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Antes de acostarnos, por supuesto, teníamos que cenar. Héctor
(el cocinero del grupo) armó un fuego, puso la parrilla y allá
fueron las últimas partes del chivo de Anquincila.
Nos hallábamos en ese menester, comiendo la pata del chivo regado
con buen vino, cuando aparece, "de visita", don Carrizo, el guardaparques.
Don Carrizo, invitado a compartir el chivo y el vino, resultó
ser un personaje de lo más interesante. Nos contó muchas
aventuras de su vida de baquiano en la cordillera. Por allá anduvo
guiando expediciones de prospección geológica u orientando
ingenieros en la búsqueda de la traza de lo que será la ruta
internacional que unirá Argentina y Chile a través del paso
de Pircas Negras o de Comecaballos, pasando previamente por
la laguna Mulas Muertas y Laguna Brava.
También nos habló del antiguo camino (casi senda de mulas)
que subía a la Brava por el sur, por la Quebrada del Leoncito.
El nos contó mas acerca de los refugios para arrieros que mandó
a construir el presidente Sarmiento allá por 1.873. Se sabía
que eran 12 ó 13 pero se habían perdido, olvidado, la mayoría
de ellos por el desuso. Ahora se los estaba redescubriendo. Nos mencionó
los Refugios del Peñón, de Mulas Muertas, de
Laguna Brava, del Veladero, de Barrancas Blancas, del
Zanjón (muy cerca del límite con Chile), de Comecaballos
y otros. Nos entusiasmó al decirnos que desde las costas de la laguna
Brava veríamos también dos colosos de la cordillera de los
Andes; el cerro Veladero de 6436 metros de altura y el Volcán
Bonete de 6.858 metros (uno de los más altos de esta columna
vertebral de América de Sur). Pero también y con toda naturalidad,
ante nuestra inquietud de pernoctar arriba, en uno de aquellos refugios,
nos dijo: "Se pueden morir".
Esta advertencia puso presión al plan del día siguiente.
Deberíamos subir y bajar en el día si no queríamos
correr el riesgo de morir congelados en la montaña.
Nos fuimos a dormir con un poco de preocupación. A la preocupación
se sumaron los ronquidos de Pablo, Roberto y Eduardo. Ante ese panorama
Héctor decidió mudar su dormitorio al R12.
Por la mañana su aliento congelado del lado interno de los vidrios
nos dio la pauta que ya en Jagüé, a sólo 1900 metros
de altura la noche trae muy bajas temperaturas. Cuanto mas (o cuanto menos)
debía hacer a los 4.271 metros de altura en que se encuentra la
Laguna. Para tener una idea, las tablas teóricas dicen que la temperatura
desciende 1 grado centígrado por cada 180 metros que aumente la
altura del lugar. Una cuenta rápida nos decía que los 2.370
metros de desnivel representarían unos 13 grados menos de temperatura.
Por la mañana vimos los efectos del frío que no nos dejaba dormir. A las 9 de la mañana emprendimos la subida. Primero es una ruta recta de ripio con una marcada pendiente. Luego de unos kilómetros comienza el camino de cornisa. Así, lenta pero inexorablemente se sube a más de tres mil metros de altura. Allí se encuentra uno de los refugios para arrieros que nos mencionara don Carrizo la noche anterior, es el del Peñón. Forma parte de ese grupo de 12 ó 13 refugios similares construidos en la misma época y con similar fin, proteger a los pastores y arrieros que conducían (y aún conducen) su ganado de Argentina a Chile o viceversa, de las inclemencias del riguroso clima de montaña.
Los motores comenzaban a "flaquear" por la falta de oxígeno. Este también es el punto donde esa falta de oxígeno se hizo sentir en nuestros organismos no acostumbrados a la altura. Síntomas: jadeo, agitación ante el menor movimiento brusco y dolor de cabeza que se incrementa ante cualquier actividad física que requiera el mínimo esfuerzo. Aunque parezca mentira, también el "stres" producido por cualquier situación de riesgo o incertidumbre hace que el cerebro requiera más oxígeno, y si no lo consigue, se "queje" en forma de dolor de cabeza. Lamentablemente el riesgo y la incertidumbre están presentes permanentemente en una expedición de este tipo, máxime si se tiene en cuenta que al transitar por caminos poco frecuentados, cualquier contingencia puede ser fatal. (según Carrizo pasar la noche a la intemperie implicaría peligro de muerte). El sol "a pleno" engaña y uno no toma conciencia que aún de día y bajo ese sol que "pega" fuerte por la diafanidad de la atmósfera sin una nube, hay 5 ó 6 grados bajo cero en los 3.500 metros. Ni pensar lo que sería eso en la noche. Volviendo al tema del Refugio del Peñón, lo teníamos allí, del otro lado del río, había que bajar unos 60 metros y subir otro tanto del otro lado para visitarlo. Justo en ese momento Eduardo, que se había adelantado, nos informa por la radio que unos mil metros mas adelante el camino se encuentra totalmente obstruido por un derrumbe de rocas. Vuelve. Decidimos bajar con los autos hacia el río por una abrupta pendiente (que no sabíamos si podríamos remontar a la vuelta) y tomar por unas huellas que se veían en la otra orilla. Eso nos alejaría unos 500 metros del refugio, pero una vez del otro lado del río volveríamos atrás para acercarnos. En el cruce del río descubrimos que se pinchó una goma del R12. Cambiarla (en cámara lenta para no "apunarnos") nos lleva unos valiosos minutos. Ya era pasado el medio día y recién estábamos a mitad del camino de subida, sin saber cuan complicado era el tramo que nos faltaba (aunque presuponíamos que era difícil porque cada metro que ascendíamos los coches perdían mas potencia). Decidimos dejar la visita al refugio para la vuelta, si había tiempo.
Un acercamiento con la cámara de vídeo. El refugio tiene forma de nido de "hornero" (pájaro de estas latitudes que construye su nido de barro y paja y cuyo "plano" tiene forma de espiral o caracol). |