Familiar      

1978 - Cuestas Argentinas

Hoja 5

Cuesta del ACAY

CACHI, LA POMA y San Antonio de los COBRES

La noche anterior habíamos arribado a Cachi luego de haber subido por la Cuesta del Obispo, pasando por el Valle Encantado, la recta de TinTin y Payogasta.

  

Esa mañana la aprovechamos para visitar plaza, iglesia y cementerio (en una lomada enfrente del pueblo hacia el sur).

También nos dimos una vuelta por el instructivo museo de Cachi
con cuerpos momificados hallados en cerros cercanos.

El valle-quebrada en que se encuentra Cachi sube por las faldas del nevado en un sorprendente oasis de cultivo. Hacia allí se extienden los caseríos rurales de Cachi Adentro.

Más hacia la montaña existe un yacimiento arqueológico (que visitamos años después) "Las Pailas", con restos de los antiguos pobladores de este pequeño y alejado valle.

Cerca del mediodía juntamos todas las cosas y partimos.

Nos esperaba la cuesta más alta en esta "cacería" de cuestas. Es aquella por la que "La 40" trepa al Abra del Acay.

En mis planes no había tenido en cuenta que estábamos en agosto (pleno invierno en el hemisferio austral) y que el camino que llega a los 4.900 metros de altura del Abra nos podía esperar con nieve.

Pasamos nuevamente por Payogasta (anoche estuvimos por aquí), pero ahora pasábamos con rumbo norte.


Luego aprendí que este sentido de subida al Abra del Acay es mucho más complicado que el "Norte/Sur", y eso se debe a que por acá, debemos superar un desnivel de más de 2500 metros ya que Payogasta se encuenta a 2400 metros y el abra a unos 4.900.

Viniendo del norte, uno ya se encuentra en la altiplanicie de la Puna. El cruce de la RN40 con la RN51 -comienzo de la subida por allá- está a 3850m por lo que la cuesta del lado norte tiene un desnivel de "solo" 1000 metros.

Además en la ladera norte hay mucho menos posibilidades de acumulación de nieve ya que sol pega de pleno (no le hacen sombra las montañas en invierno) y el terreno es más despejado y expuesto al viento.


No disponíamos de Cartas Topográficas, ni fotos satelitales, ni GPS, ni altímetro, ni siquiera un mapa detallado de la zona.

En el que teníamos, figuraba una línea punteada que hacia el norte enlazaba Payogasta con "Esquina Azul" y "La Poma", luego continuaba y mas adelante solo figuraba San Antonio de los Cobres.

Nos miramos con Liliana, tragamos saliva y... nos metimos...

El paisaje se nos abría especialmente espectacular,
como invitando a que siguiéramos conociéndolo,
como incitándonos a la aventura.

La RN40 era allí solo las dos huellas dejadas por los rodados de algunos pocos vehículos. Producía la sensación de estar en un más íntimo contacto con el entorno.

Casi como andar "fuera de la carretera".

Imprevistamente aparece en aquella huella una señora, caminando y con dos bolsas pendiendo de sus manos. Nos detenemos y le ofrecemos acercarla hasta donde podamos.

Nos cuenta que era de Esquina Azul, en realidad un poco más "adentro", desde Esquina Azul debía subir unas horas por la ladera de la montaña donde ya no hay camino. Que venía de Payogasta y había salido a las 7 de la mañana. Era cerca del mediodía cuando la hallamos.

Intrigados por sus quehaceres logramos que nos diga como se sustentaba ella y su familia laborando en tejidos confeccionados con lana de llama.

Ellos mismos criaban y esquilaban los animales. Hilaban la lana a partir de los vellones. La teñían de vivos colores con productos naturales (raíces de plantas, sales minerales, etc.) y luego en los telares (también construídos por ellos mismos) sus manos entrelazaban sabiamente aquellas hebras de colores para dar forma a los geométricos dibujos de espléndidas mantas y ponchos.

- ¿Y, cuánto cuesta una de las mantas terminada?

- Un marrón. (Se refería a un billete de cien pesos Ley 18.188, equivalente en aquel entonces a unos 3 dólares).

- ¡¿Cien pesos?!, y quien se las compra.

- En realidad no las vendemos, se las canjeamos por mercadería a un viajante que viene una vez por año. Nos deja algunos alimentos y ropa como esta. Me dice mientras señala su saquito de banlon (fibra sintética muy económica) verde fosforescente, que llevaba puesto y que vendían por kilo en el barrio de Once en Buenos Aires.

Bajó en Esquina Azul.

Esquina Azul no era un pueblo ni mucho menos. Tan solo un corral y un rancho que el camino debía esquivar haciendo un giro de noventa grados a la izquierda.

Más adelante retomamos rumbo norte y, embriagados de paisaje, llegamos a eso de las dos de la tarde a La Poma, antes tuvimos vadear el Río Cafayate.

Muy poca gente en aquella tarde invernal de la Poma. Los árboles de la plaza (únicos que viéramos en los últimos 150 Km) tienen sus ramas absolutamente desnudas.

Nos detuvimos en el almacén a comprar un poco de pan y fiambre para unos emparedados, ya hacía unas horas que había pasado el mediodía y no habíamos almorzado.

Se nos acerca un gendarme a preguntarnos para dónde íbamos.

- A San Antonio de los Cobres por el Acay.

- ¿Cómo? ... No señor, el camino esta cerrado por nevadas. No pueden seguir.

