Hemos amanecido y estabamos con nuestros caballos en la playa del río.
Un tractor con un alto acoplado ha llegado a Matancillas procedente de río abajo la tarde anterior trayendo materiales para la escuela y ayudando en sus traslados a la gente de la zona. Transita por una áspera huella que cose el río numerosas veces. Lleva un alto acoplado, condición necesaria para que el agua no alcance las personas y cosas transportadas en los frecuentes cruces. A medio día nos pasa, cargado de gente y mercadería, y con su motor ronroneando se aleja río abajo en busca de Isla de Cañas.
Pasamos el angosto de Aguas Calientes. Hacia el norte una vertiente de tibias aguas le presta su nombre a este lugar lleno de verde. A poco de andar se abrió una gran playa delante de nosotros. El cauce es tan amplio que tranquilamente podemos arriesgar que tiene 700 u 800 metros de ancho en esta zona.
Habíamos llegado a Monoyoc, lugar de grandes cañadas donde los lugareños bajan sus animales en invierno a pastar ante la ausencia de pasto en las zonas mas altas y áridas. La belleza del lugar nos deja perplejos. Una gran cañada se abre a nuestra izquierda en dirección al norte, que luego de cruzar el Abra de Monoyoc desciende hasta las nacientes del Pescado, otro importante río de esta gran cuenca del Bermejo.
Una gran explanada permite el asentamiento de la finca Monoyoc, una modesta vivienda de grandes tablas y en los alrededores infinidad de pájaros y monos aturden con sus cantos y chirridos característicos, escondiéndose entre los grandes árboles del lugar. Aquí viven Dn. Eustaquio Mamaní y su señora, ausentes a nuestro paso. Observamos un gran corral de piedras asentadas en seco y numerosos caballos que a sus anchas disfrutan de este paraíso.