Sin habernos repuesto del todo de ver este particular fenómeno consistente en un pueblo tapado y destruido por el arrastre de un río nos encontramos con el angosto del Cebilar. Las laderas se van tupiendo de bosque y aparecen pequeños manchones rosados, descubriendo los Lapachos que empiezan a aparecer mostrando los primeros colores de la incipiente primavera. Nos cruzamos con unos lugareños que cansinamente acompañan un arreo de mulas que cargadas con panes de sal y bolsas de naranja se dirigen río arriba rumbo a Higueras buscando cambiar esta preciada carga por mercadería de su interés.
Mas adelante un maltrecho puente peatonal hacho con palos delata la proximidad de un poblado. Nos estabamos acercando a Matancillas, pequeño caserío enclavado en un valle al lado del río. Desmontamos y uno tras otro los animales se fueron escurriendo hacia arriba en busca del pueblo, estiramos las piernas y los imitamos. Arriba nos encontramos con un lindo poblado, una diminuta y modesta capilla, un moderno Puesto sanitario, y una escuela en la fase final de su construcción.
Desensillamos, acondicionamos los caballos en un cerco vecino con buen forraje y preparamos nuestras pilchas para pasar la noche. En la cocina del puesto sanitario pusimos leña en el fuego y asamos un chivito que nos venia acompañando, carneado, desde Iruya. Es la cocina un cobertizo hecho con maderas y rudimentario techo que sirve para mantener siempre prendido el fogón, no forma parte del nuevo puesto sanitario, es parte de la cultura de estos pueblos y cocinas similares no faltan en ninguna casa.
Visitando el poblado observamos curiosas y prolijas construcciones de piedra. Los dinteles de puertas y ventanas en la mayoría de las casas han cambiado la piedra por bien troceadas y canteadas vigas de madera, algunas con curiosos trabajos de tallado. La piedra se observa trabajada con mas esmero y prolijidad. La madera es abundante y predomina el Cebil colorado junto a Tipas, Alisos, Quinas, Lapachos y muchas variedades más.