Una EXPEDICION ARQUEOLOGICA DE ALTURA
~
Catamarca y La Rioja - Argentina

"Día 3"

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Foto: Eduardo Cinícola
Volcán Pissis (6.792m).

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La mañana de ese tercer día de expedición nos despertó con un cielo límpido y un paisaje sorprendente.

El sol iluminaba con sus primeros rayos la cima y las laderas nevadas del volcán Pissis.

En los parabrisas y techos de las chatas perduraban las huellas de la leve nevada nocturna.

En esa jornada develaríamos el misterio de esos extraños círculos de 20 a 50 metros de diámetro que tanto habíamos "estudiado" en casa mirando las fotografías satelitales del GoogleEarth.

¿Serían finalmente centros ceremoniales como "deseaba" Aldo, o serían formaciones naturales tipo dolina?

Veníamos de una jornada con mucho esfuerzo y pocos logros y el espíritu aventurero podía declinar, así que me aseguré que ese día llegáramos si o si a los "circulos" (en uno de ellos se lograba divisar agua en su interior, lo que reforzaba la teoría de las "dolinas").
 


Lamentablemente, los más numerosos permanecían en la costa Este de la Laguna de La Salina, adonde el día anterior no habíamos podido llegar por ningún medio.

Desayunamos, levantamos campamento y a poco de partir el GPS ya nos indicaba que faltaban tan solo 1.800 metros para el primer "círculo".

Apuntamos a el en línea recta por una perfecta planicie de arena gruesa que solo presentaba como obstáculo, un desnivel en forma de suave barda de unos tres metros de altura que sorteamos sin dificultad.

Allí estaba.

Era un hoyo, un gran hoyo.

De paredes suaves, con una profundidad de no más de dos metros y unos veinte metros de diámetro.

Me recordaba, en menor escala, a los "24 agujeritos" que descubriéramos hace unos años en las laderas del Volcán Diamante, al norte de la gran caldera del Galán.

En el fondo y el centro, un círculo de tierra más clara y sin arena de unos dos metros de diámetro, daba la pauta de que allí se acumulaba agua que luego se evaporaba o desaparecía al bajar el nivel de la napa freática.
 


A trescientos ochenta metros estaba marcado el segundo, un poco más grande, luego otro, de unos sesenta metros de diámetro ya era imponente.

Eran casi mágicos, aquellos extraños, perfectos y suaves hoyos en una tierra de volcanes.

Finalmente, la frutilla del postre fue el más cercano a la laguna, este tenía agua en su interior formando a su vez una perfecta lagunita circular de unos 40 metros de diámetro y agua transparente.

Bien, habíamos "hecho un gol al comienzo del partido", eso nos auguraba un día de "descubrimientos", si bien Aldo andaba un poco de capa caída al comprobar que en la factura de aquellos "mágicos hoyos" no había intervenido la mano del hombre.

Contentos y con una mañana espectacular de sol radiante, nos decidimos a explorar la costa Oeste de la laguna central, a sabiendas que por allí no podríamos llegar al Vn Solo, ya que en las imágenes satelitales veíamos como, más al norte, la montaña se acerca a las costas de la laguna, formando acantilado por el que sería imposible transitar.
 


Nos asistía la esperanza que, antes del acantilado, hubiéramos llegado a la parte seca entre las lagunas norte y central, allí donde se hace salina y rogábamos que la superficie y consistencia de esta fueran lo suficientemente "amigables" como para que pudiésemos cruzar por ella a la orilla opuesta, donde estaba el resto de los círculos a los que no habíamos renunciado definitivamente, más ahora, "envalentonados" por nuestro primer hallazgo del día y acompañados por un clima más benigno.

La verdad que fue un placer recorrer aquella costa casi virgen.

Las nubes y las montañas se reflejaban como en un gigantesco espejo en la superficie de aquella laguna de colores cambiantes.

De mañana temprano la veíamos obscura y brillante al pié de los volcanes. Cuando nos acercamos la vimos transparente y tentadora. Cuando el sol estuvo más alto tomó su color caribe característico.
 


