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Una historia de vida en Mina La Casualidad
Salta - Argentina

Año 1959

FOTO gentileza Gustavo Casas

MUSICA de FONDO:
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Una historia de vida en Mina La Casualidad

           
EDUARDO CINICOLA
Enero de 2.014            

Cada vez que visitaba Mina La Casualidad mi mente intentaba imaginar aquel pueblo y gran establecimiento minero ahora abandonado, desguazado y a merced de la destrucción por los elementos naturales y fundamentalmente del hombre, en su época de esplendor.

Cómo serían esas grandes maquinarias en funcionamiento, cómo ese largo cablecarril bajando las piedras amarillas y olorosas desde la Mina Julia donde se hallaba el yacimiento.

Cómo sería el proceso de purificación de azufre. Qué harían en aquellos laboratorios. Cómo funcionarían aquellos generadores de electricidad ahora "descuartizados" y saqueados.

Pero la mayor incógnita se refería a la gente: Cómo vivirían, cómo trabajarían, como pasarían sus días en un sitio tan alejado y tan inhóspito. En una época sin celulares, sin televisión satelital, en fin con precarias, lentas y esporádicas comunicaciones cablegráficas con sus lejanos seres queridos.

Las preguntas se agolpaban, hasta hace poco, en mi mente y no lograba imaginar aquello.

Pero tuve mucha suerte.

Tuve la suerte de encontrarme justo en las ruinas de aquel ahora fantasmal pueblo, en el año 2005 con un grupo de ex-residentes de La Casualidad, muchos de ellos nacidos allí, de los que pude escuchar algunas de sus vivencias en una apurada charla mientras nos despedíamos para continuar viaje.

La increible magia de las comunicaciones electrónicas actuales hizo que aquel encuentro casual, se repitiera ahora, ocho años después, en la red. Si, en esta super red que es Internet, capaz de comunicar a todos con todos.

Allí apareció Julio César Ponce, uno de aquellos queribles personajes que conociera fugazmente en la abandonada mina.
Y me hizo un regalo. Un valioso regalo que quiero compartir con ustedes.
Me regaló un relato donde nos cuenta sus vivencias desde cuando en un lejano 1.959 y siendo muy jóven hizo sus primeras labores en las alturas de los Andes, en el "Establecimiento Azufrero Salta - Mina La Casualidad".

Con total naturalidad describe el largo viaje, las tareas, anécdotas, recuerdos de ex-camaradas, sentimientos, soledad, divertimentos y todo lo que hace a la vida de hace 55 años en aquel remoto paraje.

Gracias Julio César y mi enorme admiración por todos los que allí laboraron y vivieron haciendo Patria.
 


 
ASI LA VIMOS EN 1.997


FOTO: Francisco SAPUTO
Mina La Casualidad 1997


FOTO: Francisco SAPUTO
Mina La Casualidad 1997


FOTO: Francisco SAPUTO
Mina La Casualidad 1997


FOTO: Francisco SAPUTO
Mina La Casualidad 1997



RECUERDOS

Por Julio César Ponce

Mi paso por el ESTABLECIMIENTO AZUFRERO SALTA, en La Casualidad, departamento Los Andes, Provincia de Salta, tuvo dos periodos.

La primera vez que llegué a la ciudad de Salta capital fue en agosto de 1959 y tenía 21 años.

Mientras tramitaba el ingreso como personal civil a Fabricaciones Militares, me alojaba en el primer piso de una pensión que estaba en calle Caseros, a media cuadra del Colonial, en la misma vereda, ocupada casi en su totalidad por empleados de correo.

Era época en que los Coches de Plaza tenían buena clientela en el norte que conocía. Una cosa que me maravilló de inmediato, además de la geografía hermosa que enmarcaba la ciudad, con sus bellos cerros y sus hermosas casas señoriales, fue la famosa Tienda La Mundial. ¡Qué lindo pilchaje mostraban las vidrieras! Eran el sueño de cualquier gauchito, una pena que ya no este, no creo que sea porque hay menos gauchos; o será por culpa de los jeans.

Terminado el trámite en Fabricaciones me dieron los pasajes para el tren hasta Caipe, y me dijeron; allá lo van a esperar y lo llevarán al campamento: Era una forma de decirme; arréglese como pueda. Ycomo nunca supe recular, me subí contento al tren y hasta el día de hoy, cincuenta y cuatro años después de ese, mi primer viaje ferroviario a Socompa, me siento agradecido y feliz por lo que me toco vivir en los años que estuve vinculado al Establecimiento Azufrero.

Ya había andado antes por tren hasta Humahuaca, estaba acostumbrado a ver y transitar desde Palpala la hermosa sierra de Zapla, y pensaba que este era un viaje más, pero cuando el tren se metió en la quebrada del Toro, por esas cornisas peligrosas, angostitas a mi ver, y que encima eran retorcidas... y con semejante altura, me pareció que iba adentro de un gusano gigante que se arrastraba por el cerro. Esta impresión fuerte casi me obliga a cambiar los pañales, pero por suerte el susto fue de corta duración, y repuesto del mismo solo puse atención en la belleza imponente en la que entrabamos, cada vez más y más alto en esa vía natural, que es la quebrada del Toro.

Siempre me pregunto. ¿Todos los que van por primera vez en el actual Tren de las Nubes, y no hablo de extranjeros, si no de los argentinos de las llanuras que nunca treparon cerros, sentirán la misma impresión que yo sentí esa vez?

El tren Internacional salía de la Estación Salta cerca del mediodía, llegaba a San Antonio a las nueve de la noche y al otro día a las diez, estaba llegando a Caipe, después de veinte horas de viaje, de las que solo la mitad tenia luz natural, y eran las que nos permitían disfrutar y fotografiar los paisajes que cambiaban cada cien metros.

Las máquinas que traccionaban el tren en esa época quemaban petróleo para funcionar, y producían un humo tan denso y fuerte, que se metía dentro de todos los vagones al cruzar los túneles, (que son más de una docena hasta llegar a San Antonio), ocasionando un malestar profundo a los viajeros, sobre todo primerizos, además del fastidio que causaban en la nariz y alrededor de los ojos, el tizne o negro de humo.

Esos eran los horarios que más o menos se cumplían en esos tiempos, pero en este mi primer viaje,no sé por qué, llegamos a Caipe a la oración, hora poco adecuada para arribar a un pueblodesconocido y solitario, en donde la única luz que se veía era la del farol a querosén en la estación.

