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En agosto de 1978 salimos por primera vez de viaje en auto propio (en realidad de mi padre). Como cuento en "La historia del R12", era un viaje muy ambicioso y uno de los lugares que visitaríamos era el "Valle de la Luna" en la Pcia, de San Juan. La visita al Valle de la Luna continuó con un recorrido por la Ruta 40 (la traza original hoy en desuso) hacia el Norte. Queríamos pasar por las cuestas de Miranda, Zapata, Belén, La Chilca y El Clavillo, visitando localidades tales como Chilecito, Famatina, Tinogasta, Belén, Andalgalá, el olvidado Pucará del Aconquija, Candelaria, etc, etc, hasta San Miguel de Tucumán. Eso solo para esta etapa, porque el viaje en realidad debería continuar...
Al despertar en Patquía, luego de las peripecias del día anterior, desayunamos y nos aprestábamos a desandar en camino hasta el lugar donde quedara el R12, para continuar desde allí a Pagancillo y Chilecito por la Cuesta de Miranda, cuando se acerca un personaje a pedirnos si lo podíamos acercar unos kilómetros hasta cerca de Paganzo. Habiendo conocido la noche anterior lo que es la desesperación por conseguir transporte, no pudimos negarnos y, amontonados un poco en el asiento posterior, partimos hacia el Oeste. En el viaje conversamos con ese buen señor y nos cuenta que está volviendo a su trabajo en una mina de donde se había "fugado" el día anterior. Intrigados por la palabra "fugado", le pedimos más y más precisiones sobre esa historia.
Es así que nos cuenta que en realidad el es boliviano y anda sin dinero y sin documentos, porque la "empresa" que lo fue a contratar a Bolivia a él y a otros cuantos compatriotas, trayéndolos en camiones, los tenía "secuestrados" en la planta en las sierras de Paganzo, habiéndoles quitado sus documentos y no permitiéndoles que manejen dinero, solo vales.
Así pasaba sus días "preso", alejado de cualquier ciudad o medio de transporte. Indocumentado, en un pais sumergido en un combate subversión/represión donde cualquier indocumentado tenía altas posibilidades de pasarlo muy mal. Hasta que un día dijo basta, su paciencia llegó a un límite y, por la noche, se fugó de las barracas. Caminó en la obscuridad, bajando de la sierra, sin saber siquiera bien donde estaba ni dónde habría una población cercana. Al amanecer llegó a la ruta y, el primer camión que pasó lo llevó hasta ahí cerca no más, hasta Patquía. Eso había sido en día anterior. En Patquía tomó contacto con la realidad argentina de aquellos días y alguien le aconsejó que no anduviera sin documentos por la calle, y menos siendo extranjero y sin referencias. Su prudencia le dictó que era preferible volver al cautiverio de la mina que correr el riesgo cierto o incierto de "desaparecer". Cuando bajó del auto nos dejó una sensación de irrealidad. Sabíamos de esas prácticas en los quebrachales del Chaco, pero eso había sido a principios del siglo, no en los "modernos" ´70...
Eran las once de la mañana y todavía no nos habíamos cruzado con ningún vehículo, en ninguna de las dos direcciones.
La travesía continuó unos 150 Km más hasta Pagancillo, poco antes de Villa Unión. Allí salía la carretera de ripio que "encaraba" para la Cuesta de Miranda, con destino a Chilecito. Allí nos detuvimos a comer algo. Y allí nos comentaron que unos baqueanos de la zona solian llevar, a caballo, a algunos turistas hasta unos cañadones con paredes de rocas muy altas y con extrañas formas. - Y ¿dónde queda eso? Le pregunto. - Por ahicito. Ustedes debieron haber pasado el lecho de un río seco que se "adentra" pa´l naciente. Bueno por ayí se meten, se llama "Talampaya". Talampaya. Si, Talampaya. Qué raro, yo que me "comía" todo lo que se publicara sobre lugares turísticos o paisajes llamativos, no había leido ni escuchado nada aún sobre Talampaya. - Si, dicen que es mas bonito que el Valle de la Luna -decía aque riojano en franca competencia con sus vecinos sanjuaninos-. Saliendo a la mañana temprano, a la tardecita ya estan volviendo, agregó. - Bueno, esta vez no tenemos tiempo, debemos continuar, pero ya volveremos, ya volveremos... Este viaje que había sido organizado originariamente para subir a la máxima cantidad de cuestas que pudiéramos en territorio argentino, nos estaba sirviendo también para tomar nota de nuevos e "inexplorados" lugares...
Eran más de las tres de la tarde cuando emprendimos el ascenso a la Cuesta de Miranda. El año anterior ya habíamos subido algunas cuestas en un Fiat 128 de un compañero de trabajo. Eramos 4 y equipajes en aquel 128 al que le costaron, y bastante, los 3045 metros del Abra del Infiernillo, viniendo de Amaicha para Tafí del Valle, en Tucumán. ¿Cómo se portará el R12? Bueno, por suerte comenzamos con algo livianito, la Cuesta de Miranda tiene solo 2050m sobre el nivel del mar.
Algunas son para la Difunta Correa, algún santito, recordatorio de algún accidente con víctimas fatales y alguna "apacheta" de agradecimiento a la Pacha Mama.
La roca, las piedras y la tierra es roja, muy roja. No el rojo anaranjado de Misiones, un rojo seco, tirando a bordó.
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