A nuestro lado veíamos, por tramos, un sendero marcado, ya no por caravanas de llamas o mulas sino de tan solo uno o dos animales de viajeros solitarios. Más adelante vimos como ascendían por la ladera, separándose de la salina con rumbo a Chile.

Avanzamos y avanzamos por aquella costa de hermosa vista hasta que llegamos al acantilado. Justo cuando comenzaba la salina entre las dos lagunas.

Solo dos problemas debíamos resolver si queríamos llegar por ella a la costa Este.

Uno era vadear un brazo de agua de orillas cenagosas que une ambas lagunas, la norte y la central. Muy peligroso.

El segundo y no menor, era que la superficie de la salina era muy similar al salar de Antofalla y la mayoría de otros "Salares", esto es; mezcla de sal y tierra formando grandes, duros y filosos terrones de 50 cm y más, destructivos para nuestras camionetas.

Busquemos otra alternativa.
 


Así lo hicimos y, por increible que parezca, nuestra osadía fue premiada por la Pachamama que nos dejó entrar a otro de sus rincones secretos.

Hallamos una quebrada escondida a la que llegamos favorecidos por el bajo nivel de la laguna, por donde, con muchísimo esfuerzo las camionetas pudieron tomar altura sobre la costa Este, por arriba de los acantilados.

La superficie, de polvo muy blando, cubierto por una fina capa de ceniza volcánica, cedía al paso de las camionetas hundiéndose estas más de 10 cm, lo que generaba un andar penoso y pesado que hacía subir peligrosamente la temperatura de los radiadores.

Lamentablemente marcábamos una huella casi imborrable en aquella superficie y sufríamos por ello ya que no nos gusta en absoluto modificar los paisajes que visitamos, pero era la única manera de llegar a esos lugares.

No marcábamos nuevas huellas al lado de una existente, abríamos una huella por donde otros pasarán para llegar donde llegamos.

Aldo tenía la precaución de pisar exactamente donde habíamos pisado nosotros, cosa de hacer una sóla y única marca en el terreno y no arruinar ese hermoso entorno.

No estábamos allí para probar nuestras camionetas o demostrar su poderío, sino para conocer.
 


Guiados por el "olfato" ibamos por las cumbres de aquellas montañas de arena, esquivando profundas quebradas, sambuyéndonos en otras para salir penosamente por la orilla opuesta.

Varias veces pensamos que no llegaríamos nunca. La sola idea de tener que desandar lo andado nos estrujaba el alma.

Finalmente y luego de unas dos horas y media de andar buscando y hallando el rumbo correcto, desembocamos en un gran embudo que forma el cono de deyección de uno de los tantos ríos temporarios que desembocan en la laguna.

Este era gigantesco, de mas de dos kilómetros de ancho. Por el descenderíamos a la laguna.

Cuando estamos a tan solo 500 metros, nos percatamos que el cono de deyección desemboca en una zona pantanosa de la laguna, entre altas paredes de roca.

Cambiamos el rumbo y salimos por un costado.

El GPS nos indica que estamos muy cerca de los otros círculos, los de la costa Este.

El día anterior nos habíamos dado por vencidos en los vanos intentos por hallar la bajada hasta ellos, pero ese día, con renovados bríos, estábamos por recuperar "prestigio" ante nosotros mismos, llegando donde parecía imposible llegar.
 


Si bien no esperábamos ninguna sorpresa ya que imaginábamos que serían similares a los ya vistos, Aldo abrigaba la esperanza de hallar vestigios de construcciones humanas antiguas en su cercanías.

Llegamos.

Eran similares a los de la costa sur, solo que más profundos y...

Había construcciones humanas de antigua factura en sus cercanías que hicieron las delicias de Aldo que recuperó la sonrisa.

- Bueno Aldo, ahora que estás contento, "solo" nos falta una cosa para poner el broche de oro a este día: Llegar al volcán Solo. Son "solo" 38 Km de ida y otros de vuelta por las costas de la laguna, cruzando ríos secos y remontando el riacho que alimenta la laguna norte trayendo el agua de la planicie al pie del Solo. "Solo" que ese riacho corre por unos miles de metros, encajonado en un cañadón y hay que circular por su lecho.