Esta estaba, y está, a 4000 metros de altitud y es castigada siempre por los vientos helados que cruzan el Salar de Arizaro que parece ser el patio de la localidad.

Con el tiempo me enteré que en noches muy ventosas, el viento llegó a tumbar una vez en Caipe, tres vagones juntos cargados con azufre y que los vientos en Tolar eran mucho más fuertes y temibles.

De la furia de estos vientos de la Puna, hay antecedentes en los relatos épicos del Viento Blanco.

Desde Caipe a la Casualidad la distancia es de setenta Km. y por suerte a poco de llegar, me contacto un señor enviado por el Establecimiento, que venia para llevarme al campamento.

Antes de iniciar el viaje fuimos al Boliche de un tal Chorolque, donde saboreamos unas costeletas. Allí mi ocasional compañero y conductor, que era boliviano, agarró un charango y con oficio de verdadero charanguista, cantó La Vicuñita. Nunca había escuchado esa hermosa canción, porque no era conocida aun, en nuestro ambiente folclórico. Fue tan fuerte la impresión sentida, que después de mucho tiempo pude darme cuenta recién, que ese momento mágico me produjo catarsis; que la montaña me daba la bienvenida, me aceptaba, y comenzaba a cobijarme.

Por ese entonces no estaba construido el formidable camino asfaltado de arriba, que unía "La Estación" con "el Campamento", todo el transito se hacia por el antiguo camino de tierra, así que bien entrada la noche comenzamos el viaje a La Casualidad, en un Jeep Willy de esos de la segunda guerra.

No me sentía cansado porque al trayecto en tren lo había hecho en camarote, privilegio este, desconocido por las nuevas generaciones de viajeros, que solo disponen del ómnibus o el avión.

Así fue como después de transitar casi tres horas en medio de una noche muy oscura, viendo solo adelante el camino iluminado por los faros del vehículo, y con el temor siempre presente de la rotura de este por las exigencias de la altura, aparecieron de repente unas luces intermitentes; era La Casualidad.

¡Habíamos llegado!

Después supe que las luces no eran intermitentes, si no que dejaban de verse, porque las tapaba el polvo que levantaba el viento.


 


FOTO gentileza Gustavo Casas


FOTO gentileza Victor Diaz Ruiz



Al llegar me ubicaron en un cuarto compartido con calefacción, donde pude descansar y sosegarme del viaje, largo para mí, que me acerco al nuevo lugar de trabajo, tan distante de todo en esa época, como era El Yacimiento Los Andes o Mina Casualidad como más se lo conoce.

Al otro día me presenté en la oficina de personal (que ahora se llamaría recursos humanos) de donde con un ordenanza me enviaron al Hospital para una revisión médica, me asignaron alojamiento, espacio en el comedor y después el lugar de trabajo.

Todo quedaba a doscientos metros de todo, así que en quince o veinte minutos uno podía ir del trabajo al comedor, de la casa al trabajo o al hospital o a cualquier lugar. Las distancias eran cortas pero el viento era fuerte, y sobre todo largo, porque nunca se cortaba.

Aprendí rápido que debía caminar mirando abajo, y proteger los ojos, del polvillo que traía el viento.

Así sin darme cuenta, al cabo de una semana estaba adaptado y sin problemas con mi nueva residencia. La altura no me afecto para nada en lo que hacia, y en lo laboral me integré perfectamente como capataz en los servicios de energía eléctrica.

En lo social menos problemas tenía, porque estábamos en tiempos en que los conjuntos folclóricos hacían brotar un malón de guitarras argentinas, como decía Jaime Dávalos. Y en el campamento no faltaban guitarreros, que convocaban noche a noche a los amantes del canto y las charlas animadas, que se da siempre en los descansos regulares del hombre solo, que siente el desarraigo y la lejanía del hogar.

Las once de la noche ya era tarde, así que la actividad cantoral se interrumpía, porque la obligación se imponía; estábamos para trabajar todos los días, no para cantar en las noches.

Los dormitorios de solteros estaban agrupados y exigían silencio, y la norma se respetaba a rajatabla, siempre.

Se daba también en la nocturnidad otra actividad menos ruidosa, más disimulada, bastante silenciada que era la lúdica; en donde una vez por semana los aficionados al cubilete, extendían la manta y tiraban los dados suavemente. Nunca se elevaba el tono en las discusiones, todo desacuerdo terminaba de manera amigable y justa, como si estuvieran escuchando al Rey Salomón, la ubicación del Garito era cambiada semana a semana, nadie tenía la concesión. Todo como consecuencia de que el juego estaba prohibido.

Al respecto quiero comentar que en el campamento, además de regir las leyes de la Constitución, las normas de convivencia las establecía el reglamento para el personal civil de las Fuerzas Armadas, todo lo lícito estaba permitido, menos los excesos.

Se podía beber vino, pero no emborracharse, podías pedir plata pero no estafar, el juego de hecho no estaba permitido.

Era sabido que los transgresores no tenían cabida y duraban poco; no había delegados gremiales ni fogononeadores de la disconformidad. La cuestión era sencilla; o aceptaba las reglas y se quedaba, o se iba si disentía.

Se producía mucho recambio del personal, sobre todo entre la gente joven con estudios secundarios y dedicados a tareas administrativas. El cambio de hábitos de vida, entre el campamento y la ciudad era muy grande y lo sufríamos bastante. Sin embargo la planta de obreros, dedicados en forma exclusivaa la extracción y producción del azufre, era más estable y solo tenían el movimiento normal que se daba en cualquier otro establecimiento.

Una de las funciones clásicas que cumplían los muchachos que venían de la ciudad de Salta, era la de tarjador; que consistía en hacer la planilla diaria y mensual para la cuadrilla de obreros, donde figuraban las horas trabajadas, si eran simples o extras, qué material uso, en cuál lugar y para qué, etc...

Eran responsables además de confeccionar los vales del material requerido para el trabajo. Siempre fue costumbre de nuestro ejercito, el llevar hora a hora y día a día el control de su personal y sus activos fijos y de consumo.De esta manera se podía saber dónde estaban los 10 tornillos comprados en tal fecha, y cuantas barritas de azufre se hicieron en la antedicha fecha.

