poner lindo.

    - Bueno Flavio, entonces vos que tenés la experiencia, la máquina, las cubiertas y las luces apropiadas (como diez reflectores de xenón, radón, criptón y freón adornan el frente de la TLC, mas otros de "plasma", "diodos y tiristores" de manera tal que cuando los prende, la chata da un respingo para atrás como reacción al chorro de luz que sale hacia adelante ;o) .

    - No, mejor que vaya Denis.

    - Pero Flavio, vos decís que tenés experiencia en vadeos nocturnos, además, con esas luces...

    - No, no, mejor que vaya Denis, dále Denis hacé punta...

    - Pero Flavio...

De nada sirvió, allá fue Denis a abrirnos el camino iluminado con las luces originales de su Toyota.

Al rato estábamos todos buscando en la oscuridad, posibles vadeos con tal de seguir avanzando.

Solo teníamos en el GPS una recta del GO-TO que apuntaba a Cabrería, pueblito en que habíamos estado a la tarde, a la vera de un empinado río tributario del Grande de San Juan que no estaba señalizado en los mapas.

Mergel bajó linterna en una mano y handy en la otra a buscar sitios donde la húmeda arena parecía más firme.
Allá cruzaba Alejandro y detrás lo seguíamos el resto.

Por momentos era Jorge el que tomaba la punta abriendo camino ayudado por su copi Jaime y atrás, el trencito de otras 4 camionetas.

Tantas luces, tantas chatas, ojos y linternas buscando camino hicieron esto bastante menos traumático que mi mal recordada experiencia en solitario en el R12.

La circunstancia que todos habían decidido voluntariamente y sin ningún tipo de condicionamientos continuar esta travesía nocturna, quitaba presión al "organizador", todos sabían a que se exponían y lo aceptaron, así que solo fue un disfrute.

Cada pequeño contratiempo superado una caricia al ego de cada uno de los integrantes del grupo.

En un momento quedó finalmente Flavio al frente de la caravana por un tiempo y ocurrió la fatalidad...
La foto menos deseada por Flavio... la foto de la enorme Toyota Land Cruisser blanca, agachada frente al charco como un animal tomando agua con las patitas delanteras abiertas y el capot casi sumergido en el líquido elemento.
Lo salvó la oscuridad...

Nuevamente dos malacates de 9.000 libras fueron necesarios para sacar a este ballenato de tan incómoda posición.
Continuamos avanzando a un módico promedio de 6 o 7 Km/h.

De repente me doy cuenta que distraídos buscando los mejores cruces en la oscuridad, nos habíamos olvidado de buscar la salida hacia Cabrería.

Desde el centro de ese amplio lecho y, en la oscuridad, era imposible ver las riberas y, en la ribera Este (a nuestra izquierda) debíamos haber hallado el "empinado tributario" que nos sacara de allí rumbo a ese minúsculo pueblito.
¿Ya lo habremos pasado? ¿Estará más adelante? ¡Que dilema!

Seguir circulando por ese tortuoso laberinto buscando una salida que quizás había quedado atrás o regresar, desandando camino, a buscar una salida que quizás estaba más adelante.

    - ¿Nadie vió nada a la izquierda?

No, todos veníamos mirando los tres metros inmediatos delante de las trompas de las camionetas para no caer en ninguna trampa ni romper nada.

    - Bueno, sigamos.

Denis y Jorge hacían punta. Flavio sacó de su arsenal infinito un enésimo reflector, un buscahuellas con el que iba iluminando la margen Este del río (gracias Flavio! ), pero nada, allí solo se veía un interminable paredón.
El WPT "Cabrería" ya quedaba "justo a las 9" (6Km a la izquierda de aquel lecho encajonado), a partir de allí ya comenzamos a sospechar fuertemente que la salida había quedado atrás.

Sin embargo el río hacía un amplio semicírculo rodeando el punto "Cabrería", con lo cual no nos alejábamos, estábamos siempre a 5 o 6 Km de el.

Miguel, en una de las tantas bajadas a buscar un mejor paso, había quedado de copiloto de Denis que iba haciendo punta.
No se por qué pero en mi GPS, cuando aumentaba el zoom se me borraban las líneas de nivel así que se me ocurre pedirle a Miguel.

    - Mirá, buscá en el GPS las líneas de nivel y buscá a la izquierda cuando estas hagan una escotadura, una entrada hacia el este. Ello significaría una quebrada, por donde seguramente bajaría un río. Fijate si hay alguna adelante o hacia atrás.

Al rato llega la respuesta.

    - Acá adelante hay dos, una a unos 700 metros y otra a unos 2000 metros, ¿serán esas?

    - No se, probemos...

Todos escudriñábamos las paredes que nos rodeaban buscando la salida.

