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1978 - Cuestas Argentinas

Hoja 3

  LA CHILCA y EL CLAVILLO  

Andalgalá era solo una parada de pernocte en nuestro raid uniendo cuestas pero...

Uno se pone a hablar con los lugareños y...

Allí nos desayunamos de la existencia de un yacimiento arqueológico en la Zona, Chaquiago Potrero, con restos de una cultura precolombina que visitamos 6 años después.

También anotamos en nuestra lista para futuros viajes la Cuesta de Capillitas, que, partiendo de Andalgalá trepa hasta los 3200 metros para luego bajar hasta los 3000 donde se encuentra la Mina Capillitas.

Mina Capillitas fue otro gran emprendimiento aurífero y principalmente cuprifero que ameritó en su momento la construcción de otro gigantesco cableacarril de fastuosos 35 Km de longitud que vencía un desnivel de mas de 2.200 metros para bajar el mineral.

No sé lo que pasó. Ya en 1978 hacía muchos años que sus originales dueños no la explotaban. Pasó a manos de Fabricaciones Militares.

Cuando volvimos, varios años después a visitar la mina, lo único que de ella se extraía es una sal cristalizada de cobre que conforma una piedra rosada semipreciosa denominada Rodocrosita y que se encuentra en solo dos o tres lugares en el mundo.

Cuesta de Capillitas, Mina de Capillitas, Cueva de la Salamanca, El Arenal, Chaquiago Potrero... todos lugares que fueron a la lista de los sitios que aún hoy no termino de visitar...

En Andalgalá nos alojamos en el Hotel Provincial de Turismo.

Al día siguiente continuamos con la "caza" de cuestas.

Teníamos por delante la Cuesta de La Chilca y la Cuesta de Clavillo.

En medio de las dos un desvío a un pucará (fortaleza indígena) olvidado, el Pucará del Aconquija. Sin waypoints, sin Tracks y tan solo con unas vagas referencias.

La cuesta de la Chilca está ni bién salimos de Andalgalá en sentido Este.

Trepa y trepa, una horquilla detrás de otra.

Yo ya las emprendía manejando con cierta solvencia.

Ya tenía en mi haber dos cuestas en el R12 y otras dos (Del Infiernillo y del Totoral) manejando el 128 de mi amigo el año anterior.

Desde la cima de La Chilca (no muy alta -apenas roza los 1800msnm-) se tiene una inesperada vista del Salar de Pipanaco, 60 kilómetros hacia el Sur.

Poco después de Agua de las Palomas, nos desviamos de la ruta por una senda carcomida por las lluvia y con profundas grietas longitudinales donde sería muy peligroso que se calzara una de las ruedas.

No metimos la rueda en ninguna grieta pero finalmente quedamos atrapados por un buen rato en este arenal, enterrados hasta los ejes.

Nadie conocía el "Pucará", a pesar de que la Carta Topográfica de la zona denomina el área como campo del Pucará.

Recorrimos bastante hasta encontrar alguien, en esta perdida estafeta de correos de paredes de adobe y techo de paja, que nos indicó:

- El Pucará está ahicito, detrás de la lomada, en el otro cerro... pero van tener que dir caminando, no hay "trocha" p´al vículo.

Y, allí dejamos al "vículo" y nos arremangamos para trepar la loma a ver si llegábamos al Pucará.

Más de cuarenta minutos de trepada y un gran "calorón" nos costó llegar a la cima de la lomada.

      

Desde allí comenzaba una ancha pared de piedras que se extendía hasta la siguiente lomada.

En aquella siguiente lomada, divisamos lo que parecían construcciones tipo habitación, que podrían ser el "centro" del Pucará.

Lo pensamos... si, lo pensamos un buen rato... pero, bajar esa "loma", subir la otra, recorrer, volver a bajar/subir y bajar las dos lomas, nos pareció un precio muy caro (sobretodo en tiempo) para visitar el Pucará.

Ponelo en la lista!!

Volvimos a la estafeta, nos descalzamos y refrescamos los pies en un arroyito cristalino que allí había.

Un desvío del arroyo llevaba agua hacia un gran pozo lleno de lodo y paja.

Descubrimos un chiquito de no más de 6 años, llevando su burro y con sus piernas llagadas hasta las rodillas, cuya tarea consistía en pisar y pisar esa mezcla de barro y paja que viéramos en el pozo anterior, para conformar el adobe que formaría los bloques con que su madre construiría el rancho...

¿Qué hacer?

¿Cómo inmiscuírse en intentar modificar una realidad que no nos pertenece? De la que en cinco minutos nos alejaremos y que probablemente nunca más veamos.

Una realidad que como luego comprobaríamos se repite y aún con más crueldad en cada valle y en cada quebrada.

Una realidad inabarcable, totalmente fuera de nuestro control.

Mortificados volvimos a la ruta que une Aguas de las Palomas con El Alamito, por ella treparíamos la otra gran Sierra que no pertenece a la Cordillera de los Andes, a pesar de sus altos picos (más de 5400 metros de altura). Es el Cordón del Aconquija, que aquí oficia de límite entre Catamarca y Tucumán.

La cuesta que lo asciende es la Cuesta del Clavillo que encuentra un abra de "apenas" 2200 metros de altura para atravesarlo.

Viniendo desde el oeste, la cuesta engaña, no parece de mucha altura, ya que el desnivel entre el pueblito de Aconquija en su base a 1570m y la cima de la cuesta a 2200 es de tan solo 630 metros, mientras que el descenso hacia la provincia de Tucumán, luego de cruzar la divisoria de aguas es de 1830 metros ya que hay que bajar desde los 2200 metros del abra a los 369 msnm en que se halla la población de Concepción, ya en los llanos tucumanos.

El paisaje es de un selva húmeda de montaña.

Las nubes van quedando por debajo del camino y por momentos se transita entre ellas.

Esa abundacia de humedad es muy generosa con la flora, lo que unido a temperaturas levemente subtropicales crea las condiciones para el desarrollo de esa espesa vegetación que tapiza las montañas.

Vamos dejando atrás pueblitos en la cima de montañas, o caseríos como
Río Potrero (foto), Las Chacras, Las Quintas.

      

Llega la bajada, el descenso a los llanos del sur de Tucumán, allí donde se cultiva la caña de azúcar.

Son curvas y mas curvas. Cientos de curvas. Tantos años despues tengo el recuerdo del dolor de mis brazos de tanto giro y contragiro del volante.

Volvemos a atravesar las nubes, esta vez en sentido descendente. El paisaje se pone más nítido. Los rayos del sol triunfan sobre la espesa neblina y nos muestran, ya desde las últmas estribaciones, los prolijos campos cultivados.

Comienza el asfalto.

Pocos kilómetros nos separan de la ciudad de San Miguel de Tucumán.

La conducción es tediosamente lenta.

Cientos de tractores que arrastran tres o cuatro acoplados cada uno con toneladas de caña de azúcar recien cortada y que desborda de sus capacidades, la transportan hacia los ingenios donde se transformará en esa arena blanca y dulce.

Son los dueños de la ruta e imponen su cansino ritmo.

Tarde, muy tarde llegamos a la capital de la provincia.

A buscar un oculista porque a Liliana (mi esposa) se le ha incrustado un objeto extraño en un ojo y la tiene muy molesta.

Luego alojamiento, cena, ducha y cama.

Mañana será otro día.


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