La huella es bastante buena y uno ya visualiza la enorme extensión del Salar de Antofalla. Lo cruzamos aquí mismo en dirección oeste-este para pasar por una corrida de lava tremenda, debe ser del Peinado como lo expresa Eduardo Cinicola en su relato. Y volvemos a la dirección principal, hacia el norte y volvemos a pisar el salar. La huella es realmente una tortura, ir a más de 10 – 15 km/h es imposible, y son aprox. 30 km de distancia a recorrer, antes de dejar finalmente el salar para meternos en un valle en subida. Nos sorprende la noche, hace tiempo que ya nos dimos cuenta que fuera imposible llegar a Antofagasta hoy en el día. A las 22:00 hay una oscuridad total, se ve ni un milímetro hacia delante. Sobre la misma huella paramos y armamos un campamento para dormir, mañana será otro día.

El próximo día seguimos la siempre bien marcada huella y disfrutamos de las vistas espectaculares que se presentan muy a menudo. Al dejar detrás de nosotros la gran cuenca del Salar de Antofalla y bajar a la zona del Salar Ratones y de La Mina nos despedimos también definitivamente del Cóndor y del Peinando. En el portezuelo disfrutamos por última vez las hermosas siluetas de estos llamativos volcanes. Nos acercamos definitivamente a Antofagasta de la Sierra. El último tramo pasa por unos barreales totalmente secos y perfectamente planos donde los Toyota disfrutan de los 100km/h que alcanzamos! Volvemos a la civilización. A las 14:00 horas de ese día almorzamos en la Hostería de Antofagasta, devorando Milanesas con huevos fritos y papas fritas. Las mujeres son vegetarianas, ellas se conforman con una abundante ensalada mixta. No obstante, todos disfrutan de una bien helada cerveza! Después de reponer los tanques con gasoil (que se vende al modesto precio de $ 3,25!) seguimos los pocos kilómetros a El Peñón para conocer la flamante Hostería La Pómez, para descansar y encarar mañana la última etapa de nuestro itinerario.