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La tarde avanzaba inexorablemente, todavía no habíamos llegado y nos faltaba el regreso. Además estábamos muertos de cansancio, no habíamos almorzado nada y el esfuerzo nos había provocado intensos dolores de cabeza. Pero estábamos cerca y no íbamos a dejar que se nos escape el objetivo a unos pocos kilómetros.
Unos kilómetros mas y el camino comienza a circular paralelo a la costa de la laguna, pero en ningún lugar se acerca a menos de 1.500 metros. Por fin decidimos salirnos de la huella e ir a campo traviesa hacia el agua. Recordamos que don Carrizo nos advirtió que tengamos cuidado con el terreno blando.
El día estaba espléndido. El sol brillaba con una intensidad especial, por la falta de nubes y la poca atmósfera, lo que mitigaba el frío cordillerano.
Lo habíamos logrado. Aquello que fue un sueño de tantos años había sido conseguido. Y la naturaleza nos premiaba con su magnificencia y grandiosidad. Disfrutamos cada segundo del escaso tiempo que nos pudimos quedar allí.
Nos habían contado abajo, en el pueblo de Jagüé, que en una oportunidad una máquina de vialidad tuvo que sacar una moto de "cross", cuyo dueño la abandonó al quedar atrapada en las cenagosas orillas.
Estábamos apurados, abajo, el guarda parque nos había advertido que si nos tomaba la noche en la altura, el frío nos podía llevar a la muerte. Nosotros no estábamos muy seguros de que fuera así, pero por las dudas no haríamos la prueba.
Unas últimas vistas de la Laguna Brava antes de la vuelta. Los flamencos rosados no estaban, era fuera de su temporada. Del accidente aéreo solo pudimos ver los restos en una zona inaccesible, en un islote en el medio de la laguna. A pesar de ello la dicha del momento fue enorme. Y gracias a que nos quedaron cosas pendientes tuvimos el pretexto para volver en otra oportunidad. Eran casi las cuatro de la tarde y allí, en invierno, anochece temprano, así que muy a nuestro pesar emprendimos el regreso.
Tuvimos la precaución de no pisar mas ningún manchón de nieve. A las ocho de la noche pasamos por Jagüé casi como una exhalación. Pretendíamos llegar a Villa Unión para poder dormir en un hotel o pensión. Cruzamos en la obscuridad de la noche la quebrada de la Troya, Villa Castelli, Vinchina (cargamos combustible, los tanques y los bidones estaban secos) y llegamos a Villa Unión cerca de las diez y media de la noche. No había alojamiento, estaba todo tomado, era la fiesta del poncho. Tuvimos que continuar. La próxima población sería
Patquía a mas de 200 kilómetros, cruzando dos desiertos
y una sierra.
Continuamos camino a eso de las dos de la madrugada. Próximo pueblo: Chamical, a la vera del desierto de Chamical (donde se realizaban tiempo atrás pruebas de proyectiles cohete -mientras a Argentina le fue permitida esa actividad-). Llegamos a Chamical a las tres y media de la madrugada. Allí tomamos conciencia que nuestra jornada había comenzado a 500 kilómetros de allí, en Jagüé antes de subir a la laguna. Por fin pudimos comer algo, bañarnos y acostarnos a las cinco y media AM. Al día siguiente estuvimos en Baires, después de recorrer los últimos 1.000 kilómetros de ruta asfaltada que nos faltaban. Quedaron cosas pendientes pero... |