- Bueno, veamos...

Eran casi las tres de la tarde y el cielo se estaba poniendo muy negro por el sur.

-No importa, nosotros vamos para el norte.

-Si, pero luego debemos regresar...
 


Avanzábamos penosamente por las orillas. Cruzamos numerosos conos de deyección que arrastraron piedras de todos los tamaños desde las alturas hacia la costa de las lagunas. Las más grandes las debíamos esquivar, a las otras les pasábamos por arriba.

Por momentos circulábamos por los lechos secos de alguna de las decenas de ramas que formaban los deltas de los conos. Cuando notábamos que nos estábamos desviando mucho de nuestro rumbo, corregíamos y vuelta a esquivar piedras. De vez en cuando 200 o 500 metros de piso de arena nos permitían hacer circular un poco de aire por los radiadores.

Las nubes negras nos perseguían. Estaban a ras del piso (4.500msnm) unos dos mil metros detrás nuestro.

Seguíamos avanzando lentamente.
 


Cuando comenzamos hicimos el cálculo que si hacíamos un promedio de 19 Km/h, los 38kilómetros los recorreríamos en dos horas a las que debíamos sumarle otras dos horas para el regreso y una para contingencias (fotos, paradas... asado ¡! )

Con eso llegaríamos al ponerse el sol nuevamente a la zona de los hoyos.

Bueno, el asunto es que 19 Km por hora de promedio eran imposibles de lograr, solo arañábamos 14 o 15, con lo que la expedición se nos estaba alargando en una hora o más.

Eso solo a título informativo, porque en ningún momento pensamos en "abortar".

Todo esto hasta que llegamos al cañon donde se encajonaba el río y donde debíamos circular por su cauce.

Las nevadas del día anterior y la mañana soleada de ese día habían hecho que el derretimiento de esa nieve estival aumentase el caudal del curso de agua.

Bajamos para inspeccionar.
 


Yo quería seguir, pero dependía de que Aldo me guardase las espaldas con el malacate listo para sacarme si me metía en problemas. Sabíamos que eran unos 2000 metros por el cauce entre paredones, pero no sabíamos la profundidad del río en todo ese tramo con las aguas crecidas.

Aldo prudentemente me sugiere abortar.

Estábamos en esa discusión cuando la obscuridad del cielo y los primeros copos de nieve nos avisan que nos alcanzó la tormenta.

Inconcientemente sigo insistiendo con continuar, estábamos tan cerca...

Finalmente, la opinión de Gabriel, hombre de campo, me convence. La nevada que está sobre nosotros puede ser muy peligrosa. Más si tenemos un percance en el río y debemos meternos a un salvataje en agua helada en plena nevada a 4700 metros de altura.

Decidimos regresar. Ello implica meterse de lleno en la tormenta que nos venía persiguiendo.
 


El paisaje cambió completamente, ahora es todo absolutamente blanco.

Nuestras huellas desaparecieron.

Las motañas no se ven.

La laguna no se ve.

Solo podemos visualizar unos pocos metros delante del capot de las chatas.

Por suerte veníamos grabando el track en el GPS, lo que nos ayuda a regresar, aunque más de una vez dudamos hasta del mismo aparato, seguros y convencidos de que por allí no habíamos pasado.

En un tramo y por acortar unos metros de camino, tomo un "atajo" que me sumerge en la ciénaga de las orillas del salar.

Cuando la bocha del diferencial delantero se clavó, en el barro semiduro de la superficie, pude parar.

Por suerte Aldo guardaba la prudente distancia imprescindible en estos casos (a pesar de la poca visibilidad y la incomunicación radial), lo que permitió que, afirmado en lugar seguro, me sacara a fuerza de malacate en una operación muy rápida en plena tormenta.
 