- Bueno, estamos "turistiando" así que si nos lo permite avanzaremos solo un poco más a tomar unas fotos. Donde veamos que se pone malo, pegamos la vuelta.

No muy convencido, el gendarme nos dejó pasar. Previamente tomo todos nuestros datos y los de nuestros parientes en Baires. (Esto último no me resultó muy tranquilizador.)

Más de las tres de la tarde cuando la emprendimos hacia al Abra.

Hoy, conociéndola, no partiría solo a esa hora en invierno (anochece a las 18, 18:30).

- Estos son medio exagerados, si el camino está lindo seguimos hasta San Antonio de los Cobres -le digo a mi esposa, con la inconsciencia de los 27 años. - Estoy seguro que la ruta no está cortada y pasan vehículos regularmente.

La "ruta" prácticamente desaparece luego de vadear el Cafayate por tercera vez a la salida de Pueblo Histórico o Poma la Vieja, la que destruyó un terremoto la noche de Navidad de 1.930

Nos embelezamos viendo los nevados San Martín y del Acay al frente y a la derecha.
La RN40 cada vez más precaria y angosta, sigue subiendo.

Pasando Saladillo (donde hoy hay una escuela, en ese entonces era solo un paraje deshabitado) decidimos detenernos a comer los benditos emparedados.

      

Allí estaba, sentado sobre una piedra comiendo un sandwich de salamín, cuando veo que se acerca un pastorcito con sus chivas, que no se de dónde salió.

- Hola, decime una cosa... ¿Pasan autos por esta ruta?

- Si. Si señor, pasan "vículos".

- Y, ¿Hace mucho que pasó el último?

- No... si ha de hacer... una semana, si, hace unos diez dias pasó una camioneta.

- Ahhh... ahora me quedo más tranquilo, si nos pasa algo seguro tendremos auxilio (?)

Como si nada de eso hubiera escuchado, le propongo a Liliana continuar.
Ella, como si nada de eso hubiera escuchado, acepta y sube al auto.

Hubo que vadear en varias oportunidades el Río Calchaquí.

En una de esas nos sorprende que la ruta se sumerge debajo de las aguas pero no vemos la salida del otro lado.

Debimos recorrer varios cientos de metros dentro del cauce con agua antes de hallar la salida por la margen opuesta,

      

La cosa se ponía cada vez más brava.

El 12 había perdido muchos de sus ya escasos HP. Y, para más la cuesta empinaba su pendiente.

El asunto se complicó a la salida de uno de los tantos vadeos del Calchaquí.

La pendiente para salir del río era muy marcada y, el motor no tiraba. Al largar el pedal del embrague, inexorablemente se apagaba.

No podía retroceder y tomar impulso a causa de las grandes piedras que tapizaban el lecho del río.

Aceleraba a fondo y "peinaba" el embrague hasta que humeaba y no conseguía moverlo.

La salida marcha atrás por la margen opuesta nos presentaría exactamente el mismo inconveniente. Estábamos en aprietos y en el fondo de un pozo.

Finalmente, Liliana colaboró con su esfuerzo y empujando y empujando, con muy poco oxígeno para respirar y los pies en el agua helada, logró dar el resto de potencia que nos faltaba. Es el día de hoy que me lo recrimina y cada vez que le propongo ir por allá me dice -¡Pero mirá que yo no empujo ehh...!!!

Luego vino el hielo y el sol que se iba.

Tuvimos que "picar" hielo en varios lados para evitar el patinazo y terminar en el fondo del precipicio.

Pero todavía no se ponía "imposible" como para volvernos, así que "avanti" siempre "avanti".

La subida final era "mortal", creo que fueron unos 20 minutos en primera marcha, sin quitar el pié del acelerador en ninguna de las cerradas horquillas del faldeo, como para no perder velocidad.

Creo que, en ciertos lados, si me hubiese detenido, no hubiera podido retomar la marcha.

Finalmente....

EL Abra del Acay!!!!!!

4.895 metros sobre el nivel del mar reza el cartel (y le creimos).

Años despues, en varios cruces más que realizamos, comprobamos y certificamos con precisos GPSs que la altura real del paso es de 4.969 metros.

El sol vuelve a iluminarnos. Antes de llegar al abra lo tapaban las montañas.

EL Nevado del Acay con su inconfundible silueta de lomo de elefante
sin nieve en aquel invierno de 1978

Nos quedamos unos minutos allí y comenzamos el descenso hacia Cobres.

Del lado norte la cuesta es bastante más tranquila, las montañas parecen suaves colinas redondeadas y algo verdes. Igualmente cruzamos varios manchones de hielo y los últimos 400 metros de desnivel se "bajan" por una larga recta arenosa que eleva la velocidad del R12 por arriba de los 110 Km/h.

El sol tardaba en ponerse o nosotros andábamos muy rápido, el caso es que aún de día arribamos a San Antonio de los Cobres.

Nos sorprende una enorme antena parabólica. Era el comienzo de las comunicaciones satelitales y el gobierno, en un plan de integración de localidades remotas denominado "Soberanía" había instalado 26 de estas en los pueblos mas alejados. (Luego vimos otra que aún hoy existe en Antofagasta de la Sierra).

La "lujosa" Hostería de las Nubes no existía, estaba a años de su construcción y solo conseguimos alojamiento en una pensión rancho, con paredes de adobe y techo de paja pero con 10 frazadas en cada cama.

Las necesitamos, y cómo. Esa noche de agosto hicieron 20 grados bajo cero en Cobres.


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