Todos los muchachos eran de mi edad, así que siempre hubo buena onda. No quiero dejar de nombrarlos con mucha nostalgia, al "Nene" Lindaker, con raíces en el crucero alemán que hundieran en el Río de la Plata, al "Cabra" Gambarte a quien nunca lo volví a ver a pesar que lo busqué. Al "Guitarrero" Acosta, que cantaba como nadie Chaya de la Soledad. A "Suyito", que era activo y menudo como indicaba su apodo.

El más pintoresco tarjador que conocí era el Ricardo Odorisio,salteño acabao, siempre andaba recitando versos y contando historias de Salta. Usaba botas corrugadas, bombacha, chaqueta, pañuelo al cuello, sombrero de fieltro aludo y poncho colorao. Gran tomador de mate. Según el acostumbraba a matear cuando todavía era oscuro y dejaba cuando aparecía el sol, pero ahí el sol aparece tarde y se esconde antes que abajo.

A propósito quiero recordar que el "mate cebado", no es algo habitual en gente de la Puna, como pude comprobar después, en mi permanencia posterior en la cordillera.

Así fue como un día, de repente, llevado por no sé qué urgencia, el Ricardo Odorisio partió y se fue dejando el recuerdo de su gaucha salteñidad. Como treinta años después lo encontré en La Banda, mi pueblo, esta vez con una agencia de venta de autos usados, pero así como vino y se instaló, rápidamente también se perdió.

Otra persona con quien me llevaba muy bien era un italiano que casi me doblaba en edad, el "gringo" Saboneti, rubio con ojos azules, menudo, con diente de oro y sólida formación europea, no muy ilustrado pero gran trabajador, hizo docencia en su oficio de cañista y plomero entre el personal del campamento . Le gustaba escuchar marchas militares alemanas, y se molestaba mucho cuando alguien le pedía unos dólares prestados; porque resulta que un día (antes de mi llegada), Saboneti resolvió dejar La Casualidad para viajar a Norteamérica, total era soltero y no tenía ataduras, así que se fue, previa despedida por supuesto.Decían, que no habían pasado dos meses cuando el gringo apareció de vuelta para quedarse otra vez, con no se que historia sobre el intento frustrado, y desde entonces, los que querían mortificarlo le pedían siempre; que les preste unos dólares.

Un compinche al que nunca más pude encontrar fue al Polaco Teseyra, salteño y muy apasionado por el montañismo, era admirador de un chileno; Alonso, al que no conocí, este hombre al que siempre recordaba, había escalado o intentado escalar el LLullaillaco, en los primeros años de la década del cincuenta.

Con el Polaco recorrimos juntos en esos tiempos, los cerros y cañadones que están al oeste del Campamento, guardo fotos de esas caminatas, pero el no aparece en ninguna.

Algo que siempre me atemorizaba era el miedo a enfermarme, un simple resfrío bastaba para seguir con una congestión pulmonar, que solo terminaba después de una larga batería de inyecciones.

Por suerte los siete meses de permanencia ininterrumpida que me toco vivir durante esa temporada, logre superarlos sin problemas de salud, otros no fueron tan afortunados.

La regla que debía cumplirse siempre, era el salir abrigado, con gorro, y alimentarse correctamente. Esto era fundamental para los advenedizos de la cordillera si querían estar alejados del hospital. En ese entonces este era atendido por dos profesionales que se turnaban cada quince días, los dos eran cordobeses, el Dr. Sacheta y el Dr. Baldarena que era oriundo de Villa Dolores; de ellos así como de su entrega y profesionalidad, solo tengo gratos recuerdos.

De esta manera transcurrían las semanas y los meses, los fríos fuertes quedaban atrás, pero el viento nunca se iba. Tenía y tiene horarios de los que rara vez se apartaba, pero ya no puedo precisarlos por la lejanía en el tiempo.

También el recuerdo, la nostalgia, la ausencia del hogar y de los seres queridos, era una constante que siempre daba vueltas entre los que estábamos solos, aunque unidos en una amistad deseada yforzada por las circunstancias.

Pero no estábamos abatidos, muy por el contrario, en las horas de descanso siempre vivíamos atentos al relato picaresco o a la broma permanente, que se daba siempre alrededor del canto coral.

Una vez un picarito del grupo, tuvo el antojo de hacerle una broma cruel a un muchacho que regularmente respondía las cartas que su novia enviaba por correo.

Como la comunicación del Yacimiento con las oficinas de la ciudad, se hacia por radiogramas oficiales en ambos sentidos, el bromista consiguió un formulario sin usar y le puso; "Estimado fulano de tal: Como las circunstancias lo exigen, me veo obligada a decirte que nuestra relación no puede continuar, pues he comprendido que no eres el hombre de mi vida. Disculpa la franqueza. Firmado: la novia".

El radiograma se lo entregó como a las dos de la tarde del sábado, un ordenanza inocente de la picardía del que lo enviaba. Como hasta el lunesno se podía consultar en las oficinas, porque después de las doce ya no atendían, el chango creyó el cuento y se enojó una barbaridad. Lo primero que hizo fue ponerse a decir cualquier cosa de la novia. Se puso a contar que ya andaba desconfiando, que le iba a quitar la mantelería, el juego de dormitorio que había comprado y así enumeraba lo que seria su represalia, hasta que uno que vio el radiograma y le dijo; mira esto está escrito a máquina pero no tiene código ni sello oficial, no es más que una broma de mal gusto que te han hecho.

Así de esta manera terminó el asunto, sin mas consecuencias que la aflicción pasajera, de quien honestamente da por cierta la mentira urdida por changos, que solo buscaban reírse como sea.

Otra situación risueña me tocó presenciar ya casi en el último mes del año. Resulta que para esa época compartía pieza con un porteño de profesión topógrafo, venido de Fabricaciones Buenos Aires para hacer mediciones en Mina Julia, y era llevado todas las mañanas a la mina, volviendo siempre como a las tres de la tarde. Las habitaciones de solteros estaban en barracones de madera, bien arriostrados, con baños compartidos, provistos de agua dulce que usábamos para el consumo. Los dormitorios siempre tenían una mesa para poner la yerba el mate, un calentador, la radio y cualquier otra cosa.

Unos días antes de Navidad corrió la noticia de que se iba a cortar el agua dulce y se mandaría por las cañerías agua salada para los sanitarios, no sé porque causa, y que el agua para cocinar y beber, se repartiría con un camión tanque, cosa que así se hizo durante una semana.

