Salimos una semana antes que Lucho y Claudia, nuestro destino inicial era el Cañón del Río Atuel, en las cercanías de San Rafael.

Llegamos al anochecer, sin reserva previa y sin saber dónde paasaríamos esa noche.

En la semipenumbra descubrimos, pegado al río, un restaurante con varias cabañas.
Cuando descendemos de la camioneta para averiguar, miro las instalaciones y me digo para mis adentros "Esto va a resultar demasiado caro para nuestro presupuesto".

Inmediatamente se acerca un simpático personaje que nos recibe muy amablemente hablando un perfecto castellano aunque medio afrancesado.

Resultó ser Noel (versión castellanizada de su nombre original), dueño del complejo y charlatán (en el muy buen sentido de la palabra) como pocos.

Se ofendió amablemente cuando le dijimos que íbamos a ver otras cabañas para comparar precio y comodidades.

Nos convenció y nos quedamos (fue, a la postre, una excelente decisión).

La atención era de primera categoría.
La cabaña, completamente equipada, a diez metros del rumoroso Atuel, inmejorable.

Disfrutamos plenamente de esos días de estancia, mientras esperábamos la llegada de Lucho y Claudia.

Paseos y caminatas diarias en ese Cañón del Atuel desconocido (por la poquísima gente que hay en Abril), amenizados con desayunos, almuerzos y cenas, bajo algún árbol a no más de un metro del río.

Las piletas de natación no las utilizamos, pero más de una vez nos tiramos a refrescarnos un poco en el Atuel.

El sábado siguiente llegaron Lucho y Claudia en el "poderoso" Fiat Uno.

Vista del Río Atuel desde la puerta de la "cabaña".

Al día siguiente salimos todos en la Lada a buscar unos petroglifos y recorrer un poco del interior de aquellas últimas estribaciones de los Andes.
Nos metimos por picadas y varios lechos de ríos secos, practicando un poco de "orientación sin instrumentos".

Dos días después remontamos todo el Cañón del Atuel, hasta El Nihuil donde pernoctamos en unas cabañas del Club de Pescadores.

A la mañana siguiente, lluviosa, tomamos rumbo sur por una carretera de ripio en muy buen estado.

Estábamos ingresando a La Payunia.
Las nubes bajas y la lluvia nos mostraba una perpectiva muy distinta de la que conociéramos aquel caluroso diciembre de 1999.

El camino es muy parejo y cuidado, de ripio negro hecho con lava volcánica triturada.
En el horizonte divisamos los primeros conos de los innumerables volcánes que tapizan aquella planicie.

Algunos sumamente desgastado por el paso de los mileños.

El coirón, pasto muy resistente característico de la Puna, dice presente en La Payunia.
Detrás y a la derecha divisamos la lejana silueta del Cerro Payún.

Es un laberinto de caminos y, a pesar que levábamos el GPS y algunos puntos de referencias de nuestro viaje anterior, nos perdimos.

Cuando llegamos a Coehue-Co, donde deberían estar los guardaparques ya era de noche. Para más, ellos habían salido hacia Malargue.

Las compañías petroleras, que realizan exploración y explotación en la zona, abren cientos de caminos que no van a ninguna parte o que terminan en un pozo petrolífero que, abandonado en aquellas vastedades, succiona la sangre de la tierra como un gigantesco mosquito.

ES MUY PROBABLE EXTRAVIARSE, con nadie a quien preguntar por el camino correcto. Pero, es parte de la aventura.

Justamente, intentando salir de La Payunia hacia la RN40, terminamos frente al Río Grande que nos cortaba el camino en un vado imposible de cruzar, y menos de noche.