Aunque parezca de no creer, la nieve caída suavizaba nuestro andar, alisando el camino y morigerando las imperfecciones causadas por las piedras. El asunto es que, en poco menos de hora y media, estábamos de regreso en los hoyos de la costa Este de la Laguna.

Cuando llegamos nos dimos cuenta que ello no servía de nada ya que aquello parecía ahora, totalmente cubierto de nieve, la Siberia Rusa.

Con la tormenta sobre las cabezas era impensable armar campamento o quedarse allí.

Desandar la penosa travesía de 2,5 Hs de la mañana por la blanda tierra cubierta de ceniza volcánica, ahora empeorada por la nieve, bajo ese temporal tampoco parecía buen programa. Eran ya las 19:00 y estaba bastante obscuro por las nubes.

Aún desandando ese camino caeríamos en una zona de la laguna que, por la mañana estaba seca (justo para sostener el peso de las chatas), pero seguramente ahora, luego de varias horas de aguanieve y nieve sería una "trampa mortal".

¿Qué hacer entonces?
 


Recordábamos con ConejoNegro una quebrada en bajada a la que no nos animáramos el día anterior por pensar que estaba muy al límite de las capacidades de escalada de la chero y, posiblemente totalmente fuera de las capacidades de la Toyo 2.8 sobrecargada de elementos de rescate y acampe.

De cualquier manera era casi la única opción elegible, sobre todo porque llegar a ella nos insumiría menos de una hora.

Una vez allí ya veríamos como subir a la Toyota, aunque fuera a fuerza de ancla y malacate.

Lo que nos preocupaba era que los cursos de agua que durante la mañana estaban completamente secos, traian ahora cada vez más agua y su lecho no era de piedras sino más bien una mezcla de 80% tierra y 20% arena y pedregullo.

Guiados por los WPTs que marcáramos el día anterior, arriba, en el borde de la gran depresión, remontamos el lecho de uno de los tantos ríos temporarios que desembocan en la Laguna Verde. El nos guiaría en sus nacientes hacia la alta barda (300 metros más alta que dónde nos hallábamos), de la planicie que rodea este gran cuenco que es la Salina de la Laguna Verde.
 


Una vez allí podríamos intentar salir con destino a la Laguna Celeste donde habíamos visto las ruinas de unos antiguos refugios inhabitables, pero que indicaban que el lugar era mas o menos protegido de los vientos.

De las posibles y difíciles salidas que habíamos marcado el día anterior elegimos la que nos pareció más "accesible".

Aldo y Gabriel venían muy preocupados por la creciente de los ríos y por la tormenta que no cedía, sumado a que no conocíamos con precisión la manera de salir de allí.

Es difícil describir lo que se siente conduciendo en medio de una tormenta de nieve en terreno desconocido (acá ya no teníamos ningún track). Por el parabrisas y las ventanillas se ve todo blanco. Los puntos de referencia desaparecen, montañas, rocas, quebradas, se hacen invisibles tras ese manto que homogeiniza todo y uno circula a ciegas.

Solo se ve unos pocos metros delante de la trompa, durante una fracción de segundo inmediatamente después de una barrida del limpiaparabrisas.
 


Allí me di cuenta de lo acertada de la decisión (inducida por Aldo y Gabriel) de no insistir en seguir por el cauce del río desconocido hacia el Vn. Solo.
No quería imaginar un rescate en el agua bajo esa tormenta.

La quebrada por la que íbamos se angostaba y el colchón de nieve se hacia mas alto.

Circulando por el fondo de aquella cerrada V, dimos varios panzasos cuando las ruedas no llegaban a apoyar en la superficie de piedras. Era preocupante. Eso nos hacía perder tracción en una subida con una muy marcada pendiente.

Existía, por supuesto, el peligro latente de que la gruesa capa de nieve, escondiese una gran piedra que hiciera trizas el diferencial delantero o alguna parte de la suspensión de los vehículos. Pero ya estábamos "bailando" y no podíamos aflojar.

Nos acercábamos al WPT que habíamos marcado el día anterior en el borde de ese gigantesco mirador hacia la salina.
 