Todo el mundo consiguió una olla obotella para tomar agua cuando sienta necesidad, en el día, o durante la noche. Al respecto quiero acotar que la extrema sequedad del aire de la puna nos obliga y apura en la ingesta de agua, si no lo hacemos podemos terminar hechos charqui (carne deshidratada).

Así fue como mi compañero de pieza consiguió un tacho metálico de veinte litros, que ubicó bajo la mesa, de donde sacaba agua con un jarro y cargaba la pava para matear cuando volvía de la mina.

Al cuarto o quinto día, de hacer lo mismo, sintió que el jarro toco algo que flotaba y corriendo la mesa, encontró un pericote hinchado, flotando en el agua del tacho.

Se acordó ahí nomas que había tomado agua un rato antes y afligido y desesperado se fue al hospital donde lograron calmarlo no sé cómo. Yo también había tomado agua del tacho el día anterior al hallazgo, y no me afecto mucho porque recordaba que en mi Provincia, mucha gente se veía obligada a sobrevivir con agua de represa, y como dice el refrán, eso me sirvió de consuelo.

El porteño vivía hablando de los cines de la calle Lavalle, veníamos de geografías distintas, y por supuesto no reaccionamos igual. Nunca más en mi posterior estadía en ese campamento, logre encontrar un ratón.


 


FOTO gentileza Victor Diaz Ruiz


FOTO gentileza Gustavo Casas


FOTO gentileza Gustavo Casas



Hasta ahora el relato solo toca aspectos relativos a costumbres y características del sector más despreocupado del campamento, que eran los solteros con tareas acomodadas dentro del abanico de oficios que coexistían en la estructura industrial del Yacimiento.

Lo que no he podido describir todavía pues no encuentro las palabras justas o adecuadas, es la verdadera dimensión que tuvo y tiene el principal protagonista y ejecutor de esta inmensa tarea, que llevo años de enorme trabajo realizarla, en las duras condiciones que imponía el clima impiadoso.

Nada de lo hecho en La Casualidad se hubiese concretado sin la presencia imprescindible, obligada y permanente del Trabajador Minero, nacido en las tierras altas de nuestra puna o la de Chile o Bolivia. Condicionado y provisto por la naturaleza misma, con una resistencia asombrosa para realizar tareas imposibles para nosotros los habitantes de ciudades.

Ellos fueron siempre la mano de obra aclimatada que no podía ser sustituida. ¿quién hizo Huaytiquina? : Ellos. ¿Quién hizo el camino de Caipe a la Mina Julia?: Ellos. Y así siempre, en cualquier obra difícil y riesgosa, se precisaba de Ellos.

La justicia y la gratitud de la Republica debe llegar, aunque demore, a reconocer el merecimiento que le corresponde a sus hijos mas sufridos, que por generaciones supieron servir humildemente y en cualquier circunstancia a nuestro País ejerciendo siempre el duro oficio de Minero.

Este acto será la suma de la Gratitud merecida, que les cabe a los irremplazables trabajadores de La Puna. Y la manera de materializarlo debe ser erigiendo en su homenaje, un Monumento al Minero que sobreviva a los tiempos, y que sea el reivindicador permanente de la enormidad de su gesta lejana y silenciosa.

Volviendo a la situación que se vivía ese fin de año en el campamento, nuestro grupo de solteros redujo en gran medida la cantidad de componentes, ya que como siempre ocurre en esas fiestas. Todos quieren estar en su casa sintiendo el cariño y la seguridad que nos trasmite la familia.

Una de las cosas que también me llamo la atención fue el divisar en las noches, tormentas eléctricas intensas sobre el naciente , muy lejanas sobre el horizonte, que nunca se acercaban, era la señal que estaba lloviendo en las zonas bajas muy distantes.

Casualmente ya entrando en Febrero de 1960, unas de esas tormentas bravas que nosotros percibíamos desde semejante distancia, tuvo una  implicancia inesperada en toda la actividad del Yacimiento. Nosotros logramos sortearla en parte por los recursos logísticos con los que contaba Fabricaciones.

En el mes de febrero de ese año, una impresionante e inusual crecida del Rio Toro debido a una de esas fuertes tormentas veraniegas de la Puna, produjo enormes daños por derrumbes aluvionales en la quebrada homónima, dejando intransitable a la ruta nacional y sacando de circulación al tren internacional, único medio regular para aprovisionar de alimentos a todo el  personal, con que contaba el Establecimiento Azufrero.

Como el daño producido era muy grande, y las reparaciones llevarían bastante tiempo, la provisión de alimentos corría el riesgo de cortarse por el aislamiento en que nos encontrábamos.

Para superar esta situación la Dirección del Establecimiento gestionó el concurso de la Fuerza Aérea que montó un operativo con los bombarderos pesados Avro-Lincoln (cuatrimotores), con Base en San Luis, que serían los encargados de transportar las provisiones y alimentos, para lanzarlos con paracaídas, en las cercanías de Mina La Casualidad.

El lugar elegido para los lanzamientos fue el Salar Del Rio Grande, que se halla a tres Km. del campamento, y contaba con una pequeña pista de aviación.

Enterados de los horarios en que se producirían los lanzamientos sobre el Salar, varios del grupo fuimos a mosquetear junto con la gente que recogería los bultos, montados en los vehículos que traerían la carga.

En este Salar la superficie esta formada por terrones de sal durísima ,que impiden a un vehículo circular por cualquier lado, las huellas son hechas a golpe de maza, que van rompiendo los terrones y nivelando la huella, por lo tanto los aviones no podían lanzar su carga en cualquier parte ,ya que era difícil recuperar lo que caía lejos.

Esto los obligaba a pasar una y otra vez sobre la pequeña pista de aterrizaje, para asegurar el recupero de la mercadería, y era muy común en los primeros vuelos, que se produzca el desprendimiento de la carga, sobre todo las bolsas de papas ,batata ,cebolla que bajaban a la velocidad que les permitía la aceleración, terminando siempre hecho puré por la fuerza del impacto.

Al final esta excursión termino siendo de alto riesgo, porque una bolsa desprendida cayo a seis metros de nosotros, obligándonos a buscar refugio bajo de un camión, lugar seguro que abandonamos solo cuando los aviones se fueron.

Durante el operativo el ruido era infernal, y nadie hablaba porque no se podía entender ,pero así y todo fue una experiencia inolvidable, en semejante escenario, con protagonistas que volaban con cuatro motores , termino siendo un privilegio único que aun atesoro en mis recuerdos.

