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SALTA
Por el cauce del Río Iruya

"Una excursión a caballo desde Iruya hasta Orán"
Nicolás Bello y Nora María Bello

Página 3

Escrito por Nico Bello en Agosto de 2003.

Un lindo día nos acompañaba. Apurando el paso de nuestros montados por sobre el volcán del arroyo Higuera nos dirigimos al sur internándonos en el río Iruya. Es temprano y el sol todavía no alumbra el fondo de la quebrada. Por sobre nuestras cabezas y tras de unos peñascos gran cantidad de cóndores anunciaban la presencia de algún animal muerto.

La dureza del paisaje del día anterior, aun sin abandonar tal característica empezaba poco a poco a suavizarse; en las laderas protegidas y ocultas al sol en forma permanente se empezaban a ver los primeros manchones verdes formados por payos junto a incipientes conjuntos de árboles, en su mayoría Tipas y Alisos. Sin que nos diéramos cuenta la áspera montaña que nos despidió en Iruya comenzaba a mostrarnos otra tonalidad de colores.

7-Llegando a Tipayoc.

Seguimos rumbo a Tipayoc, apenas 3 casas cuyos andenes de cultivo fueron arrasados por las ultimas crecientes y sepultados por el volcán. Dos mujeres con un niño en brazos nos reciben con tanta desconfianza que no logramos hacer que emitieran tres palabras de sus bocas, solo miradas con mezcla de curiosidad y desconfianza. Trocamos golosinas por un par de sonrisas y seguimos viaje hacia Uchuyoc, donde a la vera de un cristalino arroyo nos detuvimos a almorzar.

8-Mujeres en Tipayoc.

Pasamos el angosto de Peña Blanca mientras el río se encajona y encrespa sus aguas tratando de impedirnos el paso. Metros mas adelante observamos una angosta cuesta que haciendo zetas se interna montaña arriba hacia Abra del Sauce. Este es una de las tantos senderos por los que los pobladores escapan en verano hacia las tierras altas.

9-caserío de Agua Blanca.

Observando con detenimiento pareciera imposible circular por esa senda, tan angosta y empinada se presenta. Pero uno a uno y con paciencia, infinidad de pobladores y animales se escurren hacia las alturas.

Poco a poco va cambiando la vegetación, de ver algunos arbolitos dispersos hemos pasado a divisar grupos de árboles. La playa del río se va ensanchando mostrándonos una gran explanada formada por el encuentro del Iruya con el río Volcán que hace su aparición desde el sur mostrándonos su angosto hilo de agua con la inocencia más absoluta. Este río es hasta aquí unos de los principales afluentes del Iruya. Su gran cuenca que abarca hasta la cima del Co. Morado de Colanzulí, en verano derrama sus turbulentas aguas en esta parte del río Iruya.

En esta confluencia se adivinan los restos de San Antonio, un pueblo que en los últimos 25 años fue desapareciendo hasta quedar cubierto casi en su totalidad por el volcán. Tan importante era este pueblo que era el único en la zona que contaba con policía, estafeta postal, incluso una Iglesia cuya última pared fue arrastrada por las crecientes del último verano. Prácticamente el volcán del río homónimo ha tapado el pueblo, pocas casas se ven y a juzgar por lo que se observa, cada año quedan menos. En medio del río un gran algarrobo ya seco se encuentra aprisionado por los arrastres del volcán dejando ver únicamente sus ramas superiores. Quizás sea este árbol lo que nos dé la medida palpable de lo que fue esta zona en otros tiempos. Un solo rancho se encuentra habitado, el resto ruinas.

Sin habernos repuesto del todo de ver este particular fenómeno consistente en un pueblo tapado y destruido por el arrastre de un río nos encontramos con el angosto del Cebilar. Las laderas se van tupiendo de bosque y aparecen pequeños manchones rosados, descubriendo los Lapachos que empiezan a aparecer mostrando los primeros colores de la incipiente primavera. Nos cruzamos con unos lugareños que cansinamente acompañan un arreo de mulas que cargadas con panes de sal y bolsas de naranja se dirigen río arriba rumbo a Higueras buscando cambiar esta preciada carga por mercadería de su interés.

Mas adelante un maltrecho puente peatonal hacho con palos delata la proximidad de un poblado. Nos estabamos acercando a Matancillas, pequeño caserío enclavado en un valle al lado del río. Desmontamos y uno tras otro los animales se fueron escurriendo hacia arriba en busca del pueblo, estiramos las piernas y los imitamos. Arriba nos encontramos con un lindo poblado, una diminuta y modesta capilla, un moderno Puesto sanitario, y una escuela en la fase final de su construcción.

Desensillamos, acondicionamos los caballos en un cerco vecino con buen forraje y preparamos nuestras pilchas para pasar la noche. En la cocina del puesto sanitario pusimos leña en el fuego y asamos un chivito que nos venia acompañando, carneado, desde Iruya. Es la cocina un cobertizo hecho con maderas y rudimentario techo que sirve para mantener siempre prendido el fogón, no forma parte del nuevo puesto sanitario, es parte de la cultura de estos pueblos y cocinas similares no faltan en ninguna casa.

Visitando el poblado observamos curiosas y prolijas construcciones de piedra. Los dinteles de puertas y ventanas en la mayoría de las casas han cambiado la piedra por bien troceadas y canteadas vigas de madera, algunas con curiosos trabajos de tallado. La piedra se observa trabajada con mas esmero y prolijidad. La madera es abundante y predomina el Cebil colorado junto a Tipas, Alisos, Quinas, Lapachos y muchas variedades más.

13-Casa en Matancillas.


MATANCILLAS

La algarabía es general, se escucha música en alguna casa, risas en otras, guitarras mas allá, un bombo mas abajo. Son los primeros días del mes de agosto y los pobladores de la zona están festejando y dando gracias a la Pachamama desde hace ya varios días. A poco de llegar nos visita Don Cañizares, pintoresco personaje que nos entretiene un largo rato con su charla. Los chicos circulan por todos lados, el día ha terminado y ruidosamente se esparcen por el caserío. Desembalamos nuestros acostumbrados alfajores para gusto de los chicos de la escuela.

14-Niños a la escuela en Matancillas.


El chivo estaba listo y terminaba un día mas de nuestra excursión. El cielo despejado y lleno de estrellas como nunca, acompañaba tambien a los espléndidos días de sol que disfrutábamos.

Quizás sea esta zona la parte mas solitaria y aislada de nuestro recorrido. La gente se esconde y los chicos corren y se escabullen dentro de sus casas, no están acostumbrados al visitante. De hecho se nos ocurrió preguntar si por aquí habían visto pasar turistas. La respuesta fue unánime; fuera de los médicos que en forma continua visitan la región a nadie habían visto pasar en muchos años.

Ing. Nicolás Bello


Continúa en... Página 4

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