Pronto llegó la noche y nuestros ojos solo tenían como objetivo las irregularidades del camino, que pasaba a 100Km/h por debajo de las ruedas de las camionetas.
La obscuridad y la tierra hizo que nos fuéramos separando de nuestros compañeros, así ocurrió que, luego de unas horas de travesía, llegados a un desvío a campo traviesa que nos permitiría ahorrar unos kilómetros hacia los posibles posaderos, no tuvimos una referencia exacta para indicarles a quienes venían detrás.
Resultado, nos separamos en la obscuridad de la noche y en la inmensidad de aquel desierto. La comunicación radial era entrecortada por la distancia.
Por lo que veíamos en la pantalla del GPS, íbamos muy cerca de la orilla sur de la Laguna Colorada, con rumbo Oeste, no sabíamos exactamente cuán cerca pero tampoco queríamos quedar atrapados en sus cenagosas orillas.
Evidentemente no habíamos sido los primeros que "descubrimos" la posibilidad de acortar camino. El problema fue que en la penumbra de la noche, cientos de huellas de neumáticos de otros vehículos se cruzaban y entrecruzaban en ese desierto donde repentinamente aparecían algunas profundas grietas de las que había que cuidarse.
El resto de la caravana, al no encontrar con exactitud el punto donde abandonar el camino y comenzar el campo traviesa, decidió, con buen tino, continuar por aquel con rumbo Sudeste, para girar unos cuantos kilómetros más adelante hacia el noroeste, mientras nosotros luchábamos contra las sombras, los peligros ocultos de la arena del desierto y los bordes cenagosos de la laguna.