Sin saberlo estaban por terminar mis días de permanencia en La Casualidad, habían pasado siete meses desde que llegue y sentía necesidad de estar con mi familia.

Todo se acelero cuando un pequeño avión Cesna comenzó a descender regularmente en el Salar, para llevar los paracaídas a Salta donde eran plegados y reacondicionados para volver a usarlos.

En uno de esos días como a las nueve de la mañana, me llama el jefe de personal y me dice; mira santiagueño, a mediodía viene el avión a llevar los paracaídas y nadie se anotó para viajar, si quieres tomar tu licencia te vas a mediodía.

Ahí nomas firme el pedido de licencia y comencé a preparar mis cositas para este viaje tan imprevisto que se me dio.

Sin comer llegue al Salar y subí al avión, que comenzó a carretear hasta llegar casi al final de pista. El temor no me dejaba, recordaba que a esa altura la presión era baja y eso disminuía la sustentación, por lo que el avión debería decolar con viento de frente, pero en ese momento lo teníamos de costado.

Al final ya entregao, el avión ascendió.

Llegamos al aeropuerto de Salta a las dos y media de la tarde, estaba lloviznando, fui a la terminal de ómnibus y tome uno que iba a Tucumán, en ese trayecto me impresiono el verde de las plantas, claro, no veía el verde desde hacía siete meses.

El señor que piloteaba el avión era de apellido Papa y el viaje de retorno termino siendo un Plus que me dio Fabricaciones, pero el desconocimiento que tenia en ese tiempo de la geografía y la toponimia de la zona, me impidió apreciar plenamente y en detalle, las maravillas que tuve la suerte de sobrevolar.

Quiero agregar además y para terminar, que el Jefe de Personal que gentilmente me arreglo el viaje era de apellido Gramajo, tucumano de no más de treinta y cinco años, (responsable además de coordinar los vuelos y la recuperación de la mercadería lanzada), falleció en forma trágica al volcar el camión en el que regresaba del Salar, a una semana apenas, de mi regreso de Febrero de 1960.

Recién regrese a La Casualidad tres años después, y pude rencontrar algunos antiguos compañeros, pero esa es otra historia.    

           
JULIO CESAR PONCE
La Banda - Sgo. del Estero
Agosto de 2013            

 



Otra historia de vida en Mina La Casualidad

Gustavo Adolfo de las Casas, no es ajeno a aquella mina/ciudadela perdida y abandonada en los Andes.

El supo ser uno de los niños que allí crecieron y se educaron en aquel ambiente tan hostil al ser humano pero que lo cargó de vivencias.

Pude convencerlo que el también se sentara a escribir sus recuerdos infantiles en La Casualidad y nos los regalara para que podamos compenetrarnos en el sentir de quienes allí vivieron, adultos y niños y, acercándonos a esos sentimientos, podamos también nosotros querer aún más aquel rincón olvidado de nuestro país.

Con la generosidad que lo caracteriza, se puso manos a la obra y acá están aquellas reminiscencias que brotaron de su mente a borbotones volcándose al "papel" satisfaciendo nuestra curiosidad, nuestras ganas de conocer.

Gracias Gustavo. Vos y tus amiguitos y compañeritos escolares, también estuvieron allí haciendo Patria, aunque no lo supieran.

           
EDUARDO CINICOLA
Febrero de 2.014            

 


 

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RECUERDOS DE MI INFANCIA

           
Gustavo A. de las Casas
Febrero de 2.014            

He escrito este relato desde el punto de vista de un niño de siete años de edad y trata sobre muchas de las experiencias, vivencias, apreciaciones y sentimientos del mundo que lo rodeaba allá por los años 1.966 - 1.967 en la querida y hermosa "Mina La Casualidad" como la conoció desde un principio y cuyos recuerdos lo acompañarán hasta el fin de sus días, como uno de los mejores momentos de su vida.

Son mis experiencias vividas pero les contaré en esta oportunidad lo que aquel niño, "Casitas" como sus amiguitos del lugar lo llamaban, vivió y sintió en aquella época. Doy fe.

Todo comenzó para él un día cuando en su hogar, en Córdoba, sus padres rumoreaban que deberían trasladarse, por razones de trabajo, a un lugar lejano e inhóspito, que todo sería más difícil y que estarían alejados de los seres más queridos.

Pasaron los días y el momento del viaje llegó.
Mi padre había sido contratado por Fabricaciones Militares para ocupar un cargo en aquel lugar aún desconocido. Yo estaba muy entusiasmado, alentado por los comentarios sobre irnos en tren a un lugar muy lejano y a gran altitud.
En un comienzo todo fue fantástico, salvo el llanto inconsolable de mamá que había dejado a mis dos hermanos mayores al cuidado de una tía; por razones de estudio.

No pasó mucho tiempo para que aquel niño sufriera la primera de las dos grandes amarguras de esta historia. La promesa fue ir a un lugar que estaba muy alto pero pese a que el pequeño veía montañas inmensas en la lejanía, el tren siempre transitaba por un lugar llano y muy cerca del suelo jajajaa.......

Transcurrían las horas y en mi crecía el entusiasmo por llegar a ese lugar.
Las estaciones se sucedían una tras otras mientras los habitantes cambiaban su fisonomía, forma de hablar y de vestir.
Pero lo más impactante fue la frescura del aire que se respiraba y lo vivido en San Antonio de los Cobres donde el tren paró por un largo rato para reabastecerse.

Bajamos con mis padres y hermanos a estirar las piernas y a ver los productos pintorescos que la gente del lugar mostraba a lo largo de toda la estación.
Entre tantas cosas lindas, el humo y un rico olor capturó nuestra atención. Un grupo de mujeres con sus vestimentas típicas, sentadas en pequeños banquitos preparaban, armaban y freían exquisitas empanadas para la venta.
Cada una de estas mujeres contaba con una olla con el recado, una caja con la masa ya preparada y una paila de hierro sobre las brasas con la grasa hirviendo para freírlas; y como si fuera parte de la receta, todas y cada una realizaban la misma labor; cortaban un trozo de masa y con la mano, sobre sus rodillas desnudas, formaban una esferita que después aplanaban y cubrían con el recado para cerrarlas y freírlas.
Por Dios que cosa más rica estas empanaditas.

