Subimos nuevamente.
El tránsito por allí requiere de una conducción muy, muy fina.
No hay lugar para un centímetro de error. El precipicio está allí, esperando para engullirnos. Sin embargo el paisaje se empecina en distraernos, es imposible no dedicarle, aunque más no sea unos segundos entre curva y curva, a contemplarlo.
El avance fue lento porque nos deteníamos a tomar fotos de lugares y geografía nunca vista por nosotros.
Por lo abrupto de esas montañas, parecía más paisaje alpino que andino.
En realidad la Sierra de Santa Victoria creo que no pertenece a los Andes, es una formación independiente de viejísimos detritus plegados y luego tallados por los torrentes que forman las violentas lluvias estivales.
Era curva tras curva, tras curva. Decenas, cientos de curvas.
Allá, muy, muy abajo (1.500 metros de precipicio) el Bacoya que se une con el Nazareno, que viene del norte en busca del Iruya.
Pasamos un portezuelo y nos sorprende un pequeño poblado montado en una silleta, con vista a dos profundos valles.
Resultó ser la comunidad Abra de los Sauces.
Antes, una pastora indígena de indefinida edad, pretende impedirnos el paso.
No entiende que andemos por allí sin saber hacia dónde vamos.
- Pero ¿a dónde van ustedes?
- No se, a donde el camino nos lleve.
- Pero usted ha de saber a dónde va. Si no es así ¿a que vinieron acá?
- A nada en especial, a conocer, a sacar fotos...
- Pero para sacar fotos ustedes tienen que pagar !
- Cómo pagar, si le vamos a sacar a los paisajes, no a usted...
- Si, pero todo esto es nuestro, y ustedes con las fotos van a hacer mucha plata y a nosotros no nos queda nada...
El asunto es que no nos quería decir qué había más adelante y tampoco quería que siguiéramos avanzando.
Finalmente logramos que nos dijera que pasando Abra de los Sauces se encontraba efectivamente Rodeo Colorado, pero que los habitantes de la comunidad NO QUERIAN VISITAS !
Se cumplía lo que nos habían advertido, "es una comunidad mucho más cerrada que Azul Cuesta" (donde en expedición anterior y por imprudencia y desconocimiento pasamos un mal rato).
Luego de unos cabildeos y de aceptar las provisiones que les habíamos llevado, nos franqueó el paso.
Avanzábamos realmente atemorizados de que nos echaran a pedradas de SU LUGAR en el mundo.
Pasamos por el abra de donde colgaba el pequeño poblado y continuamos descendiendo abruptamente por la angosta huella poco pisada, con precipicio a la izquierda.
Vemos cierto movimiento y algunas pintadas alusivas a la presencia de un candidato a diputado provincial que, a una semana de las elecciones, había reaparecido luego de cuatro años a repetirles las mismas incumplidas promesas.
Ellos ya lo sabían y por poco no lo sacan a pedradas al insolente candidato.
El asunto es que el revuelo produjo que nuestro arribo a Rodeo Colorado pasara casi desapercibido y, sorpresa, nadie nos echó ni nos maltrató. Todo lo contrario, nuestra actitud de respeto hacia ellos hizo que fueramos casi bienvenidos.
Nos comentaron e indujeron a que visitáramos la capilla y un mirador.
El comerciante de esta comunidad que se las había arreglado para comprarse una flamante camioneta Ford, nos comentó de su idea de construir algunas habitaciones y baños para futuros potenciales visitantes.
Finalmente, tantos miedos y adversiones se dispersaron como una nube y nuestra corta estada en Rodeo Colorado fue de lo más distendida.
Un anciano del lugar nos contó de la existencia de una antigua huella que llegaba alli desde el abra de la Cruz, por otro recorrido, pero que ahora se hallaba semiabandonada. Lamentablemente eran mas de las 17Hs, un poco tarde para investigar. Debíamos regresar a cumplir el objetivo primitivo de ese día que era intentar llegar a Llulluchayoc por las crestas de Santa Victoria.
Sabíamos, por la hora que ya era impracticable, pero al menos desandaríamos las miles de curvas de esa huella para quedar más cerca del desvío que, a campo traviesa, nos debía acercar a Llulluchayoc.
La opción eran intentar dormir en Casillas, por donde habíamos pasado esa mañana y donde habíamos visto un poblador, una escuela y una capilla cerradas, y ver si podíamos lograr armar nuestras bolsas de dormir allí.
Caso contrario deberíamos regresar hasta Iturbe, donde seguramente no había pensión ni menos hotel.
Desandar ese camino nos insumiría, al menos, tres horas y media, por lo que seguramente los últimos tramos los haríamos de noche.
Así fue que, lentamente al principio y más aceleradamente luego comenzó el retorno.
En la cima de una montaña de más de 4200 mts de altura, nos despedimos con cierta congoja de una anciana ciega que cuidaba su rebaño y apedreaba con certera puntería a su perro pastor, para acallar sus ladridos y permitirle conversar con sus circunstanciales visitantes, a quienes nunca conoció.
En plena obscuridad, a las 20:30 arribamos a Casillas.
Los dos únicos circunstanciales pobladores sufrían los efectos de un festejo etílico, sin embargo tuvieron la amabilidad de abrirnos un recinto anexo a la capilla donde pudimos preparar nuestras cenas de campamento y tender las bolsas de dormir al reparo del viento.