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Para realizar este viaje-aventura nos pusimos de acuerdo cuatro
amigos (Eduardo, Héctor, Pablo y Roberto) y, en un Renault 12
(1977) más un VW Gol (1996) partimos de la ciudad de Buenos Aires
el 22 de julio de 1996, por la noche (23 Hs).
La intención era llegar a la Laguna Brava, en plena cordillera
de los Andes.
De las averiguaciones que habíamos realizado cosechamos que
era casi imposible llegar allí, a 4200 metros de altura,
casi sin caminos, en invierno y con "esos vehículos". (Lo lamentamos
pero eran los únicos que teníamos. Supliríamos la
falla con voluntad, pues voluntad para realizar esta "locura" era lo que
nos sobraba).
Manejamos a tranco lento (90/100 Km/h) durante toda la noche.
Por allí cerca, en la ciudad de Jesús María,
fundada en 1618, visitamos un antiguo convento jesuita.
En el lugar, un sencillo promontorio y un descuidado monumento, con
nueve cruces rodeándolo, recuerdan el hecho.
A la media tarde, con el sueño atrasado, por la noche de insomnio (conduciendo), la modorra producida por la opípara comida, y un implacable sol de frente que nos hacía entrecerrar los ojos, debimos cruzar las Salinas Grandes. Gran extensión de tierra cubierta por una gruesa capa de sal que ocupa territorios de tres provincias: Córdoba, Catamarca y Santiago del Estero. Es una travesía de casi tres horas a buen ritmo. Cuando comenzó a obscurecer estábamos cruzando unas sierras
(denominadas Sierra de Ancasti o El Alto).
Cenamos un guiso de mondongo, que habíamos llevado congelado, preparado por la madre de Eduardo para la ocasión. El frío se hacia sentir. Reunidos alrededor del infaltable fuego de todo campamento, platicamos hasta tarde y disfrutamos de un cielo infinitamente estrellado, que hacía tiempo no veíamos sumergidos en el smog de la gran ciudad. Estábamos en las cercanías de Anquincila (minúsculo pueblito de montaña), en la provincia de Catamarca.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, apareció un lugareño a quién le compramos un chivito (cabrito) que prepararíamos esa noche en un camping en las cercanías de la ciudad de Catamarca. Desarmamos campamento, ordenamos los coches y partimos. Paramos en un arroyo que cruza el pueblo de Anquincila a lavarnos y lavar los utensilios de comida (en el lugar en que armamos el campamento la noche anterior no había agua y nosotros no habíamos llevado la suficiente) . Continuamos camino. Pablo estrenaba su conducción en camino de montaña y,
buscando sus propios límites y los de su auto, cometió una
imprudencia.
(*) En Argentina llamamos "llanta" a la parte metálica
de la rueda y "cubierta" al neumático o parte de goma o caucho.
Ya teníamos el primer problema a resolver. El auto necesitaba
un arreglo. Era domingo y el dinero estaba casi justo.
A poco de andar, el camino debe descender abruptamente 1.100 metros,
hacia el valle donde se encuentra la ciudad. La cima de la cuesta se encuentra
a 1.840 metros sobre el nivel de mar y el valle a 700.
Llegamos a la ciudad de Catamarca ese domingo a las tres de la tarde.
Parecía que había caído una bomba neutrónica.
Ni un perro por las calles.
Así lo hicimos. Averiguamos que el Camping Municipal quedaba
a unos pocos kilómetros de la ciudad.
-Mañana veremos que hacemos con el VW Gol. |