Penosamente avanzamos los primeros 700 metros para descubrir que la primer "escotadura" era una grieta en la pared imposible de remontar.

    - Sigamos, no nos queda otra, faltan 1300 metros.

Quince minutos después llega la buena noticia, Denis y Miguel habían hallado la escotadura por la que bajaba el "empinado tributario" del Grande de San Juan.

    - Fijate si la siguiente curva de nivel apunta hacia Cabrería (Cabrería había quedado un poco atrás).

    - Sí, sí, la siguiente pasa justo por el pueblo !!

Listo, sale con fritas !!

Pero, paremos, detengámonos en el relato, que aquello no era "moco de pavo". Ese "empinado tributario" era justamente, empinado, seco, tapizado de grandes cantos rodados y entrecruzado por decenas de profundos zanjones por los que en épocas de lluvia bajó el agua arrastrando todo a su paso.

Meterse por uno de esos zanjones podía implicar meterse en un callejón sin salida y, en la oscuridad eso solo era cuestión de suerte o mala suerte.

Los chasis de las camionetas se retorcían de un lado a otro, iluminados por los focos de quien los seguía.
Las suspensiones se estiraban al máximo de su recorrido y la rueda contraria comprimía elásticos o espirales hasta sus topes.

Las grandes piedras bola rozaban cañoneras, diferenciales y tanques de combustible.

La pericia de los conductores hizo que pocos golpes se escucharan en el silencio de la noche.
Fueron 5.000 metros tortuosos, para las chatas y para sus tripulantes, apretando dientes, esperando el golpe fatal provocado por una piedra que se desacomoda, un deslizamiento lateral, un involuntario error de conducción.

Por suerte nada de eso pasó y, una hora después, a las 12 de la noche estábamos todos en Cabrería.
El pueblo oscurísimo. Ni un perro salió a ladrar.

Reagrupados comenzamos la trepada de los 700 metros de desnivel de la cuesta de cornisa.
Debíamos ir rápido, pasar por Oratorio y tomar la 40 con rumbo norte.

En Santa Catalina nos esperaban (a las 8 de la noche) con camas preparadas y duchas de agua caliente.
Lucho había hablado por teléfono 15 días antes avisándole a Doña Blanca y a Don César que posiblemente fuésemos a su pensión ese jueves por la noche pero, la verdad era que nos daba mucha vergüenza aparecer a la 1 de la madrugada, 8 sátrapas mugrientos a despertar a esta pareja de gente mayor acostumbrada a horarios "normales", que seguramente estaría en el mejor de sus sueños.

Parados en la puerta de la pensión de Doña Blanca, nos quedaban solo dos alternativas; dormir nuevamente en las chatas sin comer o golpear la puerta.

Convencieron a Lucho de golpear la puerta.

Lucho golpeaba despacito para no molestarlos...

    - Si los vamos a despertar golpea como la gente. Le dice Denis mientras llama a la puerta con tres golpes secos.
    Ya estaban Doña Blanca y Don César "candelabro en mano" abriendo el portal muy contentos por nuestra llegada.
    Terminamos a las tres de la madrugada comiendo unas exquisitas milanesas de llama, ensalada y papitas puneñas hervidas con cáscara, preparadas por Doña Blanca y cocinadas finalmente por Flavio y Denis, devenidos en cocineros oficiales de la travesía.

Deliciosas. Realmente; inolvidablemente deliciosas...
 


Foto: Eduardo Cinicola
Flavio y sus "luces de freón"


Foto: Eduardo Cinicola
Repentinamente nos encontramos en la oscuridad mas absoluta.


Foto: Eduardo Cinicola
¿Será por acá?
¿Será por allá?


Foto: Carlos Lucchini


Foto: Jorge Alonso
Cuando lo convencimos a Flavio que fuese adelante...


Foto: Carlos Lucchini
Ocurrió lo que Flavio menos deseaba...
Dos malacates fueron necesarios para sacar a la ballena de su baño de inmersión


Foto: Jorge Alonso
Finalmente lo logramos!!
La expresión de Alejandro lo dice todo...


Foto: Eduardo Cinicola
En Santa Catalina, en casa de Doña Blanca,
Denis y Flavio aprueban su "maestría" cheff, cocinando unas espectaculares milanesas con ensalada
que nos había dejado preparadas la dueña de casa.


Foto: Jorge Alonso
Doña Blanca, la responsable de las "inolvidablemente deliciosas milanesas".


Como somos unos exagerados, eso no terminó allí
Al día siguiente iniciamos otro recorrido,
pero esta travesía nocturna por el Río Grande de San Juan, la llevaremos por siempre en la memoria
.

  Esta aventura comenzó acá...             Y...               Sigue acá...                        

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EDUARDO CINICOLA
Noviembre de 2008            



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