Finalmente llegamos por la mañana a Caipe, fin de nuestro recorrido en tren.
Mientras esperábamos al transporte que nos llevaría a La Casualidad, resguardados del viento en la sala de la estación, un señor nos comentaba entre otras cosas que el viento solía ser muy fuerte y que a veces hasta tumbaba los vagones cargados; pero nada de eso me importaba, sólo quería llegar a ese hermoso lugar muy alto.
Poco después, una camioneta Gladiator doble cabina conducida por un gendarme, nos trasladó hasta el yacimiento.

Finalmente llegamos. Pero nada era lindo para mí. Todo me resultaba molesto. Estaba mareado y descompuesto. No toleraba tomar nada ni mucho menos comer; pero me preguntaba por qué a mí y a mi mamá nos pasaba lo mismo y a mis hermanos menores y a papá no.
Es la puna, escuché decir al doctor.
Sólo le rogaba a mi ángel de la guarda que esto no se tuviera que curar con inyecciones.

Fuimos hospedados durante casi una semana en el casino de empleados, debido a que nuestros muebles tardarían en llegar.
Cada día que transcurría era una experiencia nueva, una sensación nueva, comencé a salir del casino, los colores del lugar me cautivaron, todo era distinto, el aroma del aire era especial y hasta parecía tener un sabor agradable pero indescriptible.

Los días pasaron y llegaron nuestros muebles, ocupamos nuestra querida casa; se sucedían las visitas y las reuniones con nuestros vecinos, compañeros de trabajo de papá y mis primeros amiguitos. Comenzábamos a conocer las instituciones de La Casualidad, todo era muy lindo para mí, pero no así para mamá, su esfuerzo por adaptarse a la situación fue muy grande. Tuvo que aprender entre otras cosas a cocinar en una cocina a leña y a lidiar contra la presión que ejercían las esposas del reducido grupo de personal jerárquico, quienes pretendían que ella no realizara ni recibiera más visitas de mujeres o familias, de las que ellas llamaban "del poblado".

Una frase que dijera la señora del jefe de la sección camiones, maestra de la escuela, la apartó definitivamente del grupo.
"No deberías juntarte en esas reuniones, son coyas" dijo; y me dolió, me dolió al punto tal que no quería asistir a la escuelita.

Todo le fue muy difícil a mamá, recuerdo cuando colgaba la ropa mojada, muchas veces caían al suelo desde la soga y quedaban paradas solas por estar congeladas o escuchaba romperse el hielo del agua del balde cuando intentaba baldear la vereda, pero su esfuerzo se veía gratificado al sentir que podía resultarle útil a la gente de la comunidad; para ella, nunca hubo diferencias y hasta asistía al médico o a la partera en los partos difíciles de las primerizas.

Cada día era hermoso para mí en la escuelita querida, con su enseñanza plurigrado se nos brindaba nuevos conocimientos y me esmeraba para que me mandaran a tocar la campana y salir al recreo, para tomar un rico chocolate con pan, eso era una fiesta.
En las épocas de nevada jugábamos tirándonos bolas de nieve hasta que un día, un querido amiguito que por suerte no recuerdo quien fue, me tiró una con una piedra adentro y me tuvieron que hacer dos puntos en la cabeza.
Un ajuste de cuenta seguramente jajjaaa.....

El terreno era muy extenso, propicio para las expediciones entre amiguitos y solíamos escaparnos a la siesta, mientras mamá descansaba, por la ventanita del baño para juntarnos y empezar una travesía nueva.
La construcción de escondites secretos era la moda, sabía que alguna vez los necesitaría.

Un día recibimos el comunicado de nuestras maestras que había llegado al campamento un grupo de especialistas para vacunarnos, que no nos dispersemos porque su estadía sería de tan sólo unas horas.
El momento había llegado, uno de los escondites secretos me sirvió para ausentarme hasta que los vacunadores se fueran pero no me salvó de la paliza que papá me dio cuando salí.

Uno de los momentos que más me emociona al recordarlo, fue la inauguración de la iglesia que terminaba de ser construida. La ceremonia fue realizada por el Monseñor Pérez, Arzobispo de Salta quién había subido especialmente para esto y para darnos la Primera Comunión y Confirmación a un grupo de niños, entre ellos mi amigo Quico Pereyra.
Tomamos la Primera Comunión y se nos agasajó con un chocolate y facturas.
Para mí todo terminaba allí, de manera que me fui a casa y como no había nadie me quedé sentado en la vereda.
Resultó que faltaba la Confirmación!! Mi padrino, el señor Terrile estaba esperando solo mientras el Arzobispo confirmaba a todos hasta que papá me encontró y me llevó de las orejas hasta la iglesia, ya todo había terminado pero el Monseñor Pérez me confirmó solo, ya sin gente en la iglesia y me hizo rezar como penitencia todas las oraciones habidas y por haber; y noté demasiado fuerte la palmada en la mejilla.

Posterior a la inauguración de la iglesia, solía subir periódicamente un sacerdote al campamento y he tenido el privilegio de ser el primer monaguillo y aunque el curita, como lo llamábamos todos solía renegar un poco porque a veces estaba distraìdo a la hora de tocar las campanillas, siempre me convidaba al final de la misa un poquito del mistela y algunas hostias que le quedaban.
Todo estuvo bien hasta que una tarde, en que le tocaba la misa a los niños, el curita se demoró, de manera que no encontré mejor cosa que ponerme el atuendo que estaba sobre el altar y comenzar yo mismo la misa, hasta que otro buen amiguito me hizo señas que ya estaba llegando el curita, de manera que me saqué todo, lo dejé en el altar y me fui a casa.
No hizo falta que le dijeran al cura quién fue, yo era el único que faltaba.

Mi orgullo mayor fue saber que por intermedio del sacerdote, la iglesia autorizaba a mamá a bautizar a los niños recién nacidos, en ausencia del cura.

Los pasatiempos preferidos eran concurrir al pequeño parque infantil y también esperábamos ansiosos que llegara el fin de semana para asistir al cine en el comedor de operarios; nuestras películas favoritas eran las de indios y soldados del lejano oeste.
Recuerdo claramente que al día siguiente durante los recreos, se llenaba el patio de la escuela con indios y soldaditos, todos queríamos ser el muchachito héroe de la película. ¡Qué lindos momentos por Dios!