En un momento el GPS nos marcó solo 280 metros de distancia.

Continuábamos por el fondo de la grieta sin poder ver más que unos metros para adelante.

No quería detenerme para no perder inercia, pero la siguiente vez que miro el GPS, este indicaba 430 metros al WPT al las cuatro (atrás y a la derecha).

¿Cómo puede ser que nos estemos alejando? A no ser que esta quebrada de un giro más adelante para volver hacia atrás...

La pendiente seguía pronunciada. Apretábamos los dientes y continuábamos hacia delante y arriba, rodeados de nieve por los seis costados, si seis, porque aparte de estar adelante, atrás, a derecha y a izquierda, estaba también debajo nuestro y nos caía del cielo !

Todo era blanco.

El WPT se alejaba cada vez más, pero oh, sorpresa, nos acercábamos ahora a otro WPT que no era justamente la salida que habíamos elegido.
 


De cualquier manera esa quebrada profunda y tapizada de nieve no nos dejaba más alternativa que ir hacia delante, hacia donde ella fuese ¡!

La pendiente aumentó aún más repentinamente y dos o tres pozos disimulados por la nieve se quisieron tragar la chero.

Un poco más de potencia al motor permitió que siguiésemos adelante para ver, repentinamente allí, a no más de 30 metros, el borde final de la trepada.

¡ Ya estábamos practicamente afuera !

Fue allí donde la cherokee dijo basta.

Con la trompa apuntando al cielo, sus cubiertas patinaban afanosamente sobre unas rocas empapadas, escondidas bajo 40 centímetros de nieve, mientras sus seis cilindros bufaban entregando toda la potencia que podían, famélicos por la escasés de oxígeno de los 4700msnm.

- Lucho, te tenés que bajar, intentaré con menos peso y más envión.

Retrocedí hasta donde esperaba Aldo en la Toyota y alli se pasó ConejoNegro, a la protección de la otra camioneta.
Quedarse esperando a la intemperie era imposible por el intenso viento y la copiosa nevada.
 


Partí ahora, embalado como como boleadora de corcho. Para quedar detenido poco más arriba después de unos peligrosos tumbos sin alcanzar la cima.

Intentaré nuevamente.

Ahora iré por un costado.

Apunté la camioneta al lateral derecho de la V.

La chero, marcadamente inclinada hacia la izquierda avanzó a paso firme y veloz, hasta que unas traicioneras y grandes piedras escondidas bajo la nieve la sacaron de su trayectoria y la mandaron a los corcovos y de costado hasta el fondo de aquel pequeño "valle".

En ese momento pensé que sería una locura producir una rotura en algún elemento de tracción del vehículo.

De noche, bajo esa tormenta y varados en esa incomódisima posición pondríamos en riesgo nuestras vidas.

- Volvamos. Tiene que haber otra quebrada lateral que no vimos y que nos arrime al primer WPT elegido. Ese parecía menos complicado.
 


Volvió Lucho a su puesto de copi-navegante y comenzamos el penoso descenso.
Penoso porque haber remontado todo lo que habíamos remontado. Haber estado a escasos 20 metros de la salida y tener que sumergirnos nuevamente en ese laberinto ciego no era algo que provocara sensaciones agradables.

- Bueno, atentos a cualquier grieta, por pequeña que parezca que se presente por nuestra izquierda.

Tratábamos de atravesar con la mirada aquel velo impenetrable que formaban los miles de copos de nieve cayendo, pero era muy poco lo que podíamos ver.

Avanzábamos en bajada, lentamente, para no errar nuevamente la trayectoria.

Volvimos a pasar a 280m del WPT, pero no había manera de salir de aquel callejón, solo quedaba seguir bajando, lo que nos alejaba nuevamente de la supuesta salida.

Cuando el WPT estaba 500 metros a las ocho (atrás y a la izquierda) y cuando nuestras esperanzas declinaban, apareció una abertura en las paredes de la quebrada, era un tributario del arroyo por el que circulábamos.

El nos sacaría de allí.
 


