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Esa noche de agosto hicieron 20 grados bajo cero en San Antonio de los Cobres.
¡¡Tenían las viviendas y no conseguían habitantes!!
Esa mañana debíamos continuar inexorablemente nuestro camino, los siete días de vacaciones invernales tocaban a su fin y estábamos muy lejos de Buenos Aires. Debíamos bajar de la Puna hacia Salta. Esto se hace por la quebrada del río Toro y fundamentalmente por la Cuesta de Muñano, que en realidad, saliendo desde SA de los Cobres es "cuesta abajo". Efectivamente, San Antonio se encuentra a 3.770msnm, desde allí había que subir solo hasta los 4.180 en que se encontraba el Abra Muñano y emprender la bajada hacia Campo Quijano y Salta.
En 1.978 la calzada era totalmente de ripio, por tramos muy angosta y había que vadear en doce oportunidades el curso del Río Toro (por supuesto sin puentes). - ¿Solo 150 Km? Saliendo a las diez, estaremos para el almuerzo en Salta. ¡Qué petulancia! Sin conocer siquiera el tipo de camino que nos esperaba, ya especulaba y dictaminaba cuanto tiempo íbamos a tardar. Cuando nos disponemos a partir de San Antonio, dos gendarmes que iniciaban su franco nos piden si los podemos llevar hasta la ciudad de Salta. - Ningún problema, acomodense en el asiento trasero... En poco tiempo pasamos por la bifurcación en que la RN40 toma rumbo sur hacia el Abra del Acay, por donde habíamos subido a la Puna el día anterior.
Unos Kms más y una breve cuesta nos lleva hasta el Abra Muñano.
Pasada la bajada violenta, el camino comienza a correr junto al Río Toro, copiando todas sus irregularidades. El R12 iba más rápido que sus posibilidades de doblar, es así que en uno de los tantos giros a la izquierda, se desliza un poco demás la cola hacia el precipicio y, por un instante la rueda trasera derecha queda literalmente en el aire. Los gendarmes, pálidos apretaban sus dedos en los respaldos de los asientos delanteros. - No, pero voy aprendiendo... les digo para tranquilizarlos... Vadeamos el río una y otra vez y otra... En un momento escucho un ruido raro en una de las ruedas delanteras, como de metal rozando con metal. ¿Qué habrá pasado? ¿Serán los rulemanes? ¿Estará a punto de salirse la rueda? Finalmente me decido y detengo la marcha. Levanto el auto con el criket y girando la rueda aparece el ruido. Saco la rueda y allí encuentro la culpable. Era una piedra que se había metido entre el disco de freno y el chaponcito deflector... Menos mal. Quito la piedra. Armo la rueda y continuamos camino.
- ¿Sabe usted que por acá cerca hay un pucará indígena abandonado? Me pregunta uno de los gendarmes. - No, ¿Dónde? - Poco mas adelante, antes de llegar a Puerta Tastil, es el Pucará de Santa Rosa de Tastil. Por supuesto que paramos, dejamos el coche a la vera de la ruta y emprendimos la escalada de unos cerros a nuestra derecha. Cuando llegamos a la cima nos sorprendemos ante los restos de una enorme ciudad de piedra, abandonada hace años.
Años después conocimos muchos otros pucarás en Argentina y Chile, ( de Tilcara, de Los Quilmes, Fuerte Quemado, del Aconquija, de Lasana, de Quitor, etc, etc,) pero puedo asegurarles que este fue uno de los más extensos que vimos. Desde los años ´90 ya se ha construído un camino para vehículos que sube por la ladera del cerro hasta un estacionamiento en "la puerta del pucará". Mi cálculo de tiempo de arribo a Salta fué errado en un 200%. Tardamos exactamente el triple de lo previsto y recién a las 4 de la tarde pudimos comer algo en las cercanías de la terminal de buses, donde dejamos a los gendarmes para que continúen su camino.
FIN...
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