Y así transcurrían los días para aquel niño. Todo era alegría y a veces desolación al tener que despedir a un amiguito que se iba al cielo con las alitas hechas de papel y otras cositas en su pequeño cajoncito.
Pasaron las fiestas patrias, las fiestas de Navidad y año nuevo; y los carnavales con sus hermosas comparsas, cumpleaños, etc.
Pero nada es eterno; un buen día y sin saber el porqué, presenció una gran reunión en su amada casita en donde asistió mucha pero mucha gente de aquella que algunos llamaban tan despectivamente "coyas" con comida, hojas de coca para ofrendar a la Pachamama, vinos y aloja, pese a que estaba prohibido el consumo de alcohol y era su mismo padre quien debía sancionarlo.
Pero uno de estos azufreros de hierro le dijo, "esta noche no jefe, esta noche es nuestra".
Se trataba de una despedida, la nuestra y días después, por la mañana el pequeño debió enfrentarse a su segunda y última gran amargura.
Ya sentado con su hermano menor en la cabina de uno de los camiones que lo trasladarían, saludaba con sus dos manos entre risas y lágrimas a sus amiguitos, que se quedaban mirando y saludando hasta que por el espejo retrovisor pudo ver por última vez el arco de la garita de entrada a La Casualidad.

Es una imagen que quedó grabada en mi corazón y que jamás olvidaré.

Sólo espero poder volver algún día y recorrer cada rincón de mi querida Casualidad.
 


 



Una apasionante historia sucedida en Mina La Casualidad

Es ahora Quico Pereyra, otro de los niños que vivió y creció en la Mina La Casualidad quien nos relata una historia que nos pinta lo sufrido y azaroso de la vida en aquellos lejanos parajes, así como de la heroicidad de los actos de quienes por allí andaban en esos tiempos haciendo patria.

Gracias Quico por rescatar esta historia y darnos la oportunidad de conocerla. Y gracias por enseñarnos como siendo niños fueron capaces de vivir con sus padres en un lugar tan hostil.

EDUARDO CINICOLA
Marzo de 2.014            
 


UNA ODISEA EN LA PUNA

           
Luis Alfredo "Quico" Pereyra
Marzo de 2.014            

Puedes activar la música de fondo desde esta consola.


Esta historia tuvo lugar en los primeros años de la década del 70, y comienza en el pueblo de ANTOFALLA, ubicado en el borde sur del salar del mismo nombre, habitado por antiguas familias de la Puna, como los RAMOS, VASQUEZ, REALES, GUTIERREZ, y otras cuyas vivencias diarias y cotidianas en esos alejados lugares, en la época en que ocurrieron, hoy en día llegan a tener la categoría de verdaderas epopeyas, casi increíbles y dignas de figurar en una antología de relatos de la vida real de los puneños

La protagonista es una niña del lugar, que en esa época tendría unos 12 años, y como todo chico de su edad, sus días transcurrían entre juegos y obligaciones varias como ayudar en las tareas de la casa, pastorear el ganado lanar, y en las noches a la luz de una fogata o de una lámpara a querosén, escuchar las historias de sus mayores, que era una forma de trasmitir conocimientos, creencias y tradiciones ancestrales.

Pero un día cualquiera comenzó a sentir leves dolores en su abdomen, que las matronas del lugar diagnosticaron como empacho, estreñimiento, etc. Y fue tratada con la medicina tradicional del lugar a base de tisanas de yuyos varios, untos de grasa de Lion, sahumerios diversos y otros, que no dieron ningún resultado, más bien su estado se agravó al punto que a los dolores, cada vez más fuertes, se le sumó una inflamación progresiva y preocupante. Por esa razón, los mayores decidieron que era mejor llevarla a algún lugar donde pudiera recibir atención médica. Las opciones eran ANTOFAGASTA, TOLAR GRANDE Y LA CASUALIDAD, de las cuales se sabía que solo esta ultima contaba con servicio médico permanente. Por fortuna, cuando estaban en los preparativos, acertó a pasar por el lugar un vehículo Unimog de una empresa geológica o minera, que aceptó llevarlos hasta el puesto de CABALLO MUERTO, de donde seguirían viaje a mula, ya que para el vehículo simplemente NO HABIA CAMINO, ni siquiera una huella.

Los integrantes de la caravana eran, la niña enferma, don NICOLAS RAMOS, JOSE GUTIERREZ, TEODORA RAMOS, JUSTINIANO VASQUEZ Y un muchacho joven, creo que era CLAUDIO RAMOS, primo de la enferma. De la vega de CABALLO MUERTO salieron a lomo de mula rumbo a la Vega de ARCHIBARCA, cabalgando todo el día, con la particularidad de que la enferma estaba dispuesta sobre un burro al cual le habían adosado a cada lado, sendas bolsas de arpillera rellenas con lana de oveja, de manera tal que iba acostada, ya que por su estado no podía cabalgar.

Luego de hacer noche en ARCHIBARCA, siguieron viaje hasta la vega de RIO GRANDE, desde donde CLAUDIO RAMOS y JUSTINIANO VASQUEZ continuaron hasta LA CASUALIDAD para dar aviso y el resto del grupo quedó en la vega. Cuando los jinetes arribaron al poblado, fueron recibidos por mi padre, RAMON PEREYRA, quien ante la urgencia del caso, los condujo corriendo a la par de las cabalgaduras, hasta el hospital del lugar, donde el médico, el doctor ENCINA, dio aviso al jefe del yacimiento, quien dispuso inmediatamente que la ambulancia partiera rumbo RIO GRANDE a evacuar a la niña. Esto también representó una gesta adicional ya que en esa época había apenas una huella por el borde del salar homónimo, pero se pudo realizar gracias a la pericia del conductor, el recordado MONO FABIAN. Ya de regreso, el Dr. ENCINA la revisa y diagnostica PERITONITIS por lo cual debió ser evacuada a la ciudad de SALTA.

En este viaje, que se hizo en algo más de 8 horas, fueron el chofer FABIAN, el Dr. ENCINA, don JUSTINIANO VASQUEZ y la señora TEODORA, acompañando a la enfermita. Ya en la ciudad, fue operada por el Dr. LUIS CANELADA, quien también supo trabajar en LA CASUALIDAD, y que ya tenía todo dispuesto para la cirugía pues se había dado aviso por radio. Luego de 5 días en terapia pasa a sala común y luego de dársele el alta médica, vuelve a LA CASUALIDAD, y de allí se traslada nuevamente a TOLAR GRANDE, desde donde el recordado POLICO RAMOS la lleva a lomo de mula de regreso a su ANTOFALLA natal.

