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Alejandro Rocha Casares

Recorriendo la Patria en Moto


VIAJE A SAN ANTONIO DE LOS COBRES / IRUYA – Julio 1996

Teníamos motos enduro, teníamos ganas de conocer el país... ¿Qué más?
Un día decidimos:
"Nos vamos en avión y mandamos las motos en flete", y así fue, en un par de horas estamos en cualquier parte del país, utilizamos al máximo 4 o 5 días y volvemos al trabajo.

Walter Florio en junio dice: "Vamos a Salta y Jujuy, ya saqué pasajes, ¿Quién viene?".

En esos días él era el guía, su ayuda era el mapa zonal del ACA, no sabíamos nada de GPS ni internet, sólo buscamos caminos sin asfalto y un lugar conocido turísticamente. No nos informamos más allá de lo que decía en esos planos.

En esta ocasión nuestro objetivo fue la Quebrada de Humahuaca y tratar de llegar a Nazareno, a una escuela en la montaña, al norte de Salta donde estaba un maestro conocido por él.

Juan Morales y yo nos prendimos en la aventura.

 

Salimos a las 6:30 de BsAs y a las a las 9 de la mañana estábamos los tres en las motos en Salta.

Tomamos por la Quebrada del Toro, pasando por Campo Quijano, varias paradas para sacar fotos, almorzar y en pocas horas llegábamos a San Antonio de los Cobres, 3800 metros de altura s/n/m. Nos alojamos en la muy buena Hostería de las Nubes, y salimos a conocer. Recorrimos el pueblo y nos indican seguir por el camino para ver el Puente La Polvorilla del Tren de las Nubes.

Decidimos ir a conocerlo, así que tomamos la ruta 51; la dejamos a unos 15 km del pueblo y llegamos a la abandonada Mina Concordia desde donde subimos a las vías del mismísimo tren a hacer unos kilómetros. Se hacía de noche y el frío asustaba, dimos la vuelta justo en el mojón del km 1349, sin saberlo estábamos a 3 km del puente.

A la noche hicimos los necesarios llamados telefónicos a nuestras casas donde Walter le confiesa a su mujer: "Me parece que volvemos mañana". La altura hacía estragos en su cabeza, a Juan y a mí nada más algo de molestia.

 

A la mañana siguiente, el frío nos dificultó el arranque de las motos hasta la salida del sol.

Nos dirigimos hacia Purmamarca por la ruta 40, el camino de muy buen ripio, en plena soledad, un paisaje infinito, la salina a la distancia, un trayecto que de a poco a medida que bajaba la altitud nos daba una satisfacción nunca antes sentida. A pocos kilómetros de la salida sobrepasamos un grupo de personas a pie llevando un cajón de un fallecido a las afueras de la ciudad quién sabe donde…

 

Pasamos por el pueblito de Tres Morros, diez casas y una iglesia bastante importante para ese lugar. Desde allí sólo casas abandonadas por el camino.

Llegamos a la ruta 52 hacia Purmamarca, amplísima, bien mantenida, de ripio, usada por los camiones de transporte.

 

El agua que bajaba de la montaña estaba congelada en las laderas.

 

 

 Desde lo alto se divisaba serpenteante el camino que íbamos a recorrer entre variados colores, como dibujado por una mano gigante.

 

 

 

A lo lejos luego de 100 km comenzamos a ver la ciudad (en realidad en pueblito de Purmamarca, unas calles coloniales, adoquinadas.

Un pueblo que pareciera de otro siglo.

 

 

 

 

Unos km antes de Purmamarca se encontraba el Cerro Siete Colores y una formación de montañas cónicas color ocre que nos llamó mucho la atención.

 

 

Un descanso en un bar de la plaza principal y tomamos por la ruta 9 que en unos 25 km nos dejó en Tilcara donde dormimos.

A la mañana siguiente salimos por ruta a Humahuaca.

Fotos en la famosa Quebrada –nuestro principal objetivo-, en el monolito del Trópico de Capricornio y llegamos a la ciudad de Humahuaca.

Demasiado turística en comparación a los que veníamos viendo, pero del mismo estilo de Purmamarca.

 

 

Nos quedamos a ver la salida del Santo en la torre de la Catedral y preguntamos a un lugareño sobre la foto que figura en la tapa del plano del ACA. Era Iruya y sólo por ver la foto allí decidimos ir, sin saber nada más allá de eso.

Desde la ruta 9 a pocos km a mano derecha sale un camino (sin señalar como es usual) que nos llevó a Iruya, pasamos por Iturbe y nos encontrábamos nuevamente en un ambiente rodeado de inmensas montañas.

De la nada apareció el cartel de 4.000 mts sobre el nivel del mar. Comenzó entonces la bajada en zigzag por unos paisajes que de a poco vislumbraban el verde.

La sensación era que estábamos entrando en un cajón gigantesco de montañas.

Luego de tantas curvas aparece la imagen de la foto del mapa del ACA, la blancura de la fachada de la iglesia contrastando entre las paredes grises del cajón y el verde de los cultivos.

Iruya parece colgada en la ladera, sus calles adoquinadas tienen el declive de un tobogán. Es un pueblo colonial único. Nos dijeron que en verano el cauce del mismo río que veíamos dócil arrastraba hasta las piedras, incluso al camino de acceso que reconstruían periódicamente.

Según el mapa, en línea recta siguiendo el río estaba Nazareno. Preguntamos cuanto faltaba. La respuesta demostró nuestra ignorancia, en línea recta sí, pero del otro lado de la montaña, no se podía llegar desde acá. Walter dijo: "Lo que pasa es que no tienen estas motos…"

Eran las 16:30, había sol pero mas tarde quedaría tapado por las montañas. Votamos si seguir por el cauce del río, donde no hay más camino, en busca de Nazareno o dar la vuelta. Juan apoyó la idea de seguir. Perdí 2 a 1. Salimos de la urbanización bajando por donde más o menos hay un sendero hecho entre grandes rocas a lo que es el lecho del río.

La sensación es de estar en plena ciudad de Buenos Aires, por la Av. 9 de Julio, rodeado de altísimos edificios. En realidad es un cañón de unos 100 metros de ancho entre paredes verticales de extraño canto rodado compactado, algo que no creo que exista en otro lugar.

Los colores compiten por la belleza. El cauce del agua se cruza constantemente en el sendero marcado por las rocas.

 

 

Ya era tarde, nos habían dicho que no había salida y seguíamos andando!!!

Tenía miedo, pero con tantas sensaciones nuevas olvidaba la inconciencia de lo que estábamos haciendo.

 

Las piedras del piso se movían y el eco de sus sonidos rebotaba entre las paredes.

Luego de una hora y media, observamos, al fondo y entre más paredes montañosas, un poco de verde y una construcción.

 

 

 

 

 

 

 

A medida que nos aproximábamos vimos varias casas.

Un cruce final de agua más profunda (era el Río San Pedro, según el relato de N. Bello que leí varios años mas tarde) y una subida arenosa nos dejó frente al pie de las casas donde nos detuvimos.

Me imagino el ruido de las motos desde la lejanía anunciando nuestro arribo.
De repente, unas 50 cabecitas asomaban para vernos. La cubierta de la moto de Juan estaba pinchada y me dedico con él a inflarla mientras Walter iba a averiguar cuanto falta. Ya casi se había ido la luz del sol. Al rato, Walter nos grita desde arriba: "Nos quedamos acá!!!"

Estábamos en la Escuela Albergue "Las Higueras", alojaba unos 90 chicos de los alrededores de la zona. Era domingo y al día siguiente feriado.

Algunos de los alumnos se habían ido a sus hogares. Más arriba en la ladera había otras casas donde vivía más gente. La directora de la escuela nos facilitó frazadas para dormir sobre los bancos del aula. No había electricidad, una bombita enganchada de una batería de auto y la fogata donde hicieron un guiso que salvó nuestro apetito era la iluminación.

Más tarde llegaron tres maestros que venían a pie desde otra escuela llamada "El Alizar del Porongal", quienes compartieron la cena e hicieron noche para continuar a Iruya.

De las charlas de la cena nos enteramos de sus necesidades y del peligro de la vinchuca. Nos acostamos sobre unos colchones apoyados en las banquetas los tres unidos con la linterna colgada del cuello. Afuera menos de cero grados y oscuridad total.

 

 

Al despertar, con más tranquilidad, nos quedamos atónitos con la vista desde el patio de la escuela. Es una posición estratégica desde donde se ven ambos ríos que confluyen a los pies del caserío, entre las enormes paredes verticales montañosas.

No sabíamos como agradecer y nos despedimos de la directora y los chicos, para volver a Iruya.

Les dejamos de regalo una cámara fotográfica que utilizaron luego para mandarnos por correo a los pocos meses un par de fotos de los alumnos. A nuestro regreso a BsAs., les enviamos varias cajas de todo lo que pudimos reunir, y es así que hasta en estos días por lo menos una vez al año les seguimos mandando algo.

El regreso a Iruya es por el mismo lecho del río con el peligro, como nos sucedió, de equivocar en los desvíos que a la ida no se veían, pero a la vuelta nos hacían dudar la elección del rumbo.

Salimos a la ruta 9 y en la noche ya estábamos en Salta-Capital.

Por años compartí las fotos y los cuentos del lugar con mis amigos con la idea de reunir otro grupo para volver allá.

Un lugar alucinante para conocer: Iruya y animarse a ir más allá.
 

Alerc- Alejandro Rocha Casares

 


Alejandro cumplió su sueño y, varios años más tarde, volvió, con otros amigos a la Escuelita

Ocurrío en Agosto de 1.999 y nos lo cuenta acá  .

 


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