La subida ahora era sobre una superficie mucho más amplia, pero de terreno muy flojo y, por supuesto, cubierto de una gruesa capa de nieve.

En varias ocasiones estuvimos a punto de quedar varados definitivamente.

Varias maniobras eran necesarias para poder volver a remontar.

Mas que preocupado por nosotros estaba sumamente preocupado por cómo haria la Toyota aspirada para subir este gigantesco tobogán, mientras Aldo esperaba abajo y trataba de ver por donde desaparecíamos.

Gracias a Dios, llegamos finalmente a la parte mas alta. A la salida.

Faltaba ahora saber como subiriamos la chata de Aldo que estaba a 200 metros de distancia y 100 metros más abajo.

Sin comunicación radial para avisarle ni advertirles nada, solo nos restaba esperar a ver hasta dónde subía.

Bajamos de la Chero a tratar de ver algo.
 


Entre el rugido del viento escuchábamos de vez en cuando el bramido del gasolero de 2,8 litros.

Por momentos veíamos como lentamente subía y subía.

Por momentos desaparecía de nuestra vista y sufríamos hasta que la trompa de la Toyota asomaba nuevamente tras una roca.

No voy a decir que no le costó.

Pero lo logró con cierta soltura.

Nos sorprendió tanto a Aldo como al resto como los 86HP de la Toyotita, emularon con solvencia los 190 de la Cheroketa.

¡ Muy bien diez para el conductor !

Llegar desde allí a la Laguna Celeste nos insumió unos 40 minutos y, antes de que anocheciera ya habíamos armado campamento y estábamos preparándonos unas reconfortantes sopas calientes.

La nevada había amainado.
 


 
 
 
Las   F O T O S


Foto: Eduardo Cinícola
Amaneció depejado.
El sol iluminaba el Pissis nevado.


Foto: Eduardo Cinícola
Ténues nubes acariciaban las cumbres "Ejército Argentino" y "UPAME"


Foto: Eduardo Cinícola
Al norte brillaban las todavia obscuras aguas de la laguna.
Por sobre las nubes asoma la cumbre principal del Vn Tres Cruces (6.749m).


Foto: Eduardo Cinícola
A la derecha con la cumbre completamente nevada el Gigantesco Vn Tres Cruces.
A la izquierda el Vn Solo (uno de nuestros destinos para ese día).


Foto: Eduardo Cinícola
Lucho explicando el tema ese del agujero del mate.
Aldo lo mira con incredulidad.


Foto: Eduardo Cinícola
Nuevamente la laguna central, obscura en las primeras horas del día.


Foto: Eduardo Cinícola
El primer hoyo.
Extraño pero "modesto".


Foto: Carlos Lucchini
El cuarto hoyo...


Foto: Carlos Lucchini
Mejor pongamos la gente para paragonar sus dimensiones..


Foto: Eduardo Cinícola
El quinto, con laguna incluida


Foto: Eduardo Cinícola
Agua bastante límpida.


Foto: Eduardo Cinícola
El Agua de la Laguna central, absolutamente transparente.


Foto: Eduardo Cinícola
El cuanto el sol se alza toma su característico color caribe.


Foto: Eduardo Cinícola
Disfrutamos recorriendo sus costas.


Foto: Eduardo Cinícola
Costas acantiladas...


Foto: Eduardo Cinícola
Costas que se confunden con las montañas que la rodean...


Foto: Eduardo Cinícola
Aguas que replican el cielo y sus nubes cual gigantesco espejo.


Foto: Aldo Lombardi
Aguas que cambian de color según la hora del día.


Foto: Eduardo Cinícola
Entorno increible.
Vemos detrás el glaciar norte del monte Pissis. Su cumbre tapada por las nubes de tormenta.


Foto: Eduardo Cinícola
Podríamos decir que estuvimos en una isla del Pacífico.


Foto: Eduardo Cinícola
Pero estamos en la cordillera de los Andes a 4300 metros de altura.


Foto: Eduardo Cinícola
Con un paisaje deslumbrante e inolvidable.