La protagonista de esta historia volvió a LA CASUALIDAD años después a trabajar, su nombre es ETELVINA VASQUEZ, en la actualidad tiene 56 años y vive en la ciudad de SALTA, la semana pasada la fui a visitar y le pedí permiso para dar a conocer la historia por ella protagonizada.
 


 



¿Qué se hacía en Mina La Casualidad?

Luis Alfredo "Quico" Pereyra, tuvo la amabilidad de enviarnos también, un detallado relato de los procesos de industrialización que se daban en la Mina La Casualidad en sus épocas de apogeo.

En esta primer entrega, nos relata el proceso de concentración del Azufre.

Gracias nuevamente Quico por tus colaboraciones para que aprendamos un poco más de lo que fue y qué se hacía en aquella ciudad/mina enclavada en los Andes.

EDUARDO CINICOLA
Marzo de 2.014            
 


EL PROCESO DE CONCENTRACIÓN DEL AZUFRE

           
Luis Alfredo "Quico" Pereyra
Marzo de 2.014            

El proceso de concentración del mineral de Azufre, al que se denomina Caliche en su estado natural o primitivo, comenzaba en el cerro La Estrella, que es donde se ubica el yacimiento a cielo abierto, en la zona sur de la Corrida de Cori. Allí en la denominada Mina Julia, situada a 5240 m sobre el nivel del mar, se iniciaba todo el proceso.

La extracción se hacía por perforación y voladura, llegándose a extraer de los socavones hasta doscientas mil toneladas de mineral por año en las épocas de mejor producción.

Este mineral era sometido a un proceso de trituración primaria en la planta denominada La Altiva, y luego era enviado por cable carril hasta las plantas de concentración de La Casualidad.

El cable carril fue instalado en 1949 y según recuerdo por los datos que me aportó mi padre, Ramón Pereyra, quien trabajó en este lugar casi 30 años, fue construido por una empresa inglesa, cuyo nombre era algo así como Ropway Enginering.
Como dato anecdótico, se dice que la obra civil (bases de cemento, fundaciones y pilares) estuvo a cargo de una empresa porteña cuyo titular se llamaba nada menos que Alberto J. Armando.(sería el entonces presidente de Boca Jrs?).
Ese cable carril recorría 16 km en línea recta desde La Altiva hasta el campamento ubicado casi 1000 metros más abajo. Constaba de 214 vagonetas que podían transportar hasta media tonelada de mineral cada una.
Lo que no recuerdo con precisión es el Nº de torres que tenía y no pude encontrar a alguna persona que me lo dijera. Lo que sí recuerdo es que el sistema era de los llamados bicable, ya que constaba de un cable guía y otro de tracción, y su capacidad teórica era de 40 ton/hora lo que rara vez se alcanzaba a causa de muchas dificultades, como por ejemplo el fuerte viento, y en no muy pocas veces la rotura de alguno de los cables.


Vista de época del extenso cablecarril en pleno funcionamiento.

Hasta el día de hoy es posible encontrar en distintos lugares a lo largo de la traza del cable carril, restos de los dos tipos de cables de acero que eran de un diámetro considerable.
También es posible observar restos de alguna vagoneta las que solían ser arrancadas por el fuerte viento y caían al vacío desde considerable altura.

El transporte de mineral era complementado por una flota de camiones de empresas privadas de las cuales recuerdo a una de las que estuvo más tiempo cuya sigla era ETAN (empresa de transporte automotor del noa).

Por otro lado, la energía para la acción del cable era provista por la usina instalada en La Casualidad por la empresa SAADE Argentina, que además proveía de electricidad a las plantas de concentración, talleres y viviendas, y a la planta de bombeo de agua del salar de Río Grande.
Según datos aportados por un gran amigo, Julio Cesar Ponce, la usina contaba con 4 grupos generadores que funcionaban con diesel y cuya capacidad conjunta era de 2,7 Megawatios. El consumo en los momentos pico era de 0,90 a 0,98 Megawatios.

Luego de llegar al campamento, las vagonetas vaciaban su carga en un enorme buzón de madera y retornaban a la mina; el mineral era sometido a otro proceso de molienda y zarandeo, y por cintas transportadoras era llevado a grandes molinos a bolas ( recuerdo algunos de marca ALLIS CHALMER). También como anécdota se dice que los primeros molinos usaban bolas de.. Porcelana!!, hasta que fueron reemplazados por bolas de acero.
Ambos tipos se reemplazaban luego de alcanzar cierto grado de desgaste, y en aquellos años era común encontrar en el depósito de chatarra del establecimiento las pequeñas bolas de porcelana y acero, de distinto tamaño, que se usaban para jugar a las bochas.
De los molinos pasaba a la Planta de Flotación en donde el mineral pulverizado mezclado con agua y aceite de pino recorría las celdas de flotación y luego era bombeado hasta la Planta de Refinación en donde era cargado en una batería de autoclaves a vapor en donde se lo licuaba hasta alcanzar un grado de pureza del orden de 99,7%. El vapor era generado en una batería de calderas con agua bombeada desde el Salar de Río Grande distante unos 8 km del campamento.


Vista de época de la Planta de Refinación y la chimenea de la caldera en pleno funcionamiento.
Detrás puede observarse el cablecarril y sus vagonetas.


Otra vista de la Planta de Refinación y la chimenea de la caldera.

La descarga de los autoclaves se hacía en grandes piletones de madera donde luego de solidificarse se cargaba en camiones que lo trasladaban hasta la estación ferroviaria de Caipe (y no Caipé, como extrañamente se generalizó), distante 70 km por uno de los caminos pavimentados más altos del mundo, que roza los 5000 m sobre el nivel del mar en el lugar conocido como Alto Samenta.


Operarios cargando en camiones el azufre refinado que partirá rumbo a Caipe.

Desde Caipe era cargado en los vagones del Ferrocarril Gral. Belgrano, Ramal C-14,para ser llevado a los centros de consumo, en Córdoba, Rosario y Gran Buenos Aires.

Todo el proceso descripto se llevaba a cabo las 24 hs del día en donde los operarios de las distintas secciones trabajaban en tres turnos de 8 hs cada uno, prácticamente todo el año ya que el establecimiento solo paraba dos días , el 10 de Agosto que se celebraba lo que se llamaba el día de la fábrica, en conmemoración del traspaso de la actividad privada a manos de Fabricaciones Militares, y el 31 de Diciembre por las fiestas de fin de año.
 



Mapa actual de la zona tomado de ViajerosMapas.com




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