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Finalizaba el año 1.988 y debíamos planificar con Liliana, mi esposa, las ansiadas vacaciones de verano.
Siempre rondó en nuestras mentes la idea de conocer restos de antiguas civilizaciones. Los más cercanos a nuestro país eran los restos de la civilización incaica. Quizás había llegado el momento de realizar el ansiado viaje. Queríamos ir en nuestro auto (un Renault 12 de 1977, con varias expediciones sobre sus amortiguadores). Definimos un itinerario que nos permitiera conocer lo máximo posible.
Ascenderíamos nuevamente la Cordillera de los Andes camino hacia Cusco, pasando previamente por Arequipa y luego por Juliaca (a orillas de lago Titicaca), para llegar finalmente a la mágica ciudadela de Macchu Picchu. El regreso sería vía Bolivia, cruzando el Titicaca y pasando por La Paz, Oruro, Potosí y Villazón.
Hoy, a más de 15 años de aquellos acontecimientos, me he decidido a escribirlos, basado solo en los recuerdos. Lo hago para mi deleite y para compartirlo con todos ustedes. Estoy convencido que es uno de aquellos viajes que todos deberíamos hacer, aunque sea una vez en la vida (si son dos mucho mejor) .
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