Foto: Eduardo Cinícola
Con colores difíciles de creer...


Foto: Eduardo Cinícola
Con playas de arena blanca que no necesitan palmeras para realzar su belleza.


Foto: Eduardo Cinícola
Y hasta con restos de antiguos asentamientos indígenas temporarios.


Foto: Eduardo Cinícola
Con "pruebas" de su existencia dada por la antigua y tosca cerámica.


Foto: Eduardo Cinícola
Finalmente llegamos a los hoyos de la costa este de la laguna central.


Foto: Eduardo Cinícola
Por el sur ya estaba nevando. No importa, vamos para el norte!


Foto: Eduardo Cinícola
Circulábamos por un cono de deyección y enfrente veíamos otro.


Foto: Eduardo Cinícola
La tormenta nos perseguía a ras del piso.


Foto: Eduardo Cinícola
Por momentos el suelo más parejo nos permitía refrigerar los motores.


Foto: Eduardo Cinícola
Continuábamos hallando vestigios de viajeros nativos.


Foto: Eduardo Cinícola
Pero el cielo se encapotaba sobre nuestras cabezas.


Foto: Eduardo Cinícola
Finalmente llegamos al "encajonamiento" del río,
este bajaba con mucha agua.


Foto: Eduardo Cinícola
Al fondo el Vn Solo, ahí, a tiro de honda entre la nevisca.


Foto: Eduardo Cinícola
Ni bien regresamos nos metimos en la tormenta de nieve.


Foto: Eduardo Cinícola
Todo se cubría de blanco.
Las montañas que nos sirvieran de referencia habían desaparecido.


Foto: Carlos Lucchini
Para atrás el mismo panorama.


Foto: Eduardo Cinícola
Para adelante solo veíamos unos pocos metros delante del capot.
El resto de las fotos de la siguiente hora de travesía son... ¡¡todas blancas!!


Foto: Eduardo Cinícola
Una mala elección de trayectoria casi nos deja a vivir en el salar.


Foto: Eduardo Cinícola
En un momento amainó la tormenta y "nos miramos las caras".


Foto: Carlos Lucchini
Más adelante volvemos a meternos en la blancura total.
Y vuelta a perder puntos de referencia.


Foto: Carlos Lucchini
Ya en la quebrada que nos sacaría de alli, no veíamos nada.


Foto: Carlos Lucchini
Después del frustrado primer intento, volvíamos sobre nuestra huellas.


Foto: Carlos Lucchini
Parece que esta vez si hallábamos la salida.
Solo teníamos que llegar hasta allá arriba.


Foto: Gabriel Casale
Desde abajo nos ven luchando contra la pendiente, la nieve y la poca consistencia del terreno.


Foto: Carlos Lucchini
Ya casi estamos. Por suerte en el tramo final el terreno tomó consistencia.


Foto: Carlos Lucchini
Vamos Aldo, fuerza que falta solo el último paso !!


Foto: Eduardo Cinícola
Huellas de la tormenta.


Foto: Carlos Lucchini
Por fin arriba...


Foto: Carlos Lucchini
Las Amazonas...


Foto: Carlos Lucchini
Una hora más de planicie nevada nos llevó a...


Foto: Carlos Lucchini
Nuestro lugar de acampe, a orillas de la Laguna Celeste.
Detrás vemos antiguos parapetos de protección construidos por los nativos en épocas pretéritas.


Foto: Eduardo Cinícola
Durante la cena, Lucho contando y gesticulando sobre las inclinaciones que adoptaba la camioneta en las trepadas.
Aldo lo mira con cara de admiración (como si le creyera)...


SE ACABÓ ASI LA TERCER JORNADA DE ESTA TRAVESÍA.
PARA EL SIGUIENTE DIA PLANEABAMOS TREPAR CON LAS CHATAS AL GLACIAR NORTE DEL Vn PISSIS
¿NOS LO PERMITRÁ LA NIEVE ACUMULADA?

  Sigue acá...

  Esta aventura comenzó acá...

           
EDUARDO CINICOLA
